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Encuestas “autónomas” (de la realidad)

Cuando leí el título de la encuesta a la que se hace referencia en esta entrada, me quedé entre perplejo y suspicaz; porque no le veía la lógica a preguntarse si “¿Están preparados los conductores europeos para la conducción autónoma?”. Porque si la conducción llega a ser realmente autónoma, poca preparación hace falta: bastaría con, bien mediante orden verbal o bien tecleando en una pantalla, indicar el destino deseado, apretar luego el botón de “Enter” o “Go”, y ponerse a leer el periódico (quizás en esa misma pantalla). Y para eso no haría falta ni tener carnet de conducir, sino que bastaría con los más rudimentarios conocimientos sobre cómo manejar una tablet o un i-Phone.

Pero luego recapacité que, a lo mejor, la encuesta no se titulaba realmente así, sino más bien si “¿Están preparados los conductores europeos para enfrentarse a la conducción autónoma?”. Quizás quien hubiese realizado la traducción, o simplemente titulado el comunicado de prensa que me llegó, consideró que el título era demasiado largo, y decidió eliminar lo de “enfrentarse a”; que es lo que realmente intenta dibujar la encuesta, una vez leído el comunicado. La encuesta es una más de la saga que Good-Year lleva realizando, en colaboración con la LSE (London School of Economics), desde hace ya bastante tiempo.

En vista de que los resultados de estas y otras encuestas sobre temas similares casi siempre acaban o bien en una nebulosa indefinición, o bien en una suma de simples y evidentes obviedades (del tipo “para ese viaje no hacen falta alforjas”), me preparé para una nueva dosis de “más de lo mismo”. Y no porque el planteamiento inicial no fuese serio: la encuesta abarcaba 11 países europeos (España, Francia, Italia, Alemania, Gran Bretaña, Bélgica, Holanda, Suecia, Polonia, Chekia y Serbia), con 12.000 se supone que conductores encuestados, y además cuatro grupos de discusión en otros tantos países, que en el comunicado no se especifican.

Una vez más recordé mi ya muy lejana pero creo que válida experiencia como encuestador, cuando muy de joven me sacaba unas pesetillas haciendo diversos trabajos, primero previos y luego paralelos a mis iniciales pasos como periodista del motor; trabajos que eran el ya señalado de las encuestas, y la realización de traducciones técnicas del francés y el inglés al castellano. Y esa experiencia me enseñó que hacer bien una encuesta requiere, de entrada, disponer de suficientes fondos para retribuir de modo aceptable al personal que participe en los diversos niveles (los simples “dilettantes” acaban fallando antes o después), y luego ser muy estricto en la realización de los pasos a dar; pasos que no son nada difíciles en sí mismos, pero que sí resulta tentador saltárselos a la torera en cuanto surja alguna dificultad.

Y esos pasos son, básicamente, los siguientes: elegir bien, por amplitud y localización geográfica y sociológica, la muestra a encuestar dentro de su universo; hacer preguntas claras que no admitan una interpretación errónea; no acorralar al entrevistado en un “sí” o no” sin matices, dando a elegir entre diversas posibilidades razonablemente puntualizadas; poner alguna “pregunta-trampa” para detectar incoherencias y anular esa respuesta, su alternativa y quizás al encuestado en su totalidad; y luego tabular con ecuanimidad y sin simplificaciones. Seguro que, puestos a afinar, hay bastantes más cosas importantes en una encuesta; pero esto es un mínimo, como base de partida. Dejo aparte la proyección del margen de error en función de la muestra, lo cual exige cálculos complejos.

En esta nueva encuesta de la ya mencionada y prolífica saga, se entremezclan el análisis de actitudes en el tráfico general y actual, y una proyección de cara a la futura conducción autónoma. Y según los comunicados recibidos, el conjunto se reparte entre siete apartados: los cuatro primeros del tipo genérico, y los tres últimos enfocados hacia la conducción autónoma. Y digo comunicados, porque he recibido dos: primero el de una agencia de noticias, de las que se dedican a recoger todo lo que la industria genera, para luego redistribuirlo, más o menos resumido, a los medios de comunicación de información general y muy en particular en casos concretos como éste, a los especializados en dicho campo. Luego, a las pocas horas, recibí otro comunicado directamente de Good-Year, pero prácticamente con la misma extensión y contenido. Por lo cual, era lo mismo haber recibido un comunicado que dos; se ve que en ambos casos (o ya de salida por parte de G-Y) habían decidido que con ese resumen había más que suficiente información. Y ésta es la que vamos a comentar a continuación.

Digamos, de entrada, que en el comunicado se entremezclan con bastante desorden los porcentajes correspondientes a las respuestas de los encuestados españoles con las de los europeos en su conjunto; e incluso, en alguna ocasión, con las de otras nacionalidades. Para no complicar las cosas, y puesto que existe una relativa uniformidad, nos vamos a centrar en las respuestas de los españoles, que además son los que más nos interesan, por proximidad. Tan sólo en algunos casos en los que exista una notable discordancia (y dispongamos de ella, claro está) haremos referencia a la respuesta de los europeos en su conjunto. De este modo no le complicaremos la vida al lector saltando continuamente de españoles a europeos y viceversa, en unas cuestiones sí y en otras no. Y con esto, entramos ya en los siete apartados a los que hemos hecho referencia.

El primero es muy genérico, y comienza con una declaración de principios, como mínimo sorprendente: el 64% (de los conductores españoles encuestados) están satisfechos por la existencia de normas y señales de tráfico; no llega ni a dos de cada tres, pero aceptémoslo, si esa es la tabulación. Pero lo asombroso es que hay un 9% que las considera una molestia; por lo visto, uno de cada once prefiere conducir “a vista” y resolver las situaciones o bien “a las bravas” o simplemente por sentido común, cosa difícil en el saturado tráfico actual. Claro que a continuación tenemos que un 42% cree que la mayoría de los accidentes ocurren a causa de algún fallo humano (cosa bien sabida, por otra parte).

Ahora bien, y a pesar de lo anterior, un 58% considera que las máquinas (entiéndase el conjunto electrónico-mecánico que regiría la futura conducción autónoma) carecen del sentido común necesario para interactuar con el resto de los conductores, los que manejarían vehículos que todavía no serían autónomos. Las dos primeras respuestas no creo que nos conduzcan a ninguna conclusión de mayor interés; por el contrario, el tema (que luego reaparecerá) de la “interacción” entre coches autónomos y conductores “clásicos” sí que me parece de gran interés.

El segundo apartado es relativo a los comportamientos en el tráfico actual, y una mayoría (sin especificar porcentualmente) de los europeos considera que “conducir es negociar con los demás conductores”; interesante concepto este de “negociar” (primo hermano del anterior de “interactuar”), aunque habría que conocer la redacción exacta de la pregunta que da lugar a tales respuestas. En el caso de los españoles, en respuesta a esta misma pregunta o a otra muy similar, el 77% nos dice que “conducir es cumplir las normas”, y un 78% lo completa opinando que cada conductor “debería ponerse de acuerdo” con el resto de los conductores para conducir correctamente. Loable intención, pero ¿cuál es el mecanismo para ponerse de acuerdo?, ya que la telepatía no parece suficiente; podría ser simplemente cumplir las normas. Pero es curioso que reaparezca el concepto de negociar y acordar.

El tercer apartado se presenta bajo el epígrafe de la “sociabilidad” o reciprocidad de comportamientos. A este respecto sí que tenemos un desfase importante respecto al resto de los europeos, ya que entre éstos sólo un 17% no considera importante comunicarse (no dicen de qué modo) entre conductores, mientras que en España sube hasta un 42% el porcentaje de los que no lo consideran importante. Es una lástima que, de nuevo, se eche en falta una explicación sobre la forma concreta de llevar a cabo esa “negociación”, “ponerse de acuerdo” o “comunicación” entre conductores; sin esa concreción, este aspecto tan interesante se queda absolutamente cojo.

Y finalmente, para cerrar la parte correspondiente a la conducción actual, un 57% de los conductores españoles encuestados dice que les gusta conducir (¿influjo de la publicidad de BMW?); mientras que un 59% (que no sabemos en qué porcentaje se solapa con los anteriores) dicen que les resulta fácil. La verdad es que ambos conceptos pueden darse perfectamente en un mismo conductor; pero también en algunos casos podría haber una clara separación entre ambos. Un veterano taxista madrileño podría encontrar muy fácil conducir, gracias a la experiencia de muchos años; pero a su vez no disfrutaría en absoluto al hacerlo –y sería muy comprensible- en el cuadro del caótico y atascado tráfico de la capital.

Y con esto pasamos ya a la segunda parte, la correspondiente a la conducción autónoma. Aquí la encuesta hace una sutil -pero interesante- distinción entre la opinión manifestada en función de ir como conductor (parcial o casi pasivo) de un coche autónomo, o como pasajero del mismo. Las opiniones están, en todos los casos, muy repartidas a tercios entre a favor, en contra y los de “no sabe/no contesta”. Porque un 34% se sentirían cómodos al volante, y un 32% no conducirían a gusto; y por otra parte, un 30% iría cómodo como pasajero mientras que subiría al 35% los que se sentirían incómodos en el asiento de la derecha o los traseros. Aunque sea por muy poca diferencia, en ambos enfoques se aprecia que hay mayor rechazo a la conducción autónoma yendo de “paquete” que teniendo la opción, en el momento crucial, de recuperar los mandos (si da tiempo a hacerlo, claro). Y es que el 82% de los encuestados españoles querrían seguir disponiendo de un volante para cuando surgiera una situación que considerasen crítica.

La siguiente cuestión respecto a la conducción autónoma era la relativa al control del coche, que en cierto modo entronca con la anterior pregunta. Pues bien, en España somos los séptimos en estar preocupados por la falta de control humano, pues sólo el 14% de los encuestados siente la necesidad de controlar personalmente el coche, luego sólo uno de cada siete sería enemigo declarado de la conducción autónoma; necesidad de control que sube al 28% (justo el doble) entre los europeos. Los cuales, a juzgar por esto, parecen mucho más escépticos respecto a las bondades de esta futura tecnología; que esto sea así por otra causa o por tener mayor información respecto a lo que realmente supone no ya la conducción, sino el tráfico en sí bajo un régimen autónomo, queda en una absoluta nebulosa.

Y un tercer y último apartado, éste ya de contenido europeo, para confirmar el carajal en que se convierten estas encuestas cuando bien sea su planteamiento o su tabulación no son lo suficientemente claros. Porque tenemos por un lado, que Francia y Polonia son los más fervientes creyentes en la mayor seguridad del tráfico autónomo respecto al convencional; lo cual se corresponde con una respuesta muy similar, en la que Gran Bretaña y Polonia son los países donde hay más fe en el funcionamiento de las máquinas. Entonces, ¿cómo se entiende que, junto con Alemania, Francia sea el país en el que hay más conductores intranquilos por la falta de control humano en la conducción autónoma? Quizás sea que los franceses están alineados en dos bandos irreconciliables; pero por lo general, en estas cosas la transición de unas posiciones a otras tiende a ser más gradual. Por otra parte, en Bélgica son lo que menos fe tienen en las máquinas, y en Chekia donde más se desconfía de la falta de sentido común de la conducción autónoma y más se echaría en falta el placer de conducir. España sería en cuarto país (con un 69%) entre estos once, en echar de menos ese placer.

¿Qué conclusiones podemos sacar de todo esto? Respecto a los españoles, que si sólo al 57% les gusta conducir, ¿cómo se explica que al 69% le moleste perder el placer de conducir si pasamos al sistema autónomo? O bien es que hay un 12% de encuestados que no se enteran de nada, o bien algo falla en la tabulación o en la forma de resumirla. En cualquier caso, y hoy por hoy, parece que hay más partidarios de la conducción clásica que de la autónoma. Ahora bien, si sólo hay un 14% que sienten la necesidad de tener un control personal del coche, ¿no se referirá este porcentaje a lo que se opina dentro del grupo de los partidarios de la conducción autónoma? Pues convendría haberlo dejado bien explicitado en el comunicado; pues de lo contrario equivaldría a que hay mucho loco suelto.

Como único detalle realmente interesante me quedo con lo de la necesidad de interactuar, negociar y comunicarse entre los participantes en el tráfico; el problema es cómo hacerlo. Entre conductores de la etapa todavía actual, creo que se trata de añadir o complementar el cumplimiento de la norma con el sentido común (o la inteligencia, si se prefiere), pero también la cortesía. Es decir, no me importa que alguien corte una línea continua (del arcén o central) si tiene plena visibilidad, a cambio de que ceda de su derecho cuando otro conductor (por error o distracción) se encuentra en una situación apurada o peligrosa. Son los pequeños detalles en tráfico urbano: la señal con la mano para que pase el que se ha quedado a mitad de maniobra en pleno centro de la calle, dejar aparcar o salir del aparcamiento al que de lo contrario no lo haría nunca, y cosas así. En autovía, yo suelo dar el intermitente derecho al que me alcanza yendo más rápido que yo, en concreto si tengo relativamente cerca y por delante a un vehículo más lento, y quiero resolver la situación sin que haya dudas.

Pero la interactuación que realmente me parece clave es la del tráfico mixto entre conducción clásica y autónoma, en particular cuando el porcentaje de esta última adquiera unas cotas de cierta importancia. Porque en la encuesta ya hemos visto la preocupación de los conductores actuales respecto al sentido común de las máquinas; en realidad, creo que el problema sería no el sentido común, sino la ciega obediencia del sistema autónomo (y no podría ser de otro modo) a unas normas preestablecidas, que forzosamente no podrían cubrir todas las situaciones. Supongo que un alto porcentaje de los lectores de este blog son gente viajada y con experiencia en el tráfico de algunas ciudades europeas. Pues yo me planteo cómo sería el tráfico en Roma o Nápoles cuando hubiese más o menos un 50% de coches clásicos y otro tanto de autónomos.

Está claro que actualmente, el “caos organizado” funciona a base de la ágil inventiva del conductor italiano para resolver las situaciones conflictivas del modo más rápido (y seguro, dentro de lo que cabe). Con el Código en la mano, el absoluto respeto a las líneas continuas y a un generoso concepto de la prioridad, estaría garantizado el atasco total; muy educados todos, eso sí. Pero eso funciona en Frankfurt o en Berlín, con una geografía urbana mucho más favorable, y adecuada al comportamiento correcto y cumplidor del conductor medio alemán.

Pero llegado el momento de ese “mix” 50/50 entre coches clásicos y autónomos, los primeros se colarían a degüello en los generosos espacios que los autónomos dejarían respecto al coche que llevasen delante, tal y como hacen los actuales controles de crucero activos. Por algo en los manuales recomiendan que no se utilice dicho control más que en vías de trazado fácil y con tráfico despejado. Pero la conducción autónoma se supone que lo será para todo tipo de condiciones, o no responderá a su pretenciosa denominación.

Y cuando el parque llegase a estar compuesto al 100% de coches autónomos, los atascos serán increíbles; puesto que, simplemente, no habría vías suficientes para albergar –en horas punta o circunstancias de tráfico intenso (fines de semana, puentes, etc)- el rosario de coches circulando pausadamente a 50 km/h y a 50 metros de distancia uno de otro. ¿O es que no tenemos túneles urbanos donde recomiendan dichas distancias y dichas velocidades máximas?; pues si lo mismo se aplicase también al tráfico de superficie, creo que la conclusión está al alcance de cualquiera. De cualquiera, por supuesto, que no tenga un planteamiento apriorístico.

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