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Con 17 años, y acompañado

No hay año en el que no surjan, en los múltiples campos informativos de la actual sociedad mediática, las correspondientes “serpientes de verano” para contrarrestar la eventual carencia de noticias de mayor enjundia. Y este año le ha tocado, en nuestro país y en el tema de la automoción, al recurrente asunto del aprendizaje de la conducción al margen del que se imparte en las Auto-Escuelas. Las cuales, a su vez, han sido protagonistas de rebote del problema de los examinadores, ya que al no haber exámenes, tampoco podían dar clases, pues los alumnos se amontonaban. En resumen, que el tema en su conjunto está calentito.

El asunto de los examinadores tiene mucho más de laboral que de técnico; así que dejaremos que se lo ventilen como buenamente puedan entre sus representantes sindicales y la rama de la Administración a la que le corresponda lidiar con el morlaco. Al fin y al cabo, se trata de algo tan simple como aflojar la bolsa y aumentar plantillas. Partiendo de la base, claro está, de que haya dinero para todos los que piden mejorar sus condiciones, pero sin atreverse a decir de donde hay que quitar presupuesto para dárselo a ellos (y no me refiero a este caso concreto, sino en general), ni qué impuestos hay que aumentar o inventarse para recaudar más.

Así que vamos a lo nuestro: la serpiente de este verano es casi tan vieja como la del Lago Ness, e igual de escurridiza. Porque llevamos décadas con ella, y no hay manera de sacarla a tierra firme. Ya, ya sabemos que en los USA se puede conducir acompañado desde los 16 años (o incluso antes, no lo sé bien, o quizás va por Estados); pero cada país tiene sus reglamentaciones, y la exportación/importación de las mismas no es la misma que para los productos hortofrutícolas. O sea, que el asunto sigue como el primer día, poco más o menos.

De lo que se trata, esquemáticamente, es que para mejorar la soltura al volante de los aprendices, y para aliviar el coste económico que supone practicar en un coche de Auto-Escuela con el profesor al lado, se pueda conducir en un coche normal sin doble mando a condición de ir acompañado de otra persona en el asiento del pasajero delantero de la derecha. Hay, o puede haber, toda una serie de condicionantes. El primero, la edad del aprendiz: en lo que se ha propuesto este verano eran los 17 años; o sea, uno antes de poder presentarse al examen de conducir. En otras ocasiones se propugnaban los 16 años; pero en el fondo, esto es lo de menos.

Segundo condicionante: horario y trayectos sobre los que realizar esta conducción de prácticas. Se puede, e incluso es razonable que se deba, acotar tanto lo uno como lo otro; no sería de recibo llevar a cabo estas prácticas en plena Operación Salida o Retorno, como las que acabamos de superar hace unos días. Tampoco es mayor problema; aunque como lo de la edad, el problema no es tanto legislar como luego controlar. Pero esto es cierto tanto para este aprendizaje como para controlar quien conduce con más alcohol o droga en sangre de lo que la legislación permite; cuestión de montar más o menos controles aleatorios.

Y llegamos al tercer y más peliagudo condicionante: la condiciones que debe cumplir la persona acompañante. Lo del sexo está felizmente superado; aunque hace unas pocas décadas no hubiese sido raro que se prohibiese esa actividad a las mujeres. Y lo mismo puede decirse respecto a disponer de Permiso de Conducir; eso es de Pero Grullo. Pero a partir de aquí, hay múltiples casillas a puntear, y de lo más problemáticas algunas de ellas. Así que vamos a ir analizándolas una por una.

Como ya se da por supuesto, el acompañante debe tener Permiso de Conducir; pero ¿con qué veteranía? Porque no sería razonable que al día siguiente de aprobar su examen se ponga a impartir doctrina a un nuevo aspirante. ¿Cuál debería ser el plazo razonable: cinco, diez años? Y esto nos lleva a otro problema de calendario: al margen de la veteranía en la posesión del carnet, ¿se debería exigir una edad mínima para aconsejar? Por aquello de que la gente muy joven podría ser considerada como demasiado optimista o arriesgada a la hora de dar consejos.

Pero los dos temas, veteranía en el Permiso y edad del acompañante, son menos importantes que el que subyace por debajo de ambos: experiencia, kilometraje cubierto para tener suficiente base desde la que ofrecer el consejo adecuado en cada circunstancia concreta. Y esta experiencia sí que resulta absolutamente imposible de medir para la Administración; es como lo de quitar el cartelito trasero con la “L” verde al cabo de un cierto tiempo, y ya eres un conductor igual de veterano que un camionero que lleve 30 años transportando fruta semanalmente desde Almería a Dinamarca.

Pero todavía queda, cuando menos, otra vuelta de tuerca: con más o menos edad, y más o menos años de Permiso, ¿cuál es la capacitación para enseñar qué es lo que se debe y no se debe hacer, y más aún, cómo se debe hacer? Un profesor de autoescuela pasa a su vez un examen antes de poder enseñar. Pero tener más de 35 años de edad y más de 15 de Permiso (pongamos por caso de exigencias bastante severas), no garantiza que se haya rodado más allá de 2.000 km/año, y quizás se haya hecho siempre por las mismas calles y carreteras. Pero no es sólo eso. ¿Sabe de verdad conducir bien, y en todo tipo de situaciones, y tiene las condiciones psicofísicas adecuadas para, a su vez, impartir consejos con estabilidad emocional?

Respecto al tipo de coche, mejor no hablemos, porque ese problema ya está latente en la actual situación: practicas y te examinas con un modelo concreto (o quizás alguno más, si la Auto-Escuela realiza cierta rotación); y partir de ahí, puedes pasar a conducir tracción delantera o propulsión trasera, grande o pequeño, cambio manual o automático, híbrido o eléctrico puro, etc. Evidentemente, no es posible realizar un aprendizaje completo, puesto que la panoplia de vehículos a utilizar con el Permiso normal es demasiado amplia.

Esta problemática entronca con la de una entrada anterior, que se publicó como la última del mes de Enero de 2015, bajo el título de “Los padres y el aprendizaje”. Pero allí se trataba simplemente del influjo que la conducción del padre ejerce sobre el hijo menor de edad, influjo que luego es posible, e incluso probable, que se transmita a la actuación del hijo cuando obtenga el permiso y empiece a conducir por su cuenta y riesgo. Pero de todos modos, una cosa es la influencia por simple observación, y otra el aprendizaje, a través de consejos concretos y críticas, que se recibe cuando ya vamos al volante.

Otro aspecto que no suele puntualizarse al hablar de esa conducción que podríamos calificar de “asesorada” es el momento en el que se recibe en relación al aprendizaje con el coche de la Auto-Escuela y la fecha de presentarse al examen. Podría hacerse previamente a inscribirse, con lo cual el neófito estaría conduciendo sin que haya constancia de que conoce, ni remotamente, el Reglamento de Circulación; todo el peso de cumplirlo, y a la vez asesorar sobre la conducción, recaería sobre el acompañante. Por otra parte, podría ocurrir que el profesor tuviese que dedicar las primeras clases a eliminar algunos vicios que el alumno hubiese adquirido debido a unos consejos previos inadecuados. Vicios que al estar ya afirmados por una cierta práctica, resultan más difíciles de erradicar que si se cometen de forma simplemente errónea, sin más razón para actuar de una u otra forma.

Otra posibilidad sería entreverar las prácticas “oficiales” con las “asesoradas”, y entonces sería probable que hubiese un intercambio del tipo “Pues mi padre dice que esto se así”, o viceversa “el profesor dice que se hace asá”. Finalmente, si el asesoramiento se realiza entre el final de las clases y el examen (suponiendo que exista ese lapso de tiempo), cuando el novato ya va más suelto, surge el peligro de que los consejos correspondan a una conducción normal e incluso buena, pero no los más aconsejables para aprobar el examen, que es lo que se busca. Siempre recordaré el consejo que recibí del profesor en la única clase práctica que yo dí (llegaba ya con el colmillo retorcido): “Conduces perfectamente; pero en el examen hazlo exactamente igual, pero mucho más despacio, pues a los examinadores les molestan los examinandos demasiado aventajados”. Y es que yo sí que había conducido, y mucho, con el “asesor” al lado; lo que ocurre es que mi padre era un profesional de primera fila, ya fuese con camiones o con turismos.

En repetidas ocasiones he recurrido a citas tanto del psicólogo Roger Piret como del antiguo técnico de la DGT Teodoro Rodríguez Prieto. No voy a volver a las citas textuales, sino que, mezclándolas con algunas ideas de mi cosecha, voy a intentar encuadrar el problema de la conducción en general, y de su aprendizaje en particular; y todo para comprender que eso de la conducción “asesorada” puede ser (aunque no necesariamente) un arma de doble filo. Punto de partida: la conducción de un automóvil (y por extensión de una motocicleta) es casi la única actividad cotidiana en la que un ciudadano que no tenga una profesión especialmente arriesgada, puede matar y matarse cualquier día. A partir de aquí, sigamos hilando ideas:

La popularización del automóvil puede inducirnos a pensar que la capacidad para la conducción es algo innato, connatural al hombre. Se trata de una idea equivocada; conducir un automóvil no es instintivo, como andar o correr. Conducir no sólo no es innato, sino antinatural, incluso mucho más que montar en bicicleta, moto o patines, donde el cuerpo tiende a inclinarse de forma natural contra la fuerza centrífuga. Mientras que en el coche exige accionar simultáneamente con manos y pies los diversos mandos de un vehículo que se inclina en curva al contrario de lo que consideramos natural, y sin que haya una relación completamente lineal y lógica entre la actuación sobre los mandos y el movimiento del vehículo.

Y entroncando directamente con la cuestión de las prácticas “asesoradas”, es muy importante subrayar que la simple experiencia no le garantiza por sí sola al acompañante una buena técnica de conducción. Hay veteranos profesionales que conducen incorrectamente, tanto desde el punto de vista meramente técnico como incluso de la seguridad. Pero lo que sí parece bastante evidente es que se conduce como se aprendió a conducir; podemos afirmar que sólo es buen conductor aquél que aprendió a conducir bien. Y sin negar el inestimable valor de la experiencia, único medio de perfeccionar y consolidar un aprendizaje correcto, es frecuente que una larga cuenta de kilómetros recorridos contribuya también a arraigar importantes defectos adquiridos durante el aprendizaje. Y estos defectos sí que resultan difíciles de erradicar.

Por lo tanto habría que tener un exquisito cuidado tanto en la forma de conducir cuando en el coche viajan menores de edad, como en los consejos que podrían impartirse de practicar lo de la conducción “asesorada”. Porque en cambos casos, esta sería la única, o en todo caso prioritaria influencia sobre el futuro conductor previa a la del profesor de Auto-Escuela. Por otra parte, la corrección, la cortesía, el civismo y los buenos modales pueden ser suficientes para desenvolverse en actividades sociales; pero en las calles y carreteras, aunque siguen siendo condición necesaria, no son en absoluto condición suficiente.

Otro aspecto, y muy crítico, con el que se enfrentan en particular en los Auto-Escuelas: el profesor querría enseñar a conducir bien, mientras que el alumno lo que quiere es aprobar. Y los dos tienen razón; la del profesor es evidente, y no hace falta insistir en ella. Por su parte, el alumno defiende la suya con un enfoque egoísta (conducir cuanto antes) y ahorrativo (las clases resultan caras), y también tiene razón: aprender a conducir bien, con un profesor al lado (y más en coche de doble mando), costaría una fortuna. Hacen falta unos cuantos miles de kilómetros para adquirir una razonablemente segura soltura al volante, y esto no te lo quita nadie.

Pero el error es creer que, en cuanto tenemos un poco de soltura, conseguida en solitario y con la práctica posterior a la obtención del Permiso, ya está todo resuelto y somos conductores expertos. Por ello la mayor siniestralidad se da en el grupo de jóvenes con una veteranía de entre uno y tres años de posesión del Permiso. Por esta razón en este blog hemos defendido siempre la conveniencia de, al cabo de un año o poco más de tener el Permiso, asistir a algún Cursillo de Perfeccionamiento de Conducción (no de Conducción de Competición, aclaramos una y otra vez).

Y luego, una vez eliminados vicios y aprendidos algunos conceptos básicos -empezando por el de sentarse correctamente al volante-, podremos empezar a adquirir la auténtica y correcta experiencia. Porque para una perfecta conducción es preciso que los gestos lleguen a automatizarse en gran medida. Los movimientos voluntarios, pero más o menos automatizados según el grado de adiestramiento, son lo que denominamos reflejos sicomotores, y esto lleva un cierto tiempo. Pero es imprescindible que este proceso de automatización se realice sobre la base de una conducción correcta y sin vicios, para que dichos reflejos sean exactamente los que permitan una conducción segura.

Conducir acompañado y con un planteamiento pedagógico, creo que depende mucho más que de hacerlo con 17 años antes de ir a la Auto-Escuela, o con posterioridad y el Permiso ya en el bolsillo, de que la persona que acompaña esté capacitada, técnica y emocionalmente, para poder dar los consejos adecuados en cada momento. Con lo cual volvemos a lo de un principio: el gran problema de la conducción “asesorada” reside en que no hay garantías de que ese acompañante sea, a su vez, un buen conductor, y menos aún un pedagogo de la conducción.

Por último, conviene aclarar que hay dos niveles de conducción acompañada. En la conducción “asesorada” se trata de algo en apariencia muy humilde: aprender a no meterse en problemas, a “leer” la carretera, enjuiciando con antelación su trazado (curvas, rotondas, posibles atascos), el tráfico y el comportamiento de los vehículos que ruedan en nuestro entorno, para actuar con suficiente margen de tiempo. Conviene no olvidar nunca la máxima fundamental: conducir es prever, prevenir; incluso esperar lo razonablemente inesperado (una aparente contradicción, que no lo es). Con el tiempo, y mucha práctica de conducir con atención, esta capacidad llega a ser casi la de adivinar lo que va a ocurrir, con unos cuantos segundos de anticipación. Por ello también se dice que conducir es anticipar; pero para eso hace falta, como hemos dicho, tiempo y práctica.

En el segundo y más avanzado nivel de conducción acompañada, propio del perfeccionamiento de conducción, se trataría de aprender algunas técnicas de conducción, tanto las más básicas (sentarse correctamente, posición de manos en el volante), como otras más refinadas (contravolante –salvo que el coche ya lleve ESP-, frenar y reducir a la vez, frenar a fondo con el ABS, etc). Lo de sentarse bien y posicionar correctamente las manos en el volante se supone que deberían enseñarlo en la Auto-Escuela; pero a juzgar por lo que se ve sobre el asfalto, tienen poco éxito, si es que llegan a intentarlo. La cantidad de gente que conduce como agazapada tras del volante es enorme; y los que lo manejan juntando las dos manos en una curva o metiendo una por el interior del volante, también.

Estos dos niveles forzosamente exigen entre sí un desfase en kilometraje y, por lo tanto, en el tiempo: no tiene sentido intentar explicarle la trazada de una curva a velocidad de carretera a un novato que todavía se guía por la raya blanca del arcén, y a muy baja velocidad; volvemos al carácter no instintivo de la conducción, cuyo aprendizaje exige dicho escalonamiento en tiempo y kilometraje. Pero ya sea para un primer o segundo nivel, el problema recurrente al que volvemos en esto de la conducción “asesorada” es siempre el mismo: ¿quién garantiza la cualificación del acompañante? Porque para inocular vicios, ya sea antes o después de la Auto-Escuela y de la obtención del Permiso, casi da igual que el novato los adquiera por sí mismo.

Y desde luego, cualquiera no sirve para enseñar. Personalmente me considero un buen conductor, especialmente respecto a la pura técnica de conducción. Pero no creo estar especialmente cualificado para desbravar a un absoluto novato: mi sistema nervioso podría resentirse gravemente. Mi mayor experiencia, repetida en diversas ocasiones con conocidos o familiares, se ha limitado básicamente, y hace ya años, a convencerles de la conveniencia, o incluso necesidad, de frenar totalmente a fondo con el ABS en situaciones de emergencia. Si siempre con conductores que ya tenían Permiso desde hace algún tiempo, el nivel de incapacidad para aceptar algo tan aparentemente sencillo como pisar el freno a fondo y simultáneamente girar el volante es tan elevado como el que observé en esos intentos pedagógicos, prefiero no pensar lo que será en maniobra algo más complejas.

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