Buenas señores y señoras,
Gracias por sus palabras. Saber que quedan seres humanos ahí fuera me consuela, créanlo o no. Gracias también por seguir leyendo este blog, aunque en los últimos tiempos se haya convertido en mi confesionario particular. Espero haberles proporcionado algunas risas en todo este camino de barro y minas.
Ahora hay que volver a la batalla, no queda otra. No me pagan por no escribir aunque, bien pensado, no sería mala idea que lo hicieran. En mi época de festivales iba cada año a Venecia, nuestro restaurante favorito era una terraza del Lido donde servían un risotto incomparable. Íbamos una noche de cada dos y siempre nos encontrábamos al mismo señor rumano con el violín que insistía en obsequiarnos con sus melodías. Hasta que un día uno de mis amigos le dio 20 euros para que no tocara (les aseguro que el violín no era lo suyo). El hombre, que era encantador, no se lo tomaba a mal, al contrario: al día siguiente se presentó con un amigo suyo armado con otro violín y tuvimos que pagarles a los dos. En una semana, esos dos malditos ‘músicos’ hicieron más dinero que en todo el año, pero por lo menos no tuvimos que soportar que asesinaran a la música, día sí y día también, delante de nuestras narices.
A mí me encantaría tener un benefactor que hiciera lo mismo por la literatura. Que un día llamaran a mi casa y me ofrecieran dinero por no escribir. “Deje de asesinar palabras y le doy ahora mismo 200 euros en billetes pequeños y sin marcar”.
(Si a alguno/a de ustedes/as le gusta la idea no tengo ningún problema para darles mi dirección. Ese dinero es para una semana, no crean que con esa miseria dejaré de escribir un mes)
Bueno, pasado el tiempo de hospitales y medicinas y facultativos, ha llegado el momento de volver al cine, así que –ni corto ni perezoso- me pasé el viernes y ayer por el festival de Sitges para ver un par de películas. Bestial, ¿eh? Ya no me acordaba ni de cómo sentarme y había olvidado el bonito tamaño de la pantalla y los terribles modales de los espectadores. Con mi tele se vive mucho mejor, pero todo sea por ustedes/as y por este bendito blog, que tanto ha hecho por mi salud mental.
Así que el viernes vi La bruja.
No la voy a destripar porque eso no se hace. Simplemente diré que gustará a los fans del cine sin prisas, el de combustión lenta, el que hacía Shyamalan cuando era un buen director (aunque La visita no esté nada mal). Empieza como una película costumbrista y acaba como una de Polansky y por el camino se entrevé la voluntad del director de lucir estilo. Hay algo en ese ejercicio que es molesto, pero el tipo tiene mucho talento y lo compensa sobradamente. Es una película inquietante que nunca llega a dar el miedo que promete pero que tiene suficiente materia gris como para mantenerles en sus asientos durante una hora y media y algunas imágenes realmente brutales. La bruja tiene más de obra de arte que de película de terror y eso no pasa demasiado. La podría haber firmado Paul Thomas Anderson y a nadie le extrañaría. A mí me encanta, pero se la recomendaría a alguien que no fuera un cinéfilo recalcitrante? No lo sé. Eso es bueno? Creo que sí. Visto a que ha quedado reducido el cine de horror, con secuelas y remakes por doquier, que alguien se atreva a hacer algo original (llámese La bruja o It follows) me parece estimulante.
La otra cosa que vi (y he dicho ‘cosa’) es la enésima chorrada de ese aprendiz de director llamado Eli Roth. En esta ocasión es un tipo aburrido que un fin de semana, cuando su esposa y sus hijos están de fin de semana, recibe la visita de dos chicas que no son lo que pretenden ser. Luego llegan los fuegos artificiales, la torpeza narrativa, los diálogos lamentables y los sustos de medio pelo. La cosa se llama Knock knock y les aconsejo que huyan de ella. Ah, y además pretende tener mensaje, uno tan retrógrado y caduco que provoca vergüenza ajena.
Nada, otra basura del señor Roth.
No se quejarán: un post, dos películas.
Hala, volvamos a la batalla. No olviden sus armas.
Abrazos/as,
Toni