Suele decirse que el sentido común es el menos común de los sentidos, y como ocurre con muchos refranes y frases hechas, no le falta un poso de verdad a la manida frasecita. Siguiendo esta línea de pensamiento, quisiera comentar en esta entrada una serie de comportamientos que se aprecian en nuestro tráfico en los que el sentido común, o la más elemental lógica si se prefiere, brillan por su ausencia. Y no se trata de actuaciones que requieran una amplia experiencia de la carretera, un alto nivel de técnica de conducción o un coeficiente de inteligencia como para aspirar al Premio Nobel; muy al contrario, son situaciones tan elementales que al 99% de los que las ejecutan, si se les coge un minuto aparte y se les explica con tranquilidad lo que están haciendo mal, se dan cuenta al momento, se dan un cachete a sí mismos y dicen ¡cómo no se me había ocurrido! Porque tampoco se trata de que sean actuaciones con mala fe, causadas por el egoísmo, la soberbia, la prepotencia, algún complejo, la aplicación de la conocida ley del embudo o la pura y simple brutalidad. No; se trata, pura y simplemente, de actuaciones irreflexivas, a las que no se las ha concedido unos pocos segundos de raciocinio antes de realizarlas por primera vez, y han acabado quedando incorporadas al “modus operandi” de algunos conductores, como tantos otros defectos que encallecen con el uso.
Uno de los que más me llama la atención está relacionado, una vez más, con una utilización incorrecta del intermitente. El escenario es el siguiente, básicamente en una autovía, aunque también podría darse el caso en carretera normal, pero mucho menos; son tres vehículos los que entran en la maniobra: el nuestro, y otros dos que, al iniciarse la jugada, van más delante; por delante y por detrás de dichos tres, en algunos centenares de metros, no hay ningún otro vehículo. Por el carril derecho circula un primer vehículo, el más lento de los tres (con frecuencia puede ser un vehículo de transporte, camión o furgoneta), y por detrás suyo, a una cierta distancia pero ganándole terreno, un segundo vehículo (que suele ser un turismo, pero no necesariamente); y algo más atrás, ya por el carril izquierdo y claramente más rápido que cualquiera de los otros dos, vamos llegando nosotros.
Por la correlación de velocidades, nosotros vamos a alcanzar al segundo coche bastante antes de que él, sin que tenga tan siquiera que levantar el pie del acelerador, llegue a alcanzar al primero, salvo que dicho segundo coche se eche a la izquierda con mucho margen y nos corte el paso, para adelantar primero él; no sería una maniobra correcta, pero podría ocurrir, y de hecho ocurre con frecuencia. Pero no, el segundo coche se mantiene en el carril derecho, probablemente nos haya visto llegar y, puesto que ni pone el intermitente izquierdo ni tan siquiera inicia una aproximación progresiva a la línea discontinua (señal inequívoca de los que se meten sin señalar), damos por bueno que nos deja pasar antes que él, y que, siguiendo nuestra estela, luego adelantará a su vez al primer vehículo. Pero cuando faltan entre 15 y 40 metros para que nos emparejemos con este segundo vehículo, y sin variar su trayectoria hacia la izquierda lo más mínimo, ni tampoco acelerar, pone el intermitente izquierdo.
Momento de zozobra: ¿es que, en contra de lo que parecía, no nos ha visto llegar y se va a meter a adelantar, todavía relativamente lejos del primer vehículo? Nuestra reacción puede incluir, juntas o por separado, las siguiente maniobras: levantar, poco o mucho, el pie del acelerador, listo para saltar al pedal del freno; dedos de la mano izquierda a la palanca de luces para dar las ráfagas, y mano derecha al centro del volante para dar un bocinazo. Como es lógico, perdemos un poco de velocidad, con lo que la maniobra se alarga algo más de lo originalmente previsto; pero como dicho coche sigue correctamente por su carril derecho, seguimos progresando, aunque ligeramente mosqueados, hasta rematar el adelantamiento.
Y por el retrovisor observamos cómo, una vez que nosotros le hemos adelantado, dicho segundo coche se echa a la izquierda, nos sigue y adelanta a su vez al primero. Todo correcto, excepto por una cosa: ¿por qué demonios dio el intermitente izquierdo cuando todavía nos faltaban unos pocos metros para alcanzarle, creando una situación de incertidumbre?; porque si pone el intermitente es porque se va a meter delante nuestro. Pues no, lo da para avisarnos, se supone que a nosotros y también al primer vehículo, de que él también va a adelantar, pero una vez que nosotros ya le hayamos adelantado a él. Y en esos pocos segundos de dar el intermitente antes de tiempo (a mí me cabe la duda de si es necesario darlo, puesto que el primer vehículo circula correctamente por el carril derecho) radica el error garrafal. Y es que, vamos a ver, ¿a mí qué me importa si él va a adelantar luego al camión o no, a condición de que me haya dejado pasar?; no me importa para nada, ni dicha información tiene la menor relevancia para mí. Y de hecho, tampoco para el conductor del camión, al cual, con la autovía despejada por delante suyo, le da exactamente igual que le adelanten uno o dos coches. Pero la obsesión de que siempre hay que dar el intermitente es la causante de que, para no darlo un poco tarde, cuando ya se esté desviando a la izquierda para situarse detrás nuestro y realizar su adelantamiento, lo que hace es engañarnos a nosotros y crear una situación de incertidumbre que lo único que consigue (aparte del sobresalto) es alargar innecesariamente la maniobra de ambos.
Una variante similar, en cuanto a la obsesión de dar el intermitente, venga o no a cuento (al margen de cumplir con una norma genérica), la pude observar hace unas semanas. Carretera normal de dos sentidos de marcha por la misma calzada, recta llana y despejada, sin más tráfico a la vista (y se veían muchos cientos de metros por delante y por detrás) que los tres protagonistas: un ciclista, una conductora joven y yo. Adelanto más que desahogadamente a la chica y, sin abatirme a la derecha (no venía nadie de frente, y así no le tapaba a ella la presencia del ciclista, si es que no lo había visto ya) rebaso también al ciclista, y vuelvo a la derecha. Y por el retrovisor observo cómo ella da su intermitente izquierdo y adelanta al ciclista; lo que ya no me fijé, porque no me importaba, es si volvió a dar el intermitente derecho para retornar al carril derecho, porque eso es lo de menos. Me pregunté: ¿a quién ha señalado la maniobra de adelantamiento con el intermitente izquierdo? Detrás de ella no venía nadie, yo ya había adelantado al ciclista e incluso estaba ya de retorno al carril derecho y, habitualmente, los ciclistas no llevan retrovisores. Sin duda, un simple automatismo: me desvío y cambio de carril para adelantar (en realidad, ninguno de los dos hicimos un cambio de carril completo, sino que dejamos un más que suficiente hueco hasta el ciclista), luego previamente tengo que dar el intermitente.
No estoy en contra de los automatismos conduciendo, a condición de que sean necesarios, como reflejos condicionados, para salvar una situación potencialmente peligrosa; por ejemplo, un contravolante si la zaga se nos desliza al pisar gravilla, hielo o una mancha de aceite. Pero el automatismo innecesario, en mi opinión, es renunciar a una conducción atenta e inteligente, descargando en dicho automatismo la responsabilidad de resolver las situaciones a medida que se van presentando, una a una.
Otra maniobra curiosa, también típica en autovía, es la del vehículo claramente más lento que nosotros, al que alcanzamos cuando ya se ha desviado a la izquierda para adelantar a un tercero todavía más lento que él. Nos quedamos detrás, ni le achuchamos ni nada; pero él, con la mejor buena voluntad del mundo, es consciente de que nos está frenando en nuestra marcha, más rápida que la suya. Lo malo es que entra en juego un cuarto vehículo, también más o menos igual de lento que el tercero, y que circula unos 80 o 100 metros por delante de este último. Y entonces a nuestro hombre (o mujer), se le plantea una duda existencial: ¿adelanta a uno, se aparta y nos deja pasar, y luego remata su adelantamiento al cuarto vehículo, o sigue por la izquierda y se aparta una vez realizado el doble adelantamiento?
En el primer caso, es posible que tuviese que retener un poco su marcha al meterse entre los dos adelantados, porque la distancia entre ellos no es mucha, y apartarse, que nosotros le pasemos y volver a la izquierda requiere más tiempo y distancia del disponible sin levantar el pie. Y en el segundo caso, le agobia un poco llevarnos detrás suyo hasta acabar el doble adelantamiento; lo de pisar más a fondo durante 200 metros para resolver el asunto ni se le pasa por la imaginación, por supuesto. Así que, como persona educada que es, opta por una vía intermedia: se abate un poco a la derecha, a caballo de la línea discontinua, como para indicar su buena disposición para dejarnos pasar, pero no lo bastante como para que lo hagamos, y cuando ya está 15 metros del cuarto vehículo, se vuelve a poner a la izquierda, adelanta y, finalmente, se aparta del todo. Si no se va a apartar del todo, ¿a santo de qué viene esa media maniobra de apartarse pero no del todo, que sólo puede dar lugar a malentendidos y quizás a un accidente, si nos decidimos a aprovechar ese casi inexistente hueco que nos deja? Lo que debería hacer (y algunos lo hacen) es, entonces sí, mantener el intermitente izquierdo funcionando durante toda la maniobra, y el coche claramente en el carril izquierdo; y el que venga detrás (o sea, nosotros) aguantamos unos segundos hasta que remate, porque para algo iba él delante.
Más frecuente todavía, y potencialmente más peligrosa aún, es una maniobra muy habitual en las autovías de circunvalación de las grandes ciudades; en dichas vías es frecuente que, en unos tramos de entre como poco cien y como mucho trescientos metros, los carriles de incorporación y de salida de un nudo coexistan en un carril de servicio adjunto al más lento de los dos o más de utilización normal. En esa situación, observamos con frecuencia que, cuando coinciden dos coches realizando simultáneamente ambas maniobras, el que va a salir de la calzada principal, que lógicamente llega algo más rápido que el que acelera para incorporarse, se empeña en seguir a todo trapo y salir, pero por delante del que se incorpora; en ocasiones, esto le lleva a tener que hacer una salida muy brusca porque se le acaba el carril al que todavía no ha accedido del todo, salvo que el que se incorpora haya frenado, pierda velocidad, y le haga hueco para poder salir sin problemas.
No me he molestado en ir al Código y desentrañar lo que pueda decir (si es que lo dice) acerca de cómo resolver esta situación concreta; y es que, en el fondo, me da igual lo que diga. Ya he comentado en más de una ocasión que lo ideal sería que el Código fuese la plasmación directa de la lógica y el sentido común aplicados al fenómeno del tráfico; porque se trata, como en este caso, de resolver situaciones comprometidas tomando la decisión en décimas de segundo. Y si la decisión es errónea, aquí no hay goma de borrar para eliminar lo equivocado y empezar otra vez; como bien rezaba el título de aquella antigua serie sobre tráfico que hizo Paco Costas en TVE, en el tráfico no existe “La Segunda Oportunidad”.
Cada vez que veo realizar esta maniobra, me pregunto lo que está pasando por la cabeza de quien realiza una maniobra tan arriesgada para él y para los demás. Si el que va a salir tendrá que frenar, un poco antes o un poco después, porque al acabar el carril de salida suele haber una curva, o con frecuencia un “Ceda el paso”, ¿de qué le sirve salir tan rápido, para tener que acabar frenando, pero más fuerte, unos cuantos metros más adelante? Y si el que se va a incorporar necesita ganar velocidad, para entrar con seguridad en el flujo circulatorio, ¿por qué obligarle a frenar, para que luego tenga que reacelerar con mucha mayor violencia? Como ya he dicho, en muchas ocasiones (aunque no todas) esto se realiza de modo automático, sin mala voluntad, simplemente por no haberlo racionalizado previamente; porque si se ha pensado una sola vez, ya sirve para toda la vida. Yo creo que, al menos en muchos casos, el que va a salir se deja engañar por la impresión de que, cuando se sitúa más o menos emparejado con el que entra, todavía lleva ventaja de velocidad, y se dice “bueno, ya le paso, y luego que salga él”; pero lo que no razona es que, mientras piensa esto, él mismo ya está levantando el pie, para no salir demasiado rápido, mientras que el otro va pisando fuerte, para ganar velocidad. Y la diferencia de ambos velocidades, en uno o dos segundos, se invierte: él deja de ganar ventaja, y los metros de carril común van desapareciendo. Y entonces, ya por cabezonería, y porque lleva el coche un largo por delante del otro, se empeña en seguir acelerando hasta poder cortarle por delante, con el riesgo antes señalado de tragarse la baliza de separación entre la vía principal y el carril de salida. Una gran parte de los accidentes en este tipo de vías es por este tipo de salidas tardías (en ocasiones, sin que haya un coche que se incorpora, sino por simple distracción y querer salirse cuando ya es tarde).
Cambiemos de escenario: es de noche, y en carretera antigua, de doble sentido sobre la misma calzada. Trazado más o menos rectilíneo, poco tráfico, y dos coche circulando en sentido contrario, con un cambio de rasante de por medio. Lo lógico sería que ambos fuesen con las luces largas, que es como se debe ir si se quiere ver a suficiente distancia; pero incluso esto no es relevante para lo que quiero explicar. Lo que cuenta es que, poco o mucho antes de llegar al rasante, primero uno y luego el otro cambian a luz de cruce, porque sobre todo si venían en largas, estaban sobre aviso de que de frente les venía otro vehículo. Éste es el punto de partida: dos coches llegan de frente, de noche y en cruce, a un cambio de rasante. Pero, en la inmensa mayoría de los casos, no se produce la rara coincidencia de que se crucen justo en el rasante; por pocos o bastantes metros, uno de los dos llega a la cresta antes que el otro. Y por una sencilla razón, para comprender la cual no hace falta haber estudiado mucha Física, el que llega antes deslumbrará, durante un par de segundos, al que todavía no ha llegado, ya que su coche apunta hacia arriba, el otro está más abajo, y esos pocos grados inclinación hacia abajo que llevan las luces de cruces son insuficiente para eliminar el deslumbramiento; y eso aunque lleven reglaje automático de alcance como en los faros de xenón, porque el sistema no es tan listo como para adivinar la llegada al rasante. Por el contrario, el que llega más tarde, nunca podrá deslumbrar al otro, porque sus luces de cruce apuntan ligeramente hacia abajo respecto a la zona plana (que no horizontal) por la que está subiendo, y al otro incluso le protege el cambio de rasante.
Pues bien, en muchos casos, al que llega más tarde esto no le entra en la cabeza, y se pone a darle ráfagas como un desesperado al que acaba de coronar, cuando el pobre no tiene la culpa de una situación geométrica absolutamente fuera de sus capacidades. Y de nuevo me pregunto: ¿hará falta ir a estudiar a Salamanca para comprender esto? Cuando veo que otro coche va a llegar al rasante antes que yo, frunzo el entrecejo y miro hacia mi cuneta, porque sé que, en cuestión de segundos, voy a tener una situación transitoria de deslumbramiento. Otra cosa es cuando observas que el otro mantiene las luces largas, y las sigue manteniendo, aunque se nota que ya está muy cerca del rasante: en tal caso, el fogonazo que te pega es todavía mucho peor, y sin justificación alguna, porque al saltar el rasante, llevar las largas no le sirve de nada, porque iluminan el cielo, no la carretera.
Todavía existe otra variante de lo anterior, pero cambiando carretera por autovía, y rasante por curva. En buena parte de las autovías, y en casi todas las autopistas de peaje, suele haber un seto vegetal de separación entre ambos sentidos de marcha; seto que, en ocasiones, es lo bastante alto y tupido como para independizar por completo ambos sentidos de marcha en el aspecto de iluminación, incluso cuando dos vehículos se cruzan manteniendo las luces largas. Pero lo normal es que, a pocos desniveles que haya en el trazado, en luces largas se moleste al de enfrente; en el caso de cruzarse en línea recta, no hay lugar a dudas: hay que poner cruce, y listo. Pero, así como en el caso anterior existía un rasante, en este caso existen curvas; y no es lo mismo tener que trazar a izquierdas que a derechas.
Si lo hacemos a izquierdas, nuestras luces largas se van perdiendo hacia el campo, tras de iluminarnos un tramo de la curva que estamos trazando, y no inciden en el sentido contrario de marcha hasta estar prácticamente cruzándonos con el coche de enfrente. Por el contrario, si nos toca trazar a derechas, nuestras luces largas nos iluminan la curva, penetran en la mediana y van a darle en los ojos al conductor del vehículo de enfrente; quien por si fuera poco, va mirando directamente hacia nosotros para trazar su curva. Por ello es razonable que quien traza a izquierdas pueda aguantar las largas durante unos segundos más que el que traza a derechas, sin que por ello moleste lo más mínimo al otro. Pues esto es algo que les cuesta entender a muchos conductores, que cuando toman una curva de autovía a derechas y dan cruce porque de frente les viene otro, quieren que ese otro dé cruce a la vez que lo hacen ellos, aunque todavía no les moleste, sin darle la oportunidad a que lo haga algo más tarde, antes de molestar, pero viendo la calzada con más seguridad durante un cierto tiempo.
Finalmente, hay otro comportamiento que puede ser comprensible por la situación de nerviosismo en la que se produce, pero que puede tener consecuencias graves, ya que atenta frontalmente contra la seguridad vial. Me refiero, muy especialmente cuando se produce en una autovía o autopista, a la tendencia que tienen algunos conductores, cuando tienen una avería o un pequeño incidente con otro coche, a pararse prácticamente en el lugar en el que tiene lugar dicho incidente, en vez de apartarse al arcén derecho en cuanto haya ocasión, lo que muchas veces puede hacerse con la inercia que le queda al coche o incluso con su propia propulsión, cuando la mecánica no ha quedado inutilizada del todo, o en nada. Pero hay cierta tendencia a frenar, y quedarse en los carriles centrales o el de más a la izquierda, si el problema ha surgido allí, sin darse cuenta de que se puede organizar una muchísimo más grave de la que ya ha ocurrido.
Salvo en los casos en los que haga falta levantar un atestado, porque ha habido un accidente muy grave (e incluso en tal caso me parece a mí que lo fundamental es la seguridad del resto del tráfico), no hay razón para no apartar el o los coches al arcén, y luego vendrán las discusiones para lo del seguro, si ha sido un “toque”; porque de no tenerlo filmado, quedarse parado unos pocos metros más allá no aporta nada que no lo digan las marcas en los propios coches. Y si es una avería, si el coche no se queda clavado por haber bloqueado la transmisión o algo similar, ya es raro que no se puedan poner los intermitentes de emergencia y, con la propia inercia o propulsión, desplazarse con cuidado hacia el arcén. Pero hay gente que es capaz poco menos que de ponerse a cambiar una rueda pinchada en el carril izquierdo, por aquello de no rodar unos metros de más con la rueda pinchada, para no estropear más la carcasa. Ya digo que, en esos momentos de nerviosismo, es comprensible; pero si se tiene la idea fija de que lo fundamental es apartarse, y luego ya veremos, es mucho más sencillo reaccionar que si hay que ponerse a pensarlo en el momento en el que nos ocurre el incidente, sea éste cual sea.