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Una casita con vistas a la cámara de gas

Amigas y amigos,

He vuelto.

Ya lo sé, no es que sean buenas, pero es todo lo que puedo ofrecerles: mi humilde mirada sobre series y películas de aquí y de allí. Espero que algún día me hagan caso, vean algo que les recomendé, les guste y piensen, ‘mira, el bobo ha acertado’.

Incluso sin llamarme bobo. Con eso me daría por satisfecho.

Esta semana hay dos grandes propuestas. Una me parece excepcional y creo que cuando se hagan las malditas listas de lo mejor de 2024, aparecerá por allí en los primeros puestos.

Se llama La zona de interés y es una adaptación (muy libre) de la novela homónima de Martin Amis sobre el comandante de Auschwitz.

En realidad, Amis se permitía bromear sobre el personaje con una maestría tan insultante que, si un aspirante a escritor lee el libro, preferirá dedicarse a otra cosa. No sé si el libro está disponible, pero supongo que aprovechando el tirón de la peli lo podrán encontrar en sus librerías habituales. Háganse con él si quieren disfrutar del placer de leer algo totalmente distinto a lo que leemos normalmente.

La película es de Jonathan Glazer, un tipo que ha hecho cuatro películas en veinte años.

Básicamente, por no ponerme pesado, La zona de interés explica la vida de Rudolf Hoss, el comandante del campo de concentración de Auschwitz, que vivía con su familia al lado del propio campo. La cosa puede parecer marciana o uno de esos inventos que se hacen en. Al ficción para que algo llame tu atención, pero está basada en la propio biografía de Hoss, que tenía su casita de colores al lado de los hornos crematorios y las cámaras de gas.

La película incide en esa aberración moral, pero se abstiene de incidir en el asunto y prefiere mirarlo desde fuera, como si fuera la vida de un hombre normal y corriente, un padre de familia preocupado por la salud de sus hijos. En esa enorme paradoja del ser humano aparentemente corriente que dedica su tiempo a supervisar el asesinato de miles de personas a diario y luego vuelve a casa a abrazar a sus hijos.

No es un filme sobre el holocausto, que contemplamos en off (disparos, gritos, sonidos que no podemos identificar con claridad): es un filme sobre todo aquello que hacemos para protegernos de las cosas que nos aturden, o nos alteran; todas esas capas con las que cubrimos el horror que -en ocasione- somos capaces de engendrar. Obviamente, este es un caso extremo, pero su sistema de autodefensa no es tan distinto del que exhiben algunas personas que destruyen, maltratan o matan sin que, aparentemente, les cause una suerte de remordimiento que les obligue a reflexionar sobre las consecuencias de sus actos, o como mínimo afrontarlos.

Ya se ha hablado mucho de la banalidad del mal y esta película también pivota sobre esa idea: la idea de que no hace falta ser un demonio para hacer algo diabólico: que cualquier persona normal puede hacer algo terrible si se dan un número de circunstancias determinadas. Pero, en realidad, La zona de interés habla de algo tan aterrador como la distancia que podemos poner entre nosotros y nuestros propios actos y como ese relato es extrapolable a muchas de las cosas que estamos presenciando ahora en el mundo.

Un peliculón filmado con alma de cirujano, que usa recursos que a primera vista podrían parecer inadecuados de un modo magistral.

Me he quedado sin sitio para mencionar la otra cosa que me ha gustado mucho estos días: una serie de Disney + sobre Cristobal Balenciaga, el mítico modisto.

Les hablo de ella en un par de días.

Abrazos,

TGR

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