Esta entrada también podría llamarse, y quizás con mayor razón, “Aventuras universitarias”; pero como parece haber cierta unanimidad en que este portal –y desde luego este blog en concreto- van de coches, me ha parecido más oportuno citar uno –y tan mítico con “el Pelotilla”- para darle cierto “tirón” de curiosidad. Así tal vez haya más comentarios, y el señorito Moltó se pondrá muy contento, como con lo del Cadillac de Franco. Y es que los que no somos famosos “per se”, tenemos que aprovechar habernos rozado en algún momento con personajes mucho más conocidos que nosotros, para conseguir ese “cuarto de hora” de gloria al que todos tenemos derecho según Andy Warhol, el del bote de sopa de tomate Campbell’s.
Así pues, los que tengan edad suficiente para recordar (reciban mi más sentido pésame), que peguen un salto atrás de 48 años; y los que no, que se lo imaginen. Por mi parte, y para centrar mi situación, simultaneaba mis estudios de Ingeniería Industrial con la colaboración, ya fija, en la posteriormente desaparecida revista “Velocidad” (primero quincenal y luego semanal). Precisamente, en Navidad de ese año 1965 al que me voy a referir, es cuando realicé mi primera prueba “en serio” de un coche (el Renault 8), entendiendo por tal lo de “ahí tienes el coche para una semana”.
Pero también corrían tiempos revueltos en el mundillo universitario; y en Febrero del mencionado 1965 se organizó la llamada Asamblea Libre de Estudiantes, que iba itinerando de una Facultad a otra: Derecho, Filosofía y Medicina básicamente, por su situación estratégica en el Paraninfo para poder salir corriendo en múltiples direcciones. Y también con la intención de despistar a los de la Brigada Político-Social; vano intento, porque estaban enterados de casi todo, gracias a “soplones” que tenían infiltrados como estudiantes. De hecho, alguno de ellos (muy popular más adelante, pero no como político) estudió la carrera gratis a cambio de dichos “servicios prestados”; como falleció no hace mucho, la más elemental caridad cristiana me impide dar el nombre, y quede simplemente la anécdota anónima.
El objetivo básico de la Asamblea era democratizar la estructura del SEU (Sindicato Español Universitario), en la que se podía elegir a los Delegados de Curso y de Facultad o Escuela; pero a partir de ahí chocabas con la estructura política, y los Delegados de Distrito Universitario y Nacional eran elegidos “a dedo” desde la Jefatura Nacional del Movimiento. Se trataba de tener controlado el mundo universitario, y no dejar cauces a veleidades democráticas. Un poco antes de mis tiempos el Delegado Nacional había sido un tal Aparicio Bernal, y en los míos José Miguel Ortí Bordás, que tuvo cierta relevancia en la Transición; los hay que se apuntan a todo.
Por aquel entonces yo pertenecía a la JEC (Juventud Estudiante Católica), que no era sino la rama estudiantil de Acción Católica; nuestra mentalidad, en general, era muy “progre”, eso que se llama “de izquierdas” sin puntualizar mucho más. Vamos, muy en la línea de Juan XXIII, y de sus encíclicas “Mater et Magistra”, “Pacem in Terris” y de ahí en adelante. De hecho, como Secretario que fui de la JEC durante dos años, recuerdo que tuve una memorable “enganchada” con el arzobispo Don Casimiro Morcillo, porque no se le ocurrió otra cosa que pretender que trasladásemos nuestra digamos sede, desde un pisito que teníamos por Argüelles ¡a los bajos del Arco de Triunfo en La Moncloa!; que nos los cedían no sé si gratis, y así estaríamos más cerca de la Ciudad Universitaria. No llegó a excomulgarme, pero del Arco de Triunfo ya no se volvió a hablar. Y en esas estábamos: académica, militante y automovilísticamente hablando, cuando se organizó el lío de la Asamblea.
Yo acudí a ella desde el primer momento, porque me parecía imperativo desmontar el chiringuito del SEU; allí participaba gente de todas las tendencias, desde por supuesto los comunistas (PC de ahora en adelante), hasta monjitas Teresianas que estaban estudiando carrera universitaria, pasando por socialistas (los de la foto del “clan de la tortilla” supongo que harían lo suyo en Sevilla), falangistas auténticos más o menos despistados (al menos a mí me lo parecían), e incluso catedráticos. De hecho, a tres de ellos (López Aranguren, Aguilar Navarro y Prados Arrarte) su apoyo a la Asamblea les costó la expulsión de su cátedra.
Y al segundo, o como mucho al tercer día, los “cabecillas” de la Asamblea estaban roncos de gritar, y no podían ni leer los papeles que pasaba la gente con sugerencias. No sé cómo, pero en Filosofía yo me había situado detrás de la “mesa presidencial”; así que le quité el papel de las manos al que intentaba leerlo, sin emitir más que un ronco susurro, y lo leí. Al momento quedé incorporado a la mesa como portavoz, hasta que acabó aquello al cabo de dos semanas de haber empezado. La ventaja de no haber fumado nunca y de hacer deporte, porque por aquel entonces yo le daba duro a la bicicleta de carretera (la “mountain-bike” ni se había inventado).
Unos días la Asamblea se disolvía pacíficamente, y otros acababa como el Rosario de la Aurora; lo de pacíficamente o no dependía de que hubieran llegado “los grises”, y a correr tocaban. Lo más serio fue cuando, con los catedráticos al frente, intentamos llegar en marcha pacífica hasta el Rectorado, que estaba (y supongo sigue estando) en Moncloa; nos cortaron el paso en la avenida Universitaria, y los catedráticos intentaron parlamentar con el capitán, para que nos dejasen pasar tranquilamente, entregar las conclusiones que había sacado la Asamblea, y disolvernos. Pero que no y que no; así que al cabo de un momento, tres toques de silbato, las mangueras de agua, carga de caballería y de a pie, y los catedráticos al paro.
En algún día anterior, los del PC –que no daban puntada sin hilo- se trajeron a un destacado sindicalista obrero, para apoyar nuestra lucha. El objetivo era evidente: la noticia saldría en “Le Monde”, enviada por el corresponsal José Antonio Novais, paño de lágrimas de todos los enemigos del Régimen -y uno de los personajes más odiados por éste-, ya que contaba todo lo que ocurría por aquí; y el prestigio internacional de su medio le permitía ser intocable. Pero yo percibí un peligro en la maniobra, porque lo que iba a destacarse es que el movimiento sindical de izquierdas (léase PC) se unía al movimiento estudiantil; y en la Asamblea participaban muchos “niños bien”, que encontraban justa la reivindicación, pero en cuyas casas cualquier cosa que sonase a “comunista” olía a azufre diabólico. De manera que si los “media” nacionales y extranjeros publicaban que nuestra lucha iba de la mano de Comisiones Obreras, íbamos a perder mucho apoyo. Así que, como portavoz, agradecí la intención, pero dije que era mejor dejarlo ahí y ceñirnos a lo nuestro, porque el mejor servicio que podíamos hacer a la causa obrera era tumbar al SEU; si lo conseguíamos, ya se habría abierto una brecha, lo que sería un buen precedente. Se aprobó por aclamación; y el sindicalista, muy inteligentemente, saludó y se fue.
Pero la cosa no era tan simple; al acabarse el ciclo de Asambleas, en una especie de “empate técnico” con el Régimen, se organizó la por entonces famosa “reunión del Parador de Villacastín”, con una delegación de la mesa y diversos Delegados de Facultades. El interlocutor enviado por el Régimen era Herrero Tejedor, padre del periodista y político Luis Herrero; un hombre dialogante y muy abierto (por eso lo enviaron, para limar asperezas) que llegó hasta donde pudo. Pero cuando dijo lo de que en España ningún organismo tenía autonomía para darse a sí mismo la estructura que desease, ahí se acabaron las conversaciones. Y para 1968, vuelta a lo mismo; aunque a mí me cogió ya fuera de la Universidad.
¿Qué cuando aparece el 600? Calma, calma, que todo llegará; pero puesto a largar historietas prefiero hacerlo por orden, y dejar lo del coche para el final, y así me garantizo que aguantan Vds el rollo. Todas estas actividades tenían su riesgo; no olvidemos que estábamos en 1965. A mí ya me buscaban; porque en la asamblea, obviamente, participaban los soplones, e incluso hacían fotos con cámaras pequeñitas, que ya las había (la famosa Minox). Por ello, un conocido de los que había sido ya detenido -no sé si por no correr bastante rápido, o porque le conocían y fueron a por él a su casa- me advirtió que le enseñaron una foto mía, preguntándole quién era “el de la cazadora de ante” (en realidad era de antelina textil, mucho más barata). Así que durante algunas noches no dormí en casa, sino por aquí y por allá; de todos modos, estudiando en una Escuela Técnica, tenía la ventaja de que allí no había infiltrados, ya que donde cargaban la mano en la vigilancia era con los “intelectuales”: Derecho, Filosofía y Letras, Políticas y Económicas, y algo en Medicina y demás Facultades.
Claro que algunos lo de las detenciones lo resolvían por las bravas, como Tommi Quadra-Salcedo (sobrino de Miguel, y de físico similar aunque no tan grande, que cariñosamente se refería a él como “mi tío el bestia”). En una manifestación en la Plaza de Colón, uno de la “Político-Social” consiguió acercarse a él y le echó mano; la respuesta de Tommi fue largarle un guantazo que lo tumbó, y salió corriendo. Por supuesto, ése sí que tuvo que dormir fuera de casa durante una buena temporada; con el tiempo, tuvo un puesto importante en no recuerdo qué organismo europeo, por Bruselas o algo así. Pero también teníamos a veces apoyos voluntarios y no esperados: en una de las múltiples manifestaciones, en el paseo de Recoletos, habíamos cortado el tráfico, para que el público se enterase de lo que pedíamos. Yo me acerqué a un conductor, y como me parecía importante tener la opinión pública a favor, le expliqué lo que pasaba; era un tipo joven, de treinta y tantos años. Y la respuesta me dejó asombrado y optimista: “Yo ya estuve en lo del 56, ¿dónde quieres que te ponga el coche?” Y lo plantó en medio del cruce, bloqueando totalmente el paso.
Lo “del 56” fueron los primeros escarceos de malestar estudiantil; se destacaron entonces algunos futuros protagonistas de la política nacional, como Enrique Múgica-Herzog (futuro Defensor del Pueblo) y Miguel Boyer (ministro y contrincante de Ruiz-Mateos, amén de marido de Isabel Preysler). Lo malo es que entonces hubo un muerto, en el bulevar de Alberto Aguilera: un chico falangista de los que iban en “contramanifestación”; naturalmente, la culpa se la echaron a los comunistas, pero era bastante improbable que así fuese, ya que no hubiera sido socialmente rentable de cara a la opinión pública. Todo apunta a que el tiro se le escapó, con los nervios, a uno de sus colegas; que esos sí iban armados, y le alcanzó a él.
Yo no iba exactamente “por libre”; participaba en el fracasado intento de crear (se creó, pero duró poco) la UJDC (Unión de Juventudes Demócrata-Cristiana), se suponía que rama juvenil de diversas asociaciones políticas de gente mayor que existían bajo una discreta vigilancia del Régimen, porque eran “gente de orden” y prestigio, y daban menos problemas que los del PC. Allí estaba Joaquín Ruiz-Giménez, Javier Cortezo y diversos intelectuales y profesionales prestigiosos. A mí, y a bastantes otros, no nos hacía mucha gracia mezclar churras con merinas, porque una cosa era lo político y otra lo confesional; pero se hizo para bloquear el nombre, e impedir que gente de tendencia “carca” lo copase. Lo que ya ocurría a nivel internacional, donde quienes figuraba en la Internacional Democristiana eran, ni más ni menos, que el PNV vasco y uno de los antecedentes de CiU (no me acuerdo si Convergencia o Uniò; el que fuese más antiguo). Allí estábamos gente de la JEC, de “los Luises” (con los jesuitas “progres” detrás), y por el estilo. Nombres: Gregorio Peces-Barba (nos aproximamos), Perico Altares, Oscar Alzaga, Nacho Camuñas y Javier Rupérez, entre otros.
Como ya he dicho, no iba del todo por libre, pero sí muy a mi aire y sin ataduras; y por lo visto, se me notaba. En una ocasión, al acabar una Asamblea, se me acercó una chica que yo no conocía de nada, para hablarme y tranquilizarse respecto a los objetivos de la Asamblea; era lo que antes dije, una “niña bien” que quería participar, pero que recelaba de otros a los que se les notaba que tenían una intención más allá de lo estudiantil. Lo cual me parecía legítimo, porque yo también iba más allá; pero en la asamblea estábamos a lo que estábamos, y mi diferencia con los del PC –al margen de las ideológicas- era la de utilizar o no a las personas. Según ellos, había que decirles que viniesen a la manifestación, porque “allí no pasaba nada”; y si luego les sacudían un porrazo pues mejor, porque así se radicalizaban. Yo por el contrario, prefería tener algo menos de gente al lado, pero conscientes de sus ideas, y del eventual riesgo que corrían.
Y ese comportamiento, que por lo visto trascendía, es lo que hizo que un buen día se me acercase una estudiante norteamericana, para hablar muy en secreto. Me dijo que trabajaba -y por lo que pude ver luego era verdad- como informadora para el corresponsal de “Newsweek” en Madrid; que no era español como el Novais de “Le Monde”, sino también yanqui, y que por ello, prefería no aparecer personalmente por las manifestaciones, al ser extranjero. Así que nos veíamos en cafeterías por la tarde, cada vez en una distinta, y yo le iba contando cosas, procurando explicar lo más claro posible lo que ocurría y nuestros objetivos. Pero ella dale que dale, que si había muchos o pocos comunistas, que si tenían mucha o poca influencia, y todo el rato con el PC arriba y abajo; al poco tiempo (digamos un par de días) yo ya tenía claro que el corresponsal de “Newsweek” era, a su vez, informador de la CIA, o quien sabe si al revés. Pero por ello mismo, me parecía importante que se supiese que en España éramos muchos los que, sin ser comunistas, estábamos en contra del Régimen; y también me parecía importante establecer unos lazos más estrechos con mi intermediaria, porque estaba como un pan. Pero no hubo forma de sacarle una cita que no fuese de trabajo, no sé si por mi carencia de atractivo personal, o porque tenía órdenes estrictas de no implicarse más que lo justo para sacar información.
Y por fin llegamos a lo del 600. Hacia el final de la Asamblea ya se habían ido perfilando unas conclusiones, y se habían establecido contactos con bastantes Delegados de Facultad (electos, pero que quizás por su cargo, estaban algo menos comprometidos). Recuerdo una reunión conjunta con ellos en el ICAI/ICADE de Areneros, donde el de Derecho -Fernando Méndez-Leite, posteriormente muy introducido en el mundo del cine- se empeñó en conocer la identidad de todos y cada uno de los componentes de la Mesa de la Asamblea. Se le dijo que ni flores; que si habíamos llegado hasta allí, y los miles de asistentes nos apoyaban, no íbamos a empezar a soltar el DNI a las primeras de cambio. Por supuesto que el método asambleario no tiene muchas garantías democráticas; pero en un régimen totalitario, era el único cauce para conseguir algo; y desde luego, bastante más que a través de las bloqueadas Delegaciones de Alumnos oficiales.
Total, que además iban llegando Delegados de otros Distritos Universitarios, para conseguir un consenso a nivel nacional; estaban todos reunidos en la Delegación de mi Escuela, en los altos del Hipódromo, al final de la Castellana, ya que allí era difícil que se les ocurriera buscarles. Yo, por aquel entonces, también era miembro de la redacción de “Arista”, la revista de la Escuela; igual que ahora, no me bastaba con escribir en “Velocidad”. Y mi Delegado de curso era Miguel Ángel Bilbatúa, más tarde crítico teatral, y ya fallecido. Parece que el mundo de la comunicación nos atraía a todos los metidos en aquellos jaleos, porque yo también pasaba con frecuencia por la redacción de “Cuadernos para el Diálogo” en la calle 4 de Agosto, donde estaban Pedro Altares y otros compañeros del contubernio de la UJDC.
El problema residía en llegar a la Escuela de Industriales con los papeles de las conclusiones sin que los de la Social se enterasen; porque si hacían una redada, se iba todo al traste: dichos papeles iban a ser la base para la posterior reunión de Villacastín. Había que moverse con coche, ya que en transporte público les era muy fácil seguirnos, porque no te vas a poner a correr en plena calle; y en 1965 no había muchos coches, y menos quien lo prestase para dichos menesteres. Así que el coche disponible era el de Gregorio, a la sazón Adjunto de Cátedra de Joaquín Ruiz-Giménez; y el conductor, ¿quién iba a ser?; pues “el de los coches”, o sea, yo.
Cómo lo sabían lo desconozco; pero nada más salir de casa de Gregorio (zona Pº del Prado) ya teníamos pegados a la zaga dos 1500 negros con matrícula de Alicante; era como si llevasen a la vista pintura a cuadros, luces y sirena. Serían entre 15.30 y 16.00, con poco tráfico; al principio procuré conducir normal, aunque intentando despistarles, pero no había nada que hacer. Pasaba el tiempo y había que llegar a Industriales; así que pasé a recurrir a métodos más radicales. Me acompañaba Joaquín García, a quien llamábamos “el Enano”, no porque fuese bajito (que no lo era tanto), sino por ser de los más jóvenes; era quien llevaba la cartera con los papeles.
Mi intención era ir a una zona donde, por conducción, pudiese despistarles: el Parque del Retiro; así que subí tranquilamente por Claudio Moyano (Cuesta de los Libreros), entré pausadamente en el Retiro por el Paseo de Fernán Núñez, en ligera subida, y al llegar a la glorieta del Ángel Caído reduje a segunda, luego metí tercera y me lancé a todo lo que daba a gestionar la Curva de la Rosaleda, donde yo solía situarme para ver las carreras de motos. Es una semicircunferencia, de unos 400 metros de desarrollo, muy ancha y que admite todo tipo de trazados. El primer 1500, sorprendido, se quedó muy atrás; y el segundo, con doble retraso para reaccionar, todavía mucho más. Al acabarse la curva, frenazo y giro brusco de 90º a izquierdas, para retornar por el estrecho Pº de Uruguay al Ángel Caído, y volver a salir del Retiro. Pero, por muy poco, al primer 1500 le dio tiempo a verme girar, y ya bajando hacia Alfonso XII, se me pegó como una lapa. El otro se perdió, así que sólo quedaba uno por despistar.
Pero éste ya no se fiaba, y me seguía prácticamente pegado; yo no sé por qué lo hacía, porque era evidente que no le iba a llevar a nuestro objetivo. Pero al hombre le habían dicho que nos siguiese, y él nos seguía. Así que le dije a Joaquín que se preparase para saltar del coche a toda velocidad, en cuanto llegásemos a la puerta de más abajo de la antigua Universidad de la calle San Bernardo, y yo le recogería más tarde al lado contrario, en Amaniel, en cuanto consiguiese despistarles; así, al menos no podrían coger los papeles, si me detenían. De modo que enfilé por todos los Bulevares, y al llegar a la glorieta de S. Bernardo (ahora de Ruiz-Giménez, en homenaje al buenazo de D. Joaquín), de nuevo la misma maniobra: me lancé por San Bernardo abajo como un “kamikaze” para sacar ventaja y darle tiempo a Joaquín a entrar en la Universidad sin problemas.
El 1500 también se lanzó cuesta abajo, y ya me iba alcanzando cuando llegamos a la manzana de la Universidad, bastante larga. El 1500 estaría ya a unos 30 metros, cuando dos reducciones con doble embrague y punta-tacón, de 4ª a 2ª, coordinadas con una frenada a tope, permitieron clavar el coche enfrente de la puerta que buscábamos; Joaquín bajó como un rayo, y entró. Y entonces vino lo mejor: sorprendido por la maniobra, el conductor del 1500 tuvo que echarse a la izquierda para no empotrarse contra mi 600 (bueno, el de Gregorio), e incluso sobrepasó por un poco el cruce con la calle de los Reyes, que me permitía girar a la derecha. Yo vi el cielo abierto, y él también se dio cuenta de que la presa se le escapaba; al momento insertó la marcha atrás, para poder girar por Reyes y perseguirme de nuevo.
Pero no hubo lugar; providencialmente, porque había poco tráfico, llegó otro coche que también bajaba por San Bernardo, se le colocó detrás y le frió a bocinazos, por la maniobra ilegal que intentaba. Con un coche camuflado, poco o nada podían hacer los de la Político-Social más que mirar como, ya con toda tranquilidad, yo giraba lenta y majestuosamente por Reyes; y entonces, quizás imprudentemente, le puse la guinda a la tarta. En el 1500 iban tres: dos delante y un tercero atrás; y este último miraba por la luneta con una cara de rabia incontenible, mientras que yo, con una sonrisa de oreja a oreja, le saludaba amablemente con la mano izquierda al realizar el giro. Me dio tiempo sobrado a volver a girar a la derecha en Amaniel, y recoger a Joaquín, que en aquel momento llegaba corriendo. Y ya nos pudimos ir tranquilamente a nuestro destino, y entregar triunfalmente los dichosos papeles (que sirvieron para poco, evidentemente). Cuando luego le contamos la odisea a todo el mundo, Gregorio me dijo, muy cachazudo: “Pero hombre, lo del saludo desde mi coche te lo podías haber ahorrado”. Es que no me pude contener, le respondí, tras media hora de persecución.
Pero las emociones con ese coche no habían acabado; muy poco después, y para ir extendiendo la estructura de la UJDC y de la UED (Unión de Estudiantes Demócratas), hubo que hacer un viaje hacia Valladolid y Salamanca; de nuevo con el mismo 600, y con el mismo chófer. Me acompañaba de nuevo Joaquín, y también Laureano, buen amigo y compañero de Económicas. Y sabiendo que íbamos en dicha dirección, se nos unió Carlos Romero, que también iba hacia la zona; Carlos (posteriormente Ministro de Agricultura) era todo un mito en la Universidad; se daba por hecho que era comunista, pero el misterio radicaba en saber si lo era “con carnet del Partido” o sin él. La cuestión es que, ya de noche, nos para la Guardia Civil en plena carretera; ya la hemos liado, y encima con Romero a cuestas. Se acerca un agente, bajo la ventanilla esperando lo peor, y muy atento me dice: “Lleva un faro fundido”. No me había dado ni cuenta, o acababa de ocurrir; qué más da. Por suerte, el coche llevaba el obligatorio repuesto, así que los picoletos incluso se ofrecieron a echar una mano, aunque no hacía falta; cambiamos la bombilla y seguimos, sacudiéndonos el susto del cuerpo. A la vuelta, no recuerdo si en Ávila o en Segovia, paramos para darle una sorpresa a la novia de Laureano, que vivía allí con su familia: llegamos justo a la hora en que volvía a casa de estudiar, y nos encontramos con una preciosa criatura de pongamos 15 o 16 años, ¡y uniforme de colegio de monjas! Una escena enternecedora; muertos de envidia, le llamamos a Laureano corruptor de menores y cosas peores, y nos volvimos para Madrid.
Un poco más adelante estuve en la “reunión de Los Molinos” (también controlada a distancia por la policía), donde nos encontramos con la gente del PNV y de la todavía no CiU, a los que casi les da un soponcio cuando les enseñamos el programa y las bases ideológicas que habíamos preparado (yo tuve cierta culpa de ello, no lo niego) para la UJDC. Pero los que estaban en la Internacional Democristiana eran ellos; así que al poco, ahí se acabó dicha aventura, al menos para mí. Huelga decir que durante aquel trimestre, de estudiar poco; una causa más de acabar dejando colgada la carrera, entre que ya escribía de coches, y que en la Escuela, de coches ni se hablaba. En cambio, entre algunos de la UJDC el coche sí que molaba; al propio Gregorio le gustaba darle a la rosca, y en su casa tenían un modelo de Ford muy peculiar: el primitivo Capri británico, un coupé sobre la base del Anglia, con la luneta trasera inclinada al revés, como más tarde el Citroën Ami. Y también era aficionado Oscar Alzaga, que en alguna ocasión se comunicó conmigo para pedirme opinión acerca del BMW 528 que manejaba.
Haber conocido a gente que luego fue relevante tenía su morbo. Y por ello, muchos años después (mediados de 2001), cuando la presentación del Lexus SC-430 tuvo lugar en Washington, para el grupo español se organizó una agradable visita a nuestra Embajada, en cuyo programa se incluía departir un rato con el embajador, a la sazón Javier Rupérez. Y yo ya me estaba imaginando la cara que pondrían los colegas al verme saludar y darle un abrazo al embajador, antiguo compañero en aquellas ya lejanas andanzas. Pero a última hora, no sé que urgencia de última hora le hizo tener que desplazarse fuera; y nos quedamos sin saludarle, y yo sin asombrar a nadie.
También muchos años después de todo lo que he relatado, me encontré en Barajas con Gregorio: ¿y qué hace ahora?, me preguntó; pues lo mismo de antes, como con tu 600, le respondí; sólo que ahora me pagan por hacerlo. Gregorio había cambiado bastante, y no sólo por haber adelgazado; al contrario de lo que con la edad hace la mayoría, se había radicalizado en sus posiciones. Fallecido hace no mucho, este suceso fue una de las causas de que escriba esta entrada, que hace ya tiempo le prometí a Javier Moltó; pero antes de dejarnos, le había dado tiempo a ser uno de los padres de la Constitución, Rector de Universidad y un intelectual prestigioso.
¿Que cómo, después de esto, no acabé en política de forma más activa? La verdad es que, si alguien como Pepiño Blanco pudo llegar a ministro, bien podía yo haber sido, en la democracia, un jefe o jefecillo del Parque Móvil de Ministerios, o algo parecido. Pero quizás valió más la pena haber hecho lo que en su momento creías que era lo correcto, seguir haciendo lo que a uno le gusta, no tener que deber nada a nadie, no tener que tragarse un sapo con el desayuno (dicen que es connatural con la política activa), y dormir con tranquilidad de conciencia. Y en todo caso, así es como fue la cosa, y no me arrepiento.
P.D.: Como con algo hay que ilustrar el “ladrillo”, no iba a poner fotos de manifestaciones ni cosas así. De modo que aprovecho para hacer una recorrido cronológico del 600, aunque con fotos de Fiat; de Seat no hay quien encuentre nada, al menos en la web de la marca, que empieza a tener material sólo a partir de 2009 hasta ahora.