El asunto de las furgonetas ha dado lugar a un debate tan intenso que, como ya he dicho en el comentario 61 a dicha entrada, lo que iba a ser un comentario se ha acabado convirtiendo en esta nueva entrada, porque pretendo tocar algunos aspectos que en todo el debate anterior habían quedado en la sombra o, como mucho, en el claroscuro. Pero antes de nada, quisiera manifestar mi alegría porque esta es una de las formas, entre otras también muy válidas, como a mí me gustaría que se desarrollase este blog: partiendo de algo que no pasa de relatos más o menos anecdóticos, entrar en aspectos subyacentes de mucho más interés; en este caso concreto, comportamientos en el tráfico entre conductores lentos y rápidos, agresivos y timoratos, observantes fieles y a rajatabla de la letra de la ley y otros que se apuntan a la interpretación de San Pablo (supongo que en alguna epístola) cuando dijo aquello de “la letra mata, el espíritu vivifica”.

Es evidente que yo estoy entre estos últimos; lo mismo que JotaEme, Gurb, Cupraboy, Ayatolah, Sisu, Valmhö, Enrique, Joaquín, Ele de Luis y algunos más que se me pueden haber escapado en el recuento. En cuanto a los que no opinan igual creo haber detectado dos categorías: los que simplemente prefieren no meterse en problemas, dejar pasar a cualquiera que les achuche, pero sin preocuparse específicamente de si tanto uno como otro va por encima o por debajo de los límites legales de velocidad, y los que todo lo fían a la estricta observación de los límites, a la actuación de la habitualmente invisible (sobre todo en dichas ocasiones) presencia de los agentes de tráfico, y a considerar como “justicieros de la carretera” o “chulitos” a quienes no opinan como ellos, y quieren defender su derecho a circular sin ser avasallados.

Los del primer grupo tenemos una ventaja de salida: no pretendemos que el resto de los conductores actúe como nosotros; de hecho, yo no se lo recomendaría, y de forma muy encarecida, a quien no estuviese más que razonablemente seguro de ser capaz de salir airoso y sin problemas del lance; por el contrario, el segundo grupo no sólo actúa como ellos, en pleno uso de su libre albedrío, consideran oportuno, sino que nos quieren obligar a los demás a hacer lo mismo. No es que esta diferencia nos convierta automáticamente a los primeros en más acertados en nuestra elección, pero al menos sí que mantenemos una postura más liberal. Porque el simple recurso a la observancia ciega de las normas (que, por cierto, parece que van a contemplar como punible que te meten encima una furgoneta en un tráfico denso y congestionado) es uno de los temas que precisamente están en juego. Y el que no haya infringido alguna, o muchas veces, la letra de la ley, con total y absoluta tranquilidad de conciencia de no haber creado ninguna situación de peligro ni a propios ni a extraños, que levante la mano, o que con ella tire la primera piedra.

A este respecto, JotaEme lo deja muy claro en uno de sus comentarios, que me tomo la liberta de repetir, unificando párrafos: “El problema no es la velocidad, pues la velocidad no determina un desenlace fatal; es la incompetencia del conductor la que, a cualquier velocidad, desencadena un accidente. Lo único cierto es que la mayor velocidad trae consigo un accidente más grave, pero no que sea ésta la que lo originó. Se legisla para que los incompetentes tengan menos oportunidades de cometer errores y así el Estado-niñera nos convierte a todos en ineptos por nuestra propia seguridad. Yo tampoco cumplo los límites de la velocidad y no estoy orgulloso de hacerlo, ni lo contrario; soy indiferente. Y también adelanto por la derecha a imbéciles creídos de que nadie puede adelantarlos y de que los espejos retrovisores no deben ser mirados. De no hacerlo así, estaría admitiendo el determinismo de los idiotas sobre mi vida, y no señor, por ahí no paso, y no pienso pasarme tres cuartos de hora tras un estúpido por más código que lo diga. Resulta cansino ver cómo tratamos de ahormar a la gente al molde de la mediocridad en la que tan a gusto nos encontramos”. Clara y concisa declaración de principios, a la que me adhiero totalmente.

Y ya en el tema concreto de las furgonetas, me parece adecuado seguir copiando a otro comentarista, en este caso Enrique: “Un conductor bueno y experimentado (cualidades que no siempre van juntas, por cierto) puede ir rápido y seguro en un turismo, y más si éste es moderno y de alta prestación; en cambio un conductor de furgoneta, por muy bien que conozca la ruta, suele ir mucho más cansado, lleva un vehículo de alto centro de gravedad y escasas cualidades dinámicas, y ya sin margen de respuesta ante un imprevisto; y en muchos casos son gente con no demasiada experiencia al volante, y mucho menos formación automovilística”. Pero llega, como suele ser habitual, “emprendeitor”, y me suelta: “Y no le entiendo… porque usted se queja de quien no quiere ser adelantado… pero luego se queja también de que le quieran adelantar a usted…”. Desde luego que no me entiende: tanto en uno como en otro caso, yo voy a los mandos de turismos de mucho mayor nivel prestacional y mejor comportamiento rutero que un vehículo de carga, y tengo más que sobrados conocimientos para saber que lo que él (él, y no yo) pretende hacer atenta contra las más elementales normas de seguridad vial. No me quejo de que otro vehículo cualquiera me quiera adelantar (de hecho, cuando voy a crucero constante me adelantan bastantes e incluso lo facilito dando el intermitente derecho, a la menor duda), pero sí me molesta y me parece peligroso que lo quieran hacer cuando es algo que está claramente por encima de las posibilidades reales de su vehículo, y de la más elemental prudencia. Y procuro ponerle coto no tanto por mí, sino por los demás; que otros sean partidarios de ceder ante el avasallamiento es cosa suya, pero que no nos intenten imponer dicha actitud a los demás.

Pero incluso obviando la mejor o peor técnica de conducción del furgonetero, también tenemos comentaristas que, como “emprendeitor” (una vez más) no acaban, o no quieren acabar, de entender lo que otros dicen; así su afirmación de “si alguien le achucha, será que lleva más prisa” cae nada menos que en cuatro errores de apreciación. Y no olvidemos que estamos hablando de condiciones de tráfico denso y aglomerado, y no de que un vehículo te alcance en una carretera o autovía con tráfico fluido y despejado. Pues bien, el que achucha por detrás puede ser por la mala costumbre de algunos conductores de seguir demasiado de cerca, aunque no tengan ni más prisa, ni intención de adelantar; puede ser que no tengan prisa, pero sí intención de adelantar por impaciencia (el clásico “quítate tú para ponerme yo”); puede ser que tengan ambas cosas, sólo que yendo en caravana lo que deberían hacer es aguantarse hasta que el tráfico se clarifique, y entonces ya veríamos; y puede ser que efectivamente adelanten, y en cuanto el tráfico se libere, resulte que tienen menos prisa, o al menos, un ritmo de marcha inferior al del coche al que han achuchado, avasallado y quitado de en medio, cosa que suele ocurrir.

Mi anécdota con los furgoneteros del desguace ocurrió cuando yo iba más rápido que ellos, y se conjuraron para no dejarme pasar; porque muchas otras madrugadas, cuando yo iba (y ahora sigo yendo) por la misma autovía pero a 140 km/h constantes, me habían adelantado cantidad de veces, sin el menor problema por mi parte. Así que de “justiciero del asfalto”, nada de nada; allá ellos, aunque sigo pensando que, desde un punto de vista puramente técnico, una furgoneta a 150 km/h reales, o incluso más, no es precisamente un vehículo muy seguro, pero ni se me pasaría por la imaginación bloquearles el paso. En cuanto a lo del Porsche y la C-15, no hubo guerra en absoluto, ¿cómo podía haberla?; simplemente, me partía de risa al ver sus ingenuos intentos de dejar atrás al deportivo. Y respecto al aguerrido muchacho de la furgoneta por la calle Princesa, el que hizo o dejó de hacer cosas raras sería él; yo, con un coche de mucho más tirón para encontrar un hueco, iba siempre jugando con ventaja, sin necesidad de correr, sino simplemente consiguiendo la posición más ventajosa. El que tiene que hacer cosas arriesgadas es el que, con un vehículo de inferiores prestaciones, pretende plantarle cara a uno que las tiene mejores.

Y esto nos lleva a la forma de actuar frente a estos conductores que, con vehículos de inferior nivel prestacional (o incluso aunque lo tengan más elevado), pretenden ir ganando huecos en el tráfico congestionado a base de avasallar al de delante, para que se aparte. A la inversa, también es intolerable la postura del que se apodera del carril izquierdo y no sale del mismo ni con agua caliente, dejando decenas y en ocasiones centenares de metros, hasta el coche de delante. Yo admito la postura de quienes consideran que lo mejor es dejarles pasar cuanto antes a los primeros; pero reivindico el mismo derecho a poner pie en pared y no dejar que impongan su voluntad. Porque como ya han indicado diversos comentaristas, ante dicha actitud concesiva, dichos individuos se van creciendo más y más, y se convencen de que todo el monte es orégano. Repito: quien quiera ser orégano que lo sea, pero algunos preferimos ser cardos con el mismo derecho.

Tráfico

Por eso mismo, no puedo entender a Joan cuando dice: “Por conductores temerarios como Vd sufro el radar en sitios que no tienen ninguna justificación y limitaciones de velocidad draconianas. Puede pensar de mí lo que quiera, mañana conduciré igual de lento. Pero esto también lo leen personas que se acaban de sacar el carnet o se lo van a sacar. Reflexione”.

En primer lugar, lo de temerario es una opinión que, sin tener conocimiento de las aptitudes de Joan para enjuiciar el tráfico y a sus protagonistas, me dice más bien poco. En segundo lugar, si Joan es tan ingenuo como para pensar que los radares colocados en recta y cuesta abajo están ahí a causa de conductores temerarios, y no para recaudar, allá él. En tercer lugar, no sé como conduce de lento, pero en tal caso deberían importarle bien poco las limitaciones draconianas, que a quienes molestan es a los que creemos que se puede circular más rápido con seguridad.

Pero en tercer lugar, entramos en el “quid” de la cuestión: a estos conductores avasalladores, ¿habría que meterles en vereda, o no? Por lo visto, según la opinión de los de “yo me aparto, y que pasen”, o no hace falta pararles los pies, o lo dan como caso perdido. Porque confiar en que de pronto aparezca, en ese preciso instante, la pareja de motoristas o el coche-patrulla, es esperar demasiado. Y entonces entra en juego la teoría de quienes pensamos que pararles los pies puede ser la postura adecuada, precisamente para que esos novatos a los que se refiere Joan, no acaben subidos a un bordillo o estampados contra un muro por la actuación agresiva de dichos conductores. Si hubiera más porcentaje de conductores que no cediesen tan fácilmente a esos intentos de avasallamiento, a lo mejor iría disminuyendo la frecuencia de dichas prácticas. O no; pero tanto derecho tenemos a pensar que sí los unos, como que no los otros. Y aquí viene a cuento el comentario de Juan Antonio: “Por cierto, aquellos que se quejan de los “justicieros del volante” y luego actúan igual, yendo a 100 km/h impertérritos, “poniendo en su sitio” a todos esos que osan ir más deprisa, actúan, al menos, de la misma manera”.

Y luego está la forma de reaccionar en cada circunstancia concreta, como lo pone en evidencia el tira y afloja que se han traído Nano, Javier y Valmhö a costa de la aventura del primero con el trailer y la zona en obras. En mi opinión, y puesto a delinquir (ir a 100 adelantando a un trailer que va a 95 en una zona de inexistentes obras), ya le valía la pena haber delinquido un poquito más, acelerar a digamos 115/120 y no bloquear el carril izquierdo; o de lo contrario, ya que no tenía demasiada prisa, haber dejado pasar al de la furgoneta loca y luego adelantar él, porque hacerlo con sólo 5 km/h de ventaja (paso de persona) es un poquito escaso. Pero luego viene lo de Javier, con su Twingo y su remolque con la moto encima, perseguido por un impaciente. Yo creo que Javier, sin duda con buena voluntad, se equivocó en la estrategia a seguir, y le envió a su perseguidor señales equívocas al acelerar, haciéndole pensar que pretendía quitárselo de encima, cuando es evidente que con el Twingo ya algo comatoso más el remolque, difícil sería despegar a un turismo. Lo suyo hubiera sido dejarle pasar cuanto antes, pero esto depende de la carretera, que ya nos decía que era retorcida y poco adecuada para adelantamientos. Todo lo cual demuestra que, en un momento determinado, cada cual reacciona como Dios le da a entender, y dar normas de conducta fijas e inflexibles es inútil. De todos modos, y ya que hemos hablado de Nano, me asombra, como a Valmhö, que sea capaz de adivinar, al llegar al lugar de un accidente debido a su profesión (tal vez bombero, agente de tráfico o sanitario), que los trocitos de accidentado que encuentra pertenecen a un “valiente” o a un “cobarde”, ya que los accidentes no suelen tener la costumbre de ocurrir justo cuando pasa un ambulancia y presencia los hechos. Y juzgar lo que allí ha pasado, sólo con observar los restos, es una presunción excesiva.

Muy cierto lo que dice Ángel: “Peor ocurre cuando un camión, con el limitador ajustado a 99,99 Km/h adelanta a otro que lo tiene a 99,98. Leí una historia de horror al respecto sobre un adelantamiento de camiones que duró 7 minutos”. Pues no sé si me lo leería a mí, porque tengo escrito algo similar (si no es exactamente ese caso) que me ocurrió en la autovía de Andalucía, en la provincia de Sevilla: dos camiones “echando carreras” durante kilómetros y kilómetros, que consiguieron reunir tras de sí a varias docenas de otros vehículos. Antes, el Código decía algo acerca de que el adelantado debe facilitar la maniobra; pero eso era para carreteras clásicas, porque ahora en las autovías esa norma no existe, y dependemos todos de la cortesía de los dos conductores: uno podía cejar en su empeño, si ve que no puede adelantar, y el otro bien podría levantar un poquito el pie y dejarse adelantar, al ver el lío que están formando detrás de sí. Eso sí que es una competencia de “egos”, pero con repercusiones sobre terceros que no tienen nada que ver en la disputa.

También dice Ángel que “por otra parte debería ser legal adelantar por la derecha, como en EE.UU. Aumentaría la fluidez del tráfico, y aquéllos que gustan de vivir en el carril izquierdo quizá cambiaran sus costumbres”. No estoy tan seguro y, por supuesto, habría que cambiar la legislación; allí impera lo de “keep your lane” (mantenga su carril). Y también es cierto que los camiones circulan allí tan o más rápido que los turismos, ya que los “truckers” van todos interconectados por radio “city band de 2 metros”, y se informan de donde hay policía y radares. Por ello, es muy frecuente ver a enormes camiones, por el carril que sea, adelantando a columnas de turismos por otro carril. Lo cual indica que algo falla, y es que en gran parte de la red, la limitación es la misma para todo tipo de vehículos, lo cual impide un lógico escalonamiento de ritmos de marcha; claro que con la limitación a 50 millas (80 km) tanto da. No recuerdo de mis últimos viajes por aquellas tierras, si en las zonas en que ya han subido a 75 millas (120 km) se mantienen limitaciones únicas, o ya las tienen más bajas para los vehículos pesados, que sería lo lógico.

Tráfico

Finalmente, voy a mediar en el ataque que Sangralunas le hace, muy educadamente, eso sí, a JotaEme; y no porque este último necesite para nada mi defensa, que bien que la hace, como copiaré a continuación, sino porque el coloquio entre ambos me da pie para un último aspecto que querría tocar antes de cerrar esta entrada. Dice Sangralunas: “Cuando la DGT dice que la velocidad es un factor determinante en los accidentes (no sólo en sus consecuencias) tengo que suponer que sus técnicos, que seguramente sepan más que yo de ello -más que nada porque ese es su trabajo-, habrán estudiado el asunto. Por otro lado, se legisla para ahorrarnos el trabajo de decidir aplicando nuestro propio criterio, que puede entrar en conflicto con el de otro, y que no tiene por qué ser mejor que el que ha creado la norma. El hecho de que usted opine que su criterio es mejor que el de la norma ya pone de manifiesto su temeridad. En temas de seguridad, prefiero el Estado-niñera al Estado-hotel”. A lo cual responde JotaEme: “Me va a permitir que diga que el que alguien ocupe una función no determina su competencia. Por otro lado me creo (bastante) más competente que muchos que ocupan cargos que me quedan a la altura del tobillo, porque estoy algo por encima de cuestiones de perfil tan bajo”.

Y aquí es donde quiero entrar yo; en primer lugar, si Sangralunas siguiese las andanzas de la DGT y sus campañas de Seguridad Vial con la misma atención que lo hacemos algunos profesionales (sin ser de la DGT, pero lo somos), tendría algo menos de fe en lo acertado de sus decisiones y enfoques. A lo largo de los años he oído y leído achacar, como máximos o al menos grandes responsables de la siniestralidad, a las siguientes causas, en función de la campaña que se esté impulsando en ese momento: velocidad, distracción, cansancio, alcohol, drogas, manejar los diversos elementos de “infotainment”, lo mismo pero del navegador o GPS, fumar conduciendo, mal mantenimiento del vehículo y algún otro que se me olvida; y todo ellos con unos porcentajes de culpabilidad que, sumados, superan muchísimo el 100%, sin duda debido a una responsabilidad compartida que, una vez ocurrido el accidente, ya me gustaría saber cómo se establece.

La afirmación de que se legisla para ahorrarnos el trabajo de decidir en función de nuestro criterio, me produce un escalofrío, al traerme a la memoria dos obras fundamentales de George Orwell sobre el estado fascista: “1984” (con su Gran Hermano que vigila), y “Animal Farm” (donde todos los animales eran iguales, sólo que unos más iguales que otros). Como bien decía JotaEme en su primera entrada, se legisla cortando por el nivel más bajo, el del incompetente; y se recortan los derechos de otros ciudadanos más y mejor preparados, simplemente para que los anteriores no se sientan marginados, instaurando el reinado de la mediocridad (esto lo añado yo). Por todo ello, el que JotaEme, un servidor y bastantes más comunicantes pensemos que nuestro criterio pueda estar igual o mejor fundamentado que la norma no pone de manifiesto ninguna temeridad, sino la firme convicción de que sabemos de lo que hablamos. Creo que fue Dürrenmatt (y si no, fue otro, también de indudable categoría intelectual) el que dijo aquello de “tristes tiempos estos, en los que es preciso tener que luchar por cosas evidentes”.

Y es que, y con esto acabo, conviene puntualizar muy bien qué entendemos por “expertos en tráfico”. De entrada la circulación, el tráfico o como se le quiera llamar a la utilización conjunta de múltiples vehículos sobre vías comunes, no es una ciencia, ni tan siquiera aproximativa; se trata de un fenómeno a cuyo conocimiento se llega por métodos absolutamente empíricos, porque no hay una disciplina científica concreta que lo abarque: la física, la ingeniería, la meteorología, la medicina, la psicología y diversas ramas de la sociología tienen arte y parte en la comprensión de una actividad tan especial. Por ello, para captar lo mejor posible todas sus facetas, hay dos cauces que deberían ser complementarios, pero que con frecuencia no lo son: la observación fría y lo más desapasionada posible de lo que ocurre realmente en la carretera, por observación directa y a través de un bagaje de cuanta más experiencia mejor, y la acumulación de datos estadísticos. Y ya se sabe que algún cínico dijo que en este mundo existen tres categorías de mentiras: las mentiras normales, las grandes mentiras, y las estadísticas. No estoy de acuerdo con un enfoque tan radical, siempre y cuando las estadísticas no se tabulen primero, y se publiquen después, con intenciones voluntariamente sesgadas.

En la DGT es indudable que hay muchos expertos en estadísticas, y también los habrá en la observación del tráfico (estos, más bien en la parte de la Agrupación de Tráfico de la Guardia Civil); la cuestión es cuantos de ellos aúnan ambos saberes. Por mi parte puedo decir que he hablado con bastantes de ellos, y con frecuencia he encontrado un preocupante vacío en cuanto a conocimiento de lo que realmente se cuece sobre el asfalto, desconocimiento que se intenta disfrazar con tales o cuales estadísticas, o con frases que a nada comprometen sobre prudencia, responsabilidad u otras obviedades. Así pues, una cosa es que existan y deban existir normas, otra que sean lo mejor, otra que las aceptemos aun a sabiendas de sus carencias, y otra que nos consideremos moralmente obligados a decir “Sí, Bwana” a todo lo que nos pongan por delante.

P.D. para “emprendeitor”: Puesto que no se cansa de, entrada tras entrada, llevarse revolcones tanto por mi parte como por la de otros comentaristas, una vez más recurre al ataque personal con eso de “y más ahora, Sr. AdeA, que los reflejos ya no son los mismos… hay que ir aminorando la marcha… recuerde: “ahora toca que me lleven”. Señor “emprendeitor”: Vd no tiene ni la más repajolera idea de cual es el estado de mis reflejos; por otra parte, si atendiese un poco menos a los foros de hipermilers, habría tomado nota de lo que dije acerca de lo peligroso que es conducir por los mal llamados reflejos, y que lo suyo es tener la capacidad de anticipar, prever y prevenir. Con lo cual no es que esté admitiendo que me encuentre ni falto de reflejos, ni que necesite “que me lleven”; se asombraría Vd de la cantidad de kilómetros que yo sería capaz de seguir haciendo cuando Vd ya estaría con la lengua fuera conduciendo a sus ya famosos 100 km/h por autovía. En todo caso, y si Vd quiere comprobar mi más o menos aceptable estado de forma física, podría venir a Madrid (suponiendo que resida fuera de la capital) para la San Silvestre de este año (sí, esa carrerita lúdica de 10 km el día 31 de diciembre), y la corremos juntos. Pero por favor, con un tiempo bien por debajo de la hora, porque de lo contrario me aburriría mucho.

Desde luego, no en la forma de conducir, pero sí hay otra cosa en la que le tengo envidia; tal y como ya dije en una entrada anterior, en el tiempo disponible. Apenas había pasado media hora de poner yo mi comentario 61 en la entrada anterior sobre este tema de las furgonetas, anunciando esta nueva entrada, cuando ya estaba Vd con un comentario jocoso (bueno, creo que pretendía serlo) al respecto. Pero ¡cuidadín, cuidadín!, en pleno horario laboral; a ver si le van a echar una bronca en el trabajo y también voy a tener yo la culpa. Salud.