Buenas amigos/as,
Me encuentro en México, donde un día hace calor y al otro frío, y así sucesivamente. Por suerte, utilizo el tequila para equilibrar mi temperatura corporal y así estoy siempre bien y en forma.
Aún no he visto a Woody Allen (ya lo sé, debo), pero les prometo que cumpliré. Ya, ya, piensan ustedes que son palabras vacías y les voy a decir algo: tienen razón… sin embargo esta vez pienso cumplir con lo acordado, aunque solo sea por molestar, que ya saben que es algo que se me da muy bien.
En cambio he visto la segunda entrega de Los juegos del hambre: En llamas.
Ya saben (y si no lo saben se lo recuerdo) que no me disgustó en absoluto la primera parte. No era ninguna obra maestra, pero se veía con gusto y Jennifer Lawrence estaba magnífica, como de costumbre.
Si no han leído los libros (que son muy entretenidos, sin más), les cuento un poco la historia: estamos en una sociedad futurista donde un dictador con hombreras (el siempre magnífico Donald Sutherland) mantiene el control gracias al ejercito y a una suerte de juegos olímpicos donde los atletas mueren. Pan y circo, pero con unos gramos de utopia.
En este panorama surge una chica de la calle (por decirlo de algún modo) que se convierte en el emblema de la –posible– revolución que está por llegar.
Bueno, pues ya puedo decir que esta segunda parte es –muy– superior a la primera. La dirección, para empezar, es mucho más elevada: Francis Lawrence, un realizador que me genera una gran desconfianza, ha hecho un trabajo magnífico. Ayuda también que la segunda novela sea superior a la primera, especialmente porque se pueden ahorrar los prolegómenos e ir directos a la chicha, es decir: los juegos.
Hay un buen montón de acción en esta secuela, los escenarios son más atractivos que en la primera película y en general parece que ha habido una implicación más activa del departamento de diseño de producción. Pero, sobre todo, lo que hay es una intensa lectura socio-política bastante suculenta especialmente teniendo en cuenta que hablamos de una película dirigida básicamente a una audiencia juvenil. La reflexión sobre la manipulación y los recursos que usa el gobierno para (des)informar son perfectamente aplicables a la sociedad actual y eso es –sin ninguna duda– lo mejor de un filme extraordinariamente compacto.
La película ha tenido un éxito arrollador entre la crítica estadounidense que la ha considerado una de las más interesantes del año en su género. Quizás porque la ciencia ficción moderna está llena de infantilismos incluso cuando el público objetivo son los adultos, es especialmente grato ver a alguien que considera a los espectadores algo más que una mandíbula que mastica palomitas.
Esta es la primera recomendación para aquellos que deseen ver una buena película de aventuras (porque eso es lo que es al final Los juegos del hambre) sin mensaje sonrojante o desvaríos adolescentes.
La segunda recomendación se titula Bienvenidos al fin del mundo y la dirige uno de mis personajes favoritos: Edgar Wright. Para aquellos que vieran Shaun of the dead (me niego a repetir el título en español) o Arma fatal (este título tampoco es que sea ninguna maravilla), esta es otra cita ineludible.
Están los sospechosos de siempre, con Nick Frost y Simon Pegg a la cabeza, y la premisa loca que cualquier cinéfilo desea: un grupo de amigos adolescentes se reúne para intentar completar un ruta de pubs (ya saben, tomar una copa tras otra hasta el pub final) pero fracasan justo antes de llegar a la última parada. Veinte años después vuelven a reunirse: ahora ya son hombres hechos y derechos y deciden darle otra oportunidad a la borrachera final. Lo que no saben es que el pueblo donde van a dar rienda suelta a su alcoholismo es en realidad un nido de…
Bueno, no les voy a hacer spoilers, aunque, si ven cualquier trailer o anuncio, la cosa es muy evidente así que no lo hagan. Simplemente decirles que se trata de una comedia antológica, con un concepto del despiporre alejado de las banalidades de siempre y con una aproximación intelectual (por mal que suene la palabreja) a un género –el fantástico– siempre cambiante.
Yo me lo pasé de miedo, pero no soy una persona normal, no puedo serlo teniendo que ver tantas películas de Quim Gutiérrez al año.
Sean comprensivos.
Abrazos/as,
T.G.