Antes de entrar en el aspecto concreto al que se refiere el titular de esta entrada, quisiera detenerme previamente en explicar mis personales teorías acerca de los conceptos de “Ceda el paso” y “Stop”, que no son sino dos variantes de la maniobra de ceder la prioridad, en una incorporación o un cruce, respecto a los vehículos que circulan por otra vía que confluye con la nuestra y a la que, por la causa que sea, se considera prioritaria. Por elemental lógica, la prioridad se debería asignar a la vía con mayor densidad de tráfico; pero no todo es tan sencillo. En los albores de la automoción, pura y simplemente no existía más prioridad que la del que llega antes, como en los carruajes tirados por caballerías; no había mucho tráfico, así que ¿por qué preocuparse?. Pero, mal que bien, las velocidades desarrolladas eran bastante superiores a las de la tracción animal, y los frenos no eran precisamente ventilados y cerámicos; de modo que empezaron a producirse accidentes. Y en la Europa continental, donde se había decidido circular por la derecha, y de nuevo por influjo francés, se creó la norma, de valor casi absoluto durante muchos años, de la “prioridad a la derecha”.
De nuevo la cosa funcionó hasta que la densidad del tráfico, que seguía creciendo, hizo ver el contrasentido de que en una vía principal, por lo que circulaban varios vehículos a una distancia relativamente corta entre ellos, estos tuvieran que detenerse o, como mínimo, disminuir drásticamente su marcha, porque de un caminejo lateral aparecía un vehículo cada cuarto de hora. Y se instituyó el concepto de “vía prioritaria”, dejando la prioridad a la derecha para el tráfico urbano en calles de más o menos la misma densidad de tráfico, o entre carreteras secundarias. Junto con la prioridad apareció el “Ceda el paso”, y posteriormente, la señal de “Cruce con prioridad”, para que el que circula por dicha vía sepa que tiene prioridad al llegar a un cruce, y que el otro le debe ceder el paso. Pero el aumento del tráfico dio lugar a que, en determinados cruces y al menos a determinadas horas, la intensidad de tráfico en la vía más importante llegaba a tal nivel que los de la otra no tenían oportunidad de cruzar o de incorporarse más que al cabo de un buen rato. Y de ahí surgió la actual epidemia de rotondas (unas muy necesarias y otras bastante menos), que en el fondo constituyen el retorno de vuelta al cuadro inicial del tablero, o sea, prioridad al que llega primero, pero reteniendo la velocidad de unos y otros debido al trazado circular.
Y al margen, tanto en carreteras importantes como sobre todo en autovías y autopistas, existe una maniobra adicional que en los tiempos heroicos no estaba ni tan siquiera contemplada: la incorporación a través de un carril de aceleración; pero esta maniobra bien podría merecer una entrada por sí sola. Pero, rotondas al margen, y tanto en cruces como incorporaciones, siguen existiendo una enorme cantidad de situaciones reguladas por la norma y los paneles del “Ceda el paso” y el “Stop”. De modo que seguiremos centrados en la maniobra de incorporarse girando a la derecha, cruzar y seguir de frente, o atravesar la vía principal, cortando ambos sentidos de marcha, y girar a la izquierda para incorporarse en dicho sentido; en todos estos casos, se vuelve a aplicar la teoría de priorizar la vía con mayor densidad de tráfico. Según unos criterios que en ocasiones se nos alcanzan insondables, esta maniobra de cruce o incorporación está controlada, para quien debe realizarla, bien por un “Ceda el paso” o por un “Stop”. Por más vueltas que le doy a la cabeza, no encuentro más que tres parámetros a tener en cuenta para poner una señal u otra; cuestión aparte es como los barajen los responsables de colocarlas. Dichos tres parámetros son estos: densidad media de tráfico de la vía principal, velocidad media operativa de la misma, y visibilidad de la que disfruta quien debe realizar la maniobra para llevarla a efecto con la máxima seguridad.
A este respecto, siempre he mantenido la siguiente teoría: el “Stop” no es sino la plasmación legal de la desconfianza del legislador respecto al conductor. Otra cuestión es si, estadísticamente, dicha desconfianza está nada, poco, mucho o totalmente justificada. Pero lo cierto es que, cuando hay buena visibilidad y el que debe ceder el paso se aproxima a la intersección lo bastante lento, en una marcha corta (no más de segunda, o incluso primera) y tiene tiempo sobrado para mirar atentamente, es mucho más seguro hacer un “ceda el paso” que parar del todo y tener que arrancar, con el eventual riesgo de que se cale el motor tras haber avanzado un par de metros o tres, y quedarnos en mitad del carril al que nos incorporamos, o que vamos atravesar. Así es como ocurren la mayoría de los accidentes en los pasos a nivel sin barreras: por los nervios, el motor se cala cuando el coche está en mitad de las vías; el atropello no suele ocurrir porque se haya calculado mal (una vía se cruza en menos de dos segundos), sino porque el coche se queda parado ahí en medio.
Todo el mundo hemos visto, o incluso sido protagonistas, de la famosa discusión, que parece sacada de los “diálogos para besugos” que aparecían en el cómic “DDT”, entre el agente de tráfico y el conductor que, supuestamente, se había “saltado” un “Stop”: No ha parado Vd; que sí, que he parado; no, no ha parado del todo; bueno, quizás el coche se movía un poco, pero he mirado más que de sobras y no venía nadie; pero es que hay que parar del todo, aunque no venga nadie; y así hasta la extenuación (del conductor, porque el otro siempre se agarra a la letra de la ley): hay que parar del todo, aunque no vengan ni hormigas. Como ya he dicho, es muy posible, bastante probable e incluso seguro en ciertos casos, que un porcentaje difícil de cuantificar de conductores no harían el “Ceda el paso” correctamente de cara a una vía de mucha circulación. Pero a esto se podría argumentar que la única diferencia es que habría más accidentes; pero si se hace mal, sin mirar ni calcular, el choque ocurre exactamente igual en carreteras con menos tráfico, donde sólo hay un “Ceda el paso”. La clave no radica tanto en parar o no parar como en ir lo bastante lento para, en función de la visibilidad disponible, asegurarse totalmente de que se puede salir, parando o sin llegar a parar.
Pero la norma es la que es, y hay que jugar con las cartas que nos han repartido, así que en el “Stop” hay que pararse del todo y mirar; bueno, en realidad, se puede, e incluso se debe, ir mirando desde unos metros antes de pararse del todo. Y aquí aparece uno de tantos entre los comportamientos de los conductores que me llaman la atención, y muy en concreto en el caso de nuestros celtibéricos paisanos; es una actitud que me fascina, y que considero digna de estudio por parte de sociólogos, sicólogos, conductistas, sicoanalistas o incluso siquiatras. Es el comportamiento de los que yo llamo “inquilinos del Stop”, porque parece que piensan quedarse a vivir en él. Se acercan como todo el mundo, van frenando como todo el mundo, llegan a la raya blanca como todo el mundo, se paran como casi todo el mundo, y miran como también casi todo el mundo.
Es evidente que hay un trasfondo de inseguridad, de reunir ánimos para enfrentar una situación de cierta tensión; y sería comprensible que esto te pueda ocurrir durante el primer mes después de haber sacado el permiso de conducir. Pero a partir de ahí, por muy mal conductor que seas, ya deberías haber interiorizado la evidencia de que, una vez que has parado y no viene nadie, lo mejor que puedes hacer es arrancar, sin más dilación. Si esperas, aumenta la probabilidad de que acabe apareciendo algún coche con prioridad; perderás más tiempo, y vuelta a empezar. Pero, al menos en bastantes casos, la cosa no acaba ahí; en efecto, llega un vehículo, le ceden el paso, e inmediatamente arrancan una vez que el otro ha cruzado. Pero en algunos de estos casos, lo hacen aunque detrás de aquel al que han cedido el paso llegue un segundo vehículo a una distancia no precisamente tranquilizadora; pero delante de este segundo coche sí que se meten, como si la obligación del “Stop” fuese la de dejar paso a un solo coche, y no a veinte, si llega el caso. Este segundo comportamiento, que he observado en repetidas ocasiones, me resulta casi más asombroso que el de quedarse parado un tiempo muerto para nada.
Y en el caso de estos “inquilinos del Stop” no puede achacarse dicha detención prolongada a una distracción, cosa muy frecuente en un semáforo; nadie llega a un “Stop” para coger el periódico que tal vez lleva en el asiento del pasajero y se pone a leerlo en dicho momento. Es, pura y simplemente, la actitud irresoluta de quien está más o menos aterrorizado por el eventual peligro de la maniobra a realizar, y tiene que reunir los ánimos necesarios para atreverse a afrontarla. Lo increíble es que esa toma de decisión no la haya venido preparando desde algunas decenas de metros antes, según frena y, con el coche todavía en marcha muy lenta, inserta ya la primera (hoy en día todas están sincronizadas, y además entra mejor que a coche totalmente parado). Pero ya digo, esto es un caso para analizar por gente experta; yo sólo soy un testigo, que ofrece esta habitual situación a la consideración de los lectores.