La agencia Ion Comunicación, dinámicamente dirigida por Carolina Morales, ha distribuido a finales del año pasado los resultados de una encuesta realizada por AutoScout24 entre algo más de 1.000 conductores españoles, acerca del hábito de fumar dentro del coche. Ya he señalado en más de una ocasión mis reservas acerca de la validez de muchas encuestas, aunque no creo que sea del todo cierto eso de que “existen mentiras, grandes mentiras y estadísticas”; lo que sí creo es que trabajos de campo que cuestan mucho dinero quedan parcialmente invalidados por la falta de rigor en la redacción, tanto de las preguntas como de los resultados. Hace muchos años, cuando mis primeras armas en el periodismo del motor las simultaneaba con otros cauces de ganarme unas pesetas, pasé por la experiencia tanto de hacer traducciones técnicas como de trabajar en labores de encuestación. Y me asombraba la falta de precisión en las preguntas (vaporosas o acotando mal el campo de posibles respuestas) como la redacción que luego se le daba al resumen del trabajo. Y es que afinar en la elección de los sustantivos y en la utilización de los tiempos verbales son conceptos clave para la validez del trabajo.
Por ello, he buscado hasta casi la extenuación el informe completo de la encuesta, pero en ninguna de las dos webs (la de la agencia y la que ha encargado dicha encuesta) he encontrado nada más que el mismo resumen, sin ficha independiente y con los datos salpicados dentro de la redacción. Daré por bueno que ese universo de algo más de 1.000 encuestados corresponda en exclusiva a conductores, que no es exactamente lo mismo que propietarios, ya que en una familia puede haber un coche y conducirlo cuatro personas, y no tiene por qué coincidir, respecto a que se fume dentro de ese coche (conduciendo o como pasajero), la opinión del padre con la un hijo. Lo que resulta más impreciso aún es que no se diga si esos encuestados son todos fumadores, no fumadores o, lo más probable, una mezcla aleatoria de ambos; pero convendría haber especificado en qué proporción de unos y otros, para de ese modo poder valorar debidamente los porcentajes de las respuestas. Y manifestados estos reparos iniciales, ahí va el resumen de la encuesta:
Un 53% prohibiría fumar al conductor mientras esté realizando dicha actividad; las razones aducidas son las habituales, que inciden en el peligro de distracción: sacar el pitillo, encenderlo, sacudir la brasa encendida o la ceniza que se cae, o vaciar el cenicero por la ventanilla (algunos dan por supuesta tan fea costumbre, y sin duda aciertan). En concreto, un 70% de este 53% (o sea, un 37% del total de los encuestados) recuerda que el cigarrillo ocupa una mano, lo que la imposibilita para el manejo del volante y de la palanca de cambios, por lo que impide conducir correctamente. Y un porcentaje no especificado razona que, si está prohibido hablar por el móvil o manejar el navegador, por la misma razón se debe prohibir fumar.
Por el contrario, hay un porcentaje muy próximo al anterior (nada menos que el complementario 47%) que no sólo no prohibiría fumar a quien va conduciendo, sino que además de permitirlo, opina dos cosas, que no tienen por qué coincidir, pero así es como se dice en el resumen de la encuesta: que no afecta en absoluto a la concentración en la conducción y que, en todo caso, fumar o no fumar al volante es algo que corresponde a una decisión personal del propio conductor (y/o del dueño del coche, añadiría yo). Además, hay un porcentaje no especificado que incluso opina que prohibir fumar a quien conduce empeora la seguridad, ya que le crea una situación de tensión al conductor fumador.
En cuanto a dejar o no fumar a los pasajeros, la cosa cambia: sólo un 20% (se supone que del total, y no del 47% que se lo permitiría al conductor) dejaría fumar a otros en su coche; pero también se habla de un 20% (sin aclarar si es el mismo 20% anterior, u otro distinto) que haría una excepción en función de quien fuese el fumador. No queda claro, pues, si hay un 20% que se lo permitiría a todo el mundo, y otro 20% que sería más selectivo con la permisividad, o es el mismo y único 20%. Es lo que pasa al poner una vez el indicativo “no permite” y otra el potencial “no permitiría”; cosas de nuestra refinada pero traicionera conjugación verbal.
Ya en un plan más genérico, un 60% de los encuestados están a favor de la actual redacción de la Ley Antitabaco (dudo que alguno se la haya leído, ya que se habrán conformado con lo publicado o dicho en los medios de comunicación). Incluso un 23% la haría todavía más restrictiva; como no sea prohibir fumar en plena calle, y no ya en los alrededores de colegios y hospitales, no veo cómo. Así pues, hay una pequeña discordancia de un 7% entre quienes están a favor de la Ley, y quienes prohibirían fumar yendo al volante del propio (o ajeno) coche; aunque entre ambos porcentajes podría haber un solapamiento algo distinto, ya que puede haber quien prohibiría fumar al volante, pero esté en contra de la actual redacción de la Ley. Por otra parte, algo menos del 30% la tacha de hipócrita, y centrándose en el tema automovilístico, critican que se venda tabaco (y suponemos que también alcohol) en las estaciones de servicio, con un afán recaudatorio compartido por dichos negocios y el Ministerio de Hacienda.
Esto es lo que puedo ofrecer a los lectores, en un resumen que a su vez lo es del resumen publicado de una encuesta cuya exacta redacción de preguntas y tabulación de respuestas desconocemos. Y paso a exponer todo un rosario de dudas y comentarios que tal encuesta me han despertado; dejando claro que esta es la opinión, por supuesto muy personal, de alguien que ni fuma ni ha fumado en toda su vida. No es del todo cierto que fumar al volante incapacite por completo una mano; he visto en múltiples ocasiones como se sujeta con la izquierda simultáneamente el cigarrillo y el volante, o a la inversa, incluso se cambia de marcha con el pitillo en la propia mano derecha. Pero sí es cierto que, en caso de emergencia, el cigarrillo habría que tirarlo caiga donde caiga, si se quiere disponer en ambas manos de su plena capacidad de actuación. Pero la situación no es muy distinta de la de aquellos que van sujetando el techo con la mano izquierda, como si fuese a salir volando, o de quienes llevan el brazo colgando por fuera de la puerta. Cierto que, en estos dos casos, al menos no se pierde el tiempo de decidir qué se hace con el cigarro, si ponérselo en la boca, intentar depositarlo en el cenicero, tirarlo por la ventanilla (si va abierta) o tirarlo a la alfombra para que le haga un bonito agujero negruzco.
Otra duda que me asalta es la de que, si un 47% de los encuestados permitiría fumar conduciendo, pero sólo un 20% estaría dispuesto a dejar fumar a otros dentro de su coche, ¿será porque hay un 27% que cree que el olor de su propio tabaco es el único que no se impregna en la tapicería, o porque ese olor es al que ya están acostumbrados, o porque el humo de su propio cigarrillo no les pica en lo ojos, y el de los otros sí?. Y todavía es más curioso que, si el resumen está bien redactado, todo ese 47% partidario de dejar fumar digan no sólo esto, sino que pretendan que dicha actividad no afecta en absoluto a la atención ni a la libertad de movimientos para conducir. La verdad es que se me hace muy raro que absolutamente todos los que están a favor de dejar fumar al conductor encima piensen que ello no perjudica, en mayor o menor medida, la concentración y la libertad de accionamiento de los mandos. Cosas de la imprecisión en la redacción de las preguntas, ya digo; aunque, al límite, podría ser una demostración más de la asombrosa capacidad humana para negar la más absoluta de las evidencias cuando nos interesa y estamos dialécticamente acorralados.
También tiene su miga lo de que prohibirle fumar a un nicotinadicto le crea una tensión que le convierte en potencialmente peligroso como conductor; y no hay duda de que existe un fondo de razón en el argumento. Pero por ese mismo razonamiento se tendrían que permitir un montón de cosas muy peligrosas que a más de uno gustaría hacer al volante, con la excusa de que le crea tensión el hecho de no poder hacerlas. Cuando un jovencito (o no tan jovencito) conduce llevando a su “churri” al lado, la tentación más evidente es la de ponerle la mano en el muslo, si ella se deja; pero no se debería hacer, por evidente pérdida de atención en la conducción. Es mejor una parada de unos pocos minutos, para echar un cigarrito, o entregarse a unas discretas efusiones amorosas, y seguir luego carretera adelante. Y es que no se puede pretender tenerlo todo, y sobre todo, a la vez.
Ahora bien, al margen de unos resultados que básicamente acaban en empate, y de ciertas incoherencias en las respuestas o en la forma de tabularlas, el trasfondo de todo este asunto es el de la tendencia de los gobernantes a convertirnos, cada vez más, en “ciudadanos vigilados”; los vaticinios de Orwell en “1984” y “La granja de los animales”, o de Bradbury en “Fahrenheit 451” me vuelven una y otra vez a la mente. La cuestión es donde ponemos esa “estrecha línea roja” que en la tremenda película bélica de Terrence Malick separa el valor de la temeridad; en nuestro caso, la conducción normal y corriente de la que el Código considera imprudente o temeraria. ¿Y a juicio de quién?; pues del agente de la autoridad que esté implicado en la situación, o del juez que dictamine sobre ella, sin haber sido testigo, basándose en las consecuencias y en testimonios de terceros. Y yo me pregunto, ¿si está prohibido que el conductor maneje el navegador con el coche en marcha (al margen de modificar la escala, digo yo), por qué hace unos años se podía manejar una radio de sintonización manual?
En el fondo, se trata de concederle al ciudadano un mínimo de sentido común para saber cuando se pueden hacer ciertas cosas, y cuando no; es decir, de una buena educación: vial y de conducción, en nuestro caso. De lo que no deberíamos depender es de que un agente se empeñe en denunciar (caso verídico) con la peregrina teoría de que siempre hay que llevar las dos manos en el volante, cosa que no aparece en el Código en ningún lado. Es la cuestión de donde está esa “estrecha línea roja”.
Hace menos de un mes, “El Mundo” publicó una interesante entrevista con el ensayista alemán Hans Magnus Enszensberger (Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades); un joven veterano de 82 años, al que la entrevistadora presenta como “uno de los grandes intelectuales europeos vivos, que sigue siendo un niño inquieto, desinhibido y provocador”. Me gustaría cerrar con algunas citas suyas: “Los votantes no controlan a sus autoridades y eso lleva, por ejemplo, a convertir a los fumadores en delincuentes. Hablamos de unos términos totalitarios absurdos. No les importa absolutamente nada lo que podamos pensar o decir, y creen que saben lo que nos conviene mejor que nosotros mismos. Es el sueño de todos los políticos, que lo que desean en lo más profundo es un pueblo que no moleste. Ellos se dedican a regularlo absolutamente todo: desde cómo debe ser mi cepillo de dientes hasta lo que pone en la etiqueta de una bebida refrescante. Y lo que más me molesta es que nos quieren mejorar, que se atribuyen competencias morales. Tenemos prohibido engordar, está regulado el alcohol, el tabaco, el azúcar,…. Y ya no pueden parar”.
Y cierro con un apunte en el que también toca el tema del tráfico: “Aunque no vengan coches en ninguna dirección, los peatones alemanes no cruzan jamás un semáforo en rojo”. Y le preguntan: ¿Usted no ha cruzado nunca en rojo? Y responde: “Casi nunca; pero depende del tráfico. En toda cuestión fundamental hay siempre un aspecto pragmático. La imperfección forma parte del sistema; si todos cumpliésemos al dedillo todas las normas de tráfico, este se colapsaría”. Un tanto radical el muchacho, ¿no les parece?; pero sin llegar quizás tan lejos, por ahí van los tiros.