Buenas señores y señoras,
Qué tal están ustedes?
Les escribo desde el corazón de Texas, en Austin, lugar en el que me encuentro desarrollando mi actividad favorita: ver cosas en la gran pantalla.
De momento no estoy entusiasmado, aunque la cerveza sea buena, haya buena comida (a veces gratis, lo cual reconforta mi faceta de catalán) y la gente sea extremadamente amable. He visto dos grandes películas, una muy notable, dos grandes documentales, uno bastante bueno y media docena de películas mediocres. También he visto dos series, la dos me han parecido medio buenas, lo que significa que necesito saber dónde van exactamente antes de pronunciarme.
En primer lugar vi el estreno mundial de la película de Richard Linklater, Everybody wants some, sobre un equipo de beisbol en los años 80. Un equipo universitario, para ser más concretos. La película es una especie de secuela de la estupendísima Dazed and confused, y la demostración de que Linklater domina ya todos los registros cinematográficos: del potentísimo drama cuasi experimental pero tremendamente emocionante de Boyhood al punto de comedia loca y adolescente de Everybody wants some, con la misma fiabilidad, el mismo talento y el mismo grado de brillantez. Este último filme del de Austin (dónde nació Linklater) es una preciosa alegoría nostálgica que rememora aquellos tiempos en los que la gente salía a la calle a divertirse. No habían móviles, ni videojuegos en 3D, ni redes sociales. Nadie conocía a nadie quedándose en casa y comiendo ganchitos. De ahí –entre otras cosas- su relevancia: poner las cartas boca arriba hablando de algo que parece que ha quedado estancado. La idea de la amistad como ítem imperecedero, de lo básico que resulta la interconexión social para sobrevivir a este charco que llamamos planeta tierra.
Además, cosa que no es menos importante, Everybody wants some es una carcajada detrás de otra, empezando por una escena a bordo de un coche en que cinco de los protagonistas improvisan un karaoke a cuenta del Rapper’s delight de Sugar hill gang. Uno de esos momentos en los que uno se abraza a una peli como si le fuera la vida en ello. Ya saben, el instante de “joder, qué buen rollo esto”. Dado que soy poco dado a amar a las películas de buenas a primeras, pero en este caso, y con un ambiente en el cine (obviamente el tipo jugaba en casa) de alegría expansiva, me dejé llevar por el torrente y me lo pasé como un enano.
(Si hay algún enano leyendo esto que no se ofenda)
Luego pasé un mal rato con una de terror, Don’t breathe, del mismo director del remake de Posesión infernal, un chaval uruguayo llamado Fede Alvárez. Una película tensa como la piel de un tambor, seca, sádica, extremadamente entretenida, rodada con la precisión de un cirujano, contando una historia que ya hemos visto antes, pero con salero: tres ladrones de medio pelo se proponen robar la casa de un ciego suponiendo que éste no les dará ningún problema. Lamentablemente, el ciego tiene otros planes.
Y para acabar, dos series. Preacher, adaptación del famoso comic de un chiflado que se dedica a combatir el mal. No me disgustó, sin entusiasmos. Tampoco puedes decir mucho de nada con solo un bocado, pero si encuentran el tono puede ser interesante. La otra es Outcast, muy bien dirigida, interesante en algunos momentos, pero que no puede evitar esa sensación de deja-vu constante: el niño poseído, el muchachote que ha visto la jeta del demonio demasiadas veces y ha optado por aislarse en un caserón que se cae a trozos. Pero ya se sabe, el demonio es tozudo y tiene las piernas muy largas, así que le encuentra sin problemas.
También es verdad que si la historia (basada en otro comic, esta vez del creador de The walking dead, Robert Kirkman) encuentra el modo de sobreponerse a los tópicos y logra construir su propia mitología, esta puede ser una gran serie. Cruzaremos los dedos.
Y nada, señores/as, era solo para que les cupiera la certeza de que sigo vivito y coleando. Volveré el lunes de Texas (si me animo les obsequiaré con otra de mis parrafadas este mismo fin de semana) y ya les contaré como me sientan los 50 kilos que he ganado a base de engullir barbacoas y beber cerveza.
Abrazos/as,
T.G.