Hará cosa de dos o tres décadas, casi el único deporte que yo recuerde en el que se presentaba el fenómeno de precocidad era la natación; y tenía una explicación fisiológica totalmente lógica. Según aumenta la edad, los huesos se van calcificando y cada vez pesan más; bueno, a partir de cierta edad, ya pasada la madurez, puede presentarse el proceso inverso, la descalcificación ósea u osteoporosis, causante de la tan conocida como temida fractura de cadera con una edad avanzada. Cuando todavía no han llegado al máximo de calcificación, los huesos pesan algo menos, y a igual musculatura (que se puede conseguir a base de gimnasio y entrenamiento) un nadador más joven flota algo más en el agua que otro de más edad, lo cual le da ventaja, pues tiene un poco menos superficie de piel en contacto con el agua, y lo que frena el avance es la viscosidad de ésta. Pero en el resto de los deporte, siempre había (y sigue habiendo) toda una sarta de categorías iniciáticas: infantiles, alevines, juveniles, juniors, y “sub” (que, según los deportes y las épocas, han tenido o tienen la frontera por debajo de 16, 17, 18, 19, 20, 21 o incluso 23 años).
Cuestión aparte es que, cuando aparecía algún fenómeno precoz, pudiese saltar a competir en categoría absoluta, además de en la suya: en el fútbol llamó mucho la atención, en el Mundial de Suecia de 1958, la presencia estelar de Pelé, que con 17 años era el “crack” del equipo. El fenómeno ha ido a más, y concretamente en el fútbol (casos Messi, De Gea o Canales, como ejemplos actuales), con menos de 20 años, no ya sólo juegan en Primera División, sino que se cuenta con ellos para la selección nacional. Pero en los deportes del motor, hay un par de características muy especiales (puede haber más, pero yo me he fijado en éstas): son deportes de alto riesgo y, a partir de cierto nivel, obligan a llevar un ritmo de vida muy disparatado, tanto por desplazamientos como por ambiente, ya que una escudería suele tener dos o, como mucho, tres pilotos (lo de Aspar es un caso aparte, y más parece una cooperativa), mientras que un equipo de fútbol tiene una infraestructura mucho más amplia, que arropa mucho más a sus integrantes.
Caso similar al del motor es el tenis, con la diferencia de que no es de riesgo (lesiones al margen); y por ello resulta tan excepcional el equilibrio emocional y vital de un Rafael Nadal, capaz de superar lesiones y problemas familiares, bien es cierto que con la sombra de su tío Toni siempre próxima. Pero en muchos otros casos te encuentras con adolescentes desarraigados, que han abandonado sus estudios, pero con unos ingresos económicos totalmente desorbitados, sobre todo para su edad.
Todo esto viene a cuento de que acabo de leer una noticia interesante en una web deportiva: la FIM (Federación Motociclista Internacional) y Dorna (la empresa española organizadora del Mundial) están estudiando no aceptar en los campeonatos mundiales de motociclismo a los menores de 18 años, en ninguna de sus categorías. Sospecho que la trágica muerte de Shoya Tomizawa, con 19 años de edad, ha tenido mucho que ver con esto. Se aducen como razones la problemática de los accidentes (sin necesidad de que sean mortales), incluso aunque medien autorizaciones paternas o de tutores, y el abandono de los estudios, incluso de grado medio. Y desde un enfoque puramente deportivo también, porque se están devaluando los campeonatos nacionales, ya que las auténticas “estrellas” dan inmediatamente el salto al Mundial, quitándole vistosidad al nacional. A este respecto, en España tenemos suerte, porque la conjunción de la gran cantidad de circuitos que por fin tenemos, junto a una buena planificación del CEV (Campeonato de España de Velocidad) ha dado lugar a que muchas jóvenes (deberíamos decir jovencísimas) promesas extranjeras vengan a correr aquí. Gente de fuera que está ya en los Mundiales de 125 y Moto2 ha pasado previamente por nuestras pistas; los nombres de Stefan Bradl, Bradley Smith, Scott Redding, Randy Krummenacher y algunos más nos dan testimonio de ello.
Ahora bien, ¿es razonable que chavales de 14 y 15 años salgan de su país, fuera de su familia, para tentar la suerte de llegar a algo en un deporte cada día más competitivo, arriesgando el cuello mientras lo hacen? Por lo menos, que se nos permita ponerlo en duda, aunque es un tema que han de resolver ellos y sus familias. Pero como el chaval empiece a despuntar, pronto se produce el fenómeno inverso: es la familia la que se pone a la estela del potencial futuro Campeón del Mundo, y tenemos los “boxes” a rebosar de padres, madres, hermanos, novietas y demás allegados. No sé, ni tiene por qué importarme, en qué trabaja o estudia toda esa gente, pero asistir a un montón de Grandes Premios, aunque sólo sean los europeos, no es nada fácil de compatibilizar con una actividad profesional o estudiantil normal y corriente. Y por supuesto, con frecuencia emerge la figura del “padre protector”, en muchos casos un frustrado aspirante a piloto, que se proyecta en su hijo y piensa que todo el mundo quiere aprovecharse de él.
No cito nombres por ser sobradamente conocidos, pero son frecuentes los casos de enfrentamientos con los directores de equipo; cuando no con el vástago, como le ocurrió hace ya un año a Lewis Hamilton con su padre, hasta que éste acabó dejando de hacer de “manager” de su retoño. Resulta significativo que cuando los padres ya han tenido una ejecutoria deportiva de nivel (casos Elías y Alguersuari) son los que no dan problemas; los que sí los dan son los externos al mundo del motor, o los que nunca pasaron de ser una medianía, y eso a nivel local. Es curiosa, y pienso que nefasta, la inversión de papeles que se produce en estos casos; a una edad en la que el chico, bien por debajo de los 20 años, debería estar todavía arropado por el entorno familiar, se convierte en epicentro de la familia, que depende de él para el calendario de actividades familiares, para los viajes y, en cuanto consigue un buen contrato publicitario, incluso económicamente.
Ya sé que actualmente es fundamental empezar muy joven en cualquier actividad deportiva; la capacidad de aprendizaje, tanto teórico como sobre todo práctico, es muy superior. El que a los doce años no es ya un figura en kart o mini-motos, es muy difícil que a los 20 años esté montado en un buen aparato de competición, si no oficial, al menos de un equipo privado de los buenos. Pero lo que da miedo es el proceso de aceleración en la fase de aprendizaje, mucho más que el empezar muy joven. Porque lo que se busca es quemar etapas, y ello es una de las causa que puede llevar a esa decisión de la FIM y de Dorna, que me parece de lo más sensata. Porque está muy bien empezar joven en una competición monomarca o incluso el campeonato oficial, pero de cada federación nacional, al menos hasta los 18 años. Pero Marc Márquez tiene todavía 17 años, y viene ya sonando, en el Mundial de 125, desde hace tres temporadas; y Scott Redding está destacando, con la misma edad, en las últimas pruebas de Moto2, tras de haber estado un par de años, si mal no recuerdo, en 125. En cualquier caso, todo esto es un infanticidio, agravado por el citado afán de quemar etapas.
Porque esos chavales no quieren llegar al Mundial para estar tres o cuatro temporadas en 125, y si las cosas se dan bien, pasar otras dos o tres en Moto2, y con suerte llegar luego a MotoGP, si encuentran moto oficial (que ya es la bomba) o escudería con la que poder competir. No; lo que quieren es estar en MotoGP antes de cumplir los 20 años si es posible. Las categorías intermedias se consideran meros y simples trampolines para llegar a lo más alto. Pero la dura y terca realidad es que la parrilla de salida de MotoGP, este año, no llega ni de lejos a 20 participantes, mientras que la de Moto2 supera los 40. Y tampoco tiene mucha lógica que en MotoGP esté participando (y no digo que lo esté haciendo nada mal) nuestro paisano Aleix Espargaró, que me parece que no ha vencido en ningún Gran premio en ninguna categoría inferior, mientras que Moto2 está trufada de antiguos, que no viejos, campeones del mundo, por no hablar de que más de la mitad de la extensa parrilla ha ganado algún Gran Premio.
Ya, ya sé que donde está el dinero contante y sonante es en MotoGP, pero también todos sabemos que sin moto oficial, o al menos oficial encubierta en una escudería satélite, no hay forma de ganar; podría ser el caso de Ben Spies este mismo año, pero tiene 26 años y viene bien curtido de Superbikes y de haber ganado varios campeonatos americanos. Subir a Moto GP, y correr con una moto sin posibilidades de ganar, para luego tener que bajar de categoría, tiene que ser frustrante; es el caso de Toni Elías este año, y ya está pensando en volver, como sea, a MotoGP. Ojalá tenga suerte, porque se la merece, pero no dejo de pensar en aquellos campeones del mundo a los que vi correr en los años 50 y 60, que se acoplaban a su cilindrada, cosechando título tras título, y se jubilaban en la misma en la que habían empezado. Claro que entonces había mucho menos dinero en juego, las motos no llevaban prácticamente publicidad, y una marca te pagaba igual por correr en una categoría u otra, con tal de que les hicieses ganar. Pero ahora todo es MotoGP, o nada.
Y lo que más gracia me hace es que, en este ambiente en el que se masca la máxima tensión, se ha puesto de moda una frasecita que, o ellos están locos o yo estoy tonto, pero que no consigo creerme: “lo importante es salir a la pista a divertirse”. Hombre, depende de lo que entendamos por divertirse; y me lo puedo creer si te da igual (bueno, igual no le da a nadie) entrar primero que decimocuarto, pero con toda es presión familiar, económica y de aspiración deportiva de la que venimos hablando, me parece muy difícil encima divertirse. Disfrutar es posible, porque competir te gusta, y la descarga de adrenalina te hace olvidar que estás bordeando el límite; pero tanto como divertirse, cuando vas echando las muelas y ves que no le rebajas ni una décima, vuelta tras vuelta, al tío que llevas delante, y que es el que te puede pisar el salto a la siguiente categoría el año que viene, no creo que sea muy divertido. Me suena a esas frases que, como loritos, repetían en tiempos las folklóricas (“este público que tanto me quiere y al que tanto debo”) y los novilleros con aspiraciones a matadores de tronío (“tengo que ocupar en el escalafón el puesto que me corresponde”; ¿corresponde, dónde está escrito?).
En fin, me parece que la decisión de la que vengo hablando, si finalmente tanto la FIM como Dorna (con nuestro antiguo conocido “el Pelotari” al frente) tienen el valor de ponerla en marcha, sería una contribución a poner un poco de sentido común en un deporte que se está desmadrando. Y es por el dinero, no nos dejemos engañar; porque en los viejos tiempos, cuando gente muy joven como Nieto, Santi Herrero u otros se arriesgaban por esos circuitos de Dios, lo hacían básicamente por afición. Con lo cual no quiero decir que los actuales chavales no la tengan, pero esa obsesión por llegar a MotoGP, como sea, resulta sospechosa. Actualmente, y dado el plantel de una y otra categoría, si descuentas ganar a los seis primeros de MotoGP, totalmente inalcanzables para un recién llegado, tiene más mérito conseguir un buen resultado en Moto2. En fin, todo esto no pasa de ser una opinión muy personal y subjetiva; ya sé que hay quienes piensan lo diametralmente opuesto, pero esto es lo que pienso yo.