Señoras y señores,
¿qué tal están ustedes?
Maravillado (y ya saben que yo no soy de hacer la pelota) por su listado de películas para (momentos) miserables. Tienen ustedes/as muy buen gusto.
Este es un post en los que sólo hablo de cine un ratito y al final. Luego no me vengan con protestas.
Hace un mes y algo (no recuerdo exactamente el algo) una de esas revistas ‘de prestigio’ me pidieron que escribiera algo sobre el miedo. O mejor dicho, sobre un miedo. Algo que diera miedo. Estaba en el momento justo para escribir sobre ello y tengo claro lo que me aterra: el silencio.
El silencio es el hijo pequeño del miedo y un aliado muy eficaz de cualquiera de esas cosas que pueden romperte el espinazo.
Les envíe un texto, largo y al grano. Es cierto que era muy personal, quizás demasiado personal, pero, ¿acaso no me habían pedido un texto sobre un miedo, mi miedo? Creo que –paradójicamente- les dio miedo mi miedo. Hubo una llamada, surrealista, en que me decían que mi texto era ‘demasiado fuerte y demasiado opinativo’. Lo de opinativo no lo entendí, pero me dijeron que si todo el mundo se ponía a hablar de sus miedos la revista quedaría ‘rara’. Así que pregunte que si querían que hablara del miedo de terceros. ‘Sí’, me contestaron, algo así. ‘¿Pero que cojones sé yo de los miedos de otros?’. ‘Haz algo de cine, de miedos en el cine’.
Me entienden, ¿no?
Lo que interesa es escribir algo genérico sobre un miedo de alguien genérico. Lo que no interesa es que uno se ponga a escribir cosas muy personales porque entonces correríamos el peligro de que las cosas fueran demasiado personales. ¿Y entonces para qué servirían todas esas agencias que redactan comunicados neutros de 400 palabras sobre cualquier cosa?
Así que voy a escribir un artículo sobre el miedo a la oscuridad, o al monstruo del armario, o a las pizzas sin gluten, o al vecino del ático o las cucarachas. Algo sesudo con muchos ejemplos y un montón de adjetivos que denoten mi profundo conocimiento del asunto.
He estado tentado de pegar el texto original enterito aquí, pero tampoco quiero amargarles la mañana (y la tarde). Lo que voy a hacer es pegarles unos párrafos (breves) para pensar que no lo escribí para nada. Para un periodista es muy frustrante escribir algo que no va a publicarse, pero lo es más cuando escribes algo que no solo roza sino que se sumerge en lo personal.
Así que aquí va. Cuatro parrafines. Y que se jodan los de la revista ‘de prestigio’.
Cuando la gente (creyentes o no) visualiza el infierno se imaginan estancias oscuras, grandes hogueras, gritos que rebotan en paredes de piedra manchadas con la sangre de un millón de pecadores. Supongo que lo ven como lo concibió el pintor Hans Memling: un demonio andrógino de patas gallináceas bailando sobre cadáveres que arden en la boca de un dragón. El fuego eterno, ruidoso, el fuego que te revienta los tímpanos.
Sin embargo, para mí el infierno es como aquella canción de Wilco: “cromado y limpio”. Paredes metálicas, habitaciones completamente iguales, sin ninguna otra alma a la vista, en un silencio sepulcral. No concibo peor castigo que un silencio absoluto a perpetuidad. Silencio que te obliga a esas conversaciones contigo mismo que conducen irremediablemente a la locura. ¿Qué podría ser peor que vagar por un lugar dónde no hay nada, absolutamente nada? Vagar por un lugar así hace que lo de arder por toda la eternidad no parezca tan malo.
(…)
Hace poco leí una noticia de una suerte de cámara hiperbárica en la que había un silencio absoluto: no entraba ni una sola molécula de sonido. Habían puesto una cama en medio de la sala y pedido a unos cuantos voluntarios que se tendieran en ella para averiguar cuánto tiempo podían aguantar en un entorno de silencio absoluto. Un entorno tan perfectamente aislado que uno podía oír, no solo los latidos de su corazón, sino el aire entrando en los pulmones, la tensión de los huesos o la sangre circulando por ciertas partes del cuerpo. La mayoría huyeron como alma que llevaba el diablo en menos de cinco minutos; un valiente aguantó cuarenta-y-dos.
Yo ni hubiera entrado.
(…)
Como el que se levanta y antes de la ducha se sienta al borde de la cama, con los pies descalzos apoyados en el suelo y durante unos minutos se pierde en un punto indeterminado de la pared, sin que nada ni nadie le interrumpa, extraviado en algún momento de su vida que probablemente ni haya sucedido. Un servidor se levanta, enciende la radio, y sólo especula con si debe poner música o las noticias. La otra opción me produce un terror absoluto.
Creo que mi pánico al silencio, a la ausencia de ruido, empezó con esas terroríficas escenas de la clásica familia americana del medio-oeste. Una mesa grande, con pure de patatas, guisantes, pollo rebozado, y esos horribles vasos que nunca van a juego. Bendicen la mesa, se cogen la mano los cuatro (siempre son cuatro) y luego comen en silencio. En un silencio aterrador. Cuando veo una de esas escenas siempre pienso en los venenosos secretos que se esconden en esa mesa y en los esfuerzos que cada uno de ellos realiza por no soltarlos a voz en grito.
Alguien me dijo que lo que me da miedo no es el silencio sino el ruido, que el silencio es otra cosa muy distinta. He llegado a creer que la felicidad es poder llegar a manejar el silencio, saber qué hacer con él, dominarlo como si fuera un luchador de sumo extremadamente bajito. Y supongo que el hecho de no poder soportarlo, de necesitar siempre algo que llene la habitación, tiene que ver con aquello que dijo Nietzche de la soledad: “El que puede vivir en soledad es un Dios o un monstruo”. Quizás cuando hablo de silencio hablo de soledad (aunque lo negaría llegado el momento) y en realidad cuando deje de engancharme al ruido y me decida a no tener miedo de poner los pies descalzos en el suelo, mirar a un punto de la pared e inventarme un momento de mi vida que no existe, puede que ese día lo del silencio me parezca un poquito más llevadero.
¿Qué? Vale, no he puesto los párrafos más jodidos, que esto es un blog de cine, pero ya pueden hacerse ustedes una idea.
Consumada mi venganza contra la revista ‘de prestigio’ les hablaré un poco (muy poco) de cine. Aunque sólo sea para justificar lo del nombre del blog. No sea que me llamen de las alturas para acusarme de reciclar material ajeno y que encima lleven razón.
Esta semana se han estrenado 17 películas (igual son 14, pero déjenme exagerar un poco), lo que demuestra el miedo que tenían todos a Furious 7. De las 17, 15 son horrorosas. Incluida La dama de oro (qué coñazo, dios mío).
Me he reído con La oveja Shaun, aunque echo de menos ese toque punki y con toques adultos de la factoría de Wallace and Grommit. Pero si tienen churumbeles es una gran apuesta.
La que me ha gustado más es The guest. Probablemente porque es una película sin ningún tipo de pretensión sobre un hombre que llega a uno de esos pueblos en medio de ninguna parte haciéndose pasar por un soldado. La película arranca así, con este ‘soldado’ yendo a casa de una familia y diciéndoles que era muy amigo del hijo que han perdido. No es un spoiler, ha salido hasta en el Pronto. Naturalmente, el hombre esconde unos cuantos secretos y acaba montando la de Dios es Cristo en el maldito pueblo. Me ha recordado a Walter Hill y no digo más.
Esa es la buena. Y tiene un sentido del humor absolutamente perverso.
Lo demás, ya saben, silencio.
(Guiño, codazo)
Abrazos/as,
T.G
Después de esto no hay nada y no solo no hay nada, sino que en unos millones de años, todo lo que ustedes hayan conocido no será mas que los restos de una supernova o un agujero negro. No hay un ser supremo, como mucho hay otros seres similares a nosotros. Sabiendo eso, el peor miedo de todos que es morir, desaparece.
Si descontamos eso, y teniendo en cuenta que el único infierno que existe esta en la propia tierra, el que generan algunos millones de cabrones con hambre, guerras, y decisiones que afectan al resto de la población… solo queda el miedo a ver como sufren tus hijos o familiares.
Chim-Pun
Muy interesante su infierno… Bastante aterrador. Yo me dedico más a pensar como sería el cielo perfecto, pero con el último capítulo de black mirror me hice también una idea de cuál sería el infierno perfecto…
Por qué no nos deja un enlace o algo del artículo entero? A mi me interesa.
Saludos.
Oiga, a mi me parece inquietante, pero «muy fuerte»?, un relato de miedo tiene que provocar miedo. Joer pa la sociedad politicamente correcta.
La cámara de la que habla se llama Anecoica, tengo una cerca, seguro que no tan buena como la del experimento. Cuando la usamos no sentimos agobio ya que estamos trabajando. En ella se hacen ensayos de ruidos y vibraciones, esta «casi» completamente aislada del ruido exterior y obviamente también impide la salida de sonido, a veces los ensayos se hacen en Domingo para evitar el ruido de la gente en el edificio. El interior esta forrado con pirámides de espuma y amplifica cualquier sonido que se produzca. Como anécdota le diré que en una sesuda reunión por culpa de un problemilla de ruido, tuvimos que pedir a uno de los asistentes que se fuera de la cámara, no se que habría desayunado pero el ruido de sus tripas se amplificaba de tal modo que no permitía escuchar el ruido en cuestión.
Creo que sería muy inquietante encerrar a alguien en ella y tirar la llave un par de días.
A mi me pasa justo lo contrario. Me gusta el silencio. El silencio me relaja, me tranquiliza. Por ejemplo por la mañana en la que me levanto y me marcho de casa antes que nadie, me gusta mucho la tranquilidad que se respira, la calma y me molesta si alguien se levanta para ir baño, precisamente porque rompe esta tranquilidad, esta calma.
A mi, por el contrario, lo que me molesta, me da miedo, me aterra es el ruido. Sobretodo los que son fuertes y repentinos (como los petardos, por ejemplo) y de hecho hace años que paso el Sant Joan fuera de casa para evitar estas situaciones.
Aunque no tengo duda que para equilibrarme necesito más silencio que ruido, lo que si que no se es si el silencio permanente (o como comenta el autor soledad permanente) es realmente sano o aguantable.
Yo creo que el silencio da miedo porque nos recuerda a la muerte. Todo hace ruido y lo que no lo hace está muerto, pero no sólo las personas una máquina que deja de funcionar no suena «está muerta». En realidad tenemos que todo deje de funcionar algún día, tenemos a la muerte.
Tememos a la muerte (quería decir)
Yo generalmente no voy a ver películas de miedo. Fundamentalmente porque me dan miedo y a mí no me gusta pasar miedo. Raro que es uno. Ocurre que a mi santa le encanta el género y ya saben, por darle el gusto, uno se sacrifica muy de cuando en cuando.
Y compruebo que a los que les gusta el género les gustan los sustos, lo inesperado, el sobresalto más o menos imprevisible. A mí lo que me aterra sin embargo a mi santa le parece terriblemente banal: A mí me aterra el no saber qué sucede. Mientras la casquería y el tipo de la motosierra me pegan un susto, la película no consigue aterrarme. Sin embargo, películas tan risibles para los amantes del género como El Proyecto de la Bruja de Blair me provocaron pesadillas varios meses seguidos. Y ello es debido, he llegado a la conclusión, a no saber qué diantre está sucediendo en la pantalla. O en la vida. La privación de información cuando sucede algo, ya sea de sonido o imagen, es lo que en realidad dispara todas las alarmas en nuestro pequeño cerebro de lagarto, que toma entonces el mando.
El silencio es aterrador porque no podemos oir de donde nos llega la amenaza. La oscuridad es aterradora porque no podemos ver de donde llega la amenaza.
Y sí, la muerte es aterradora porque su llegada ni se ve, ni se oye.
Ese medio de prestigio no teme sus historias, le temen a usted. Les da miedo conocer exactamente qué piensa y cuales son sus miedos. Porque le conocen, y le quieren sin complicaciones.
Si hubiera dicho que hablaría de lo que piensa un tercero le habrían dejado hacer.
Cruzando de madrugada las callejuelas de la medina de Palma no tuve miedo hasta que el silencio no quedó interrumpido por el sonido de una radio al otro lado de una ventana. Fue cuando adquirí conciencia de que podía no estar completamente solo, de que ahí me podrían atracar como a un vulgar turista. Hasta que no salí a una vía amplia, donde vi que no había nadie, ni tan siquiera coches, no volví a sentirme a salvo. Tranquilidad.
Cuando trabajaba en la ciudad en que se rodó Matrix, siempre que podía me escapaba al parque botánico, lo atravesaba alejándome lo más posible de la Ópera y de los rascacielos. Al llegar al área de especies del desierto podía parar. Ya no se oía el incesante ruido de la ciudad, ni los amenazadores escuadrones de cacatúas rasantes, ni los chillidos de los enormes murciélagos de la fruta, ni la gente paseando por el parque. Allí, entre cactus y demás especialistas estaba en silencio. Paz.
Cuando crucé unas pocas decenas de kilómetros y dos milenios y medio, al llegar a la acrópolis sobre el río, elevada sobre la ciudad romana y lejos del pueblo que se dibujaba a medio camino del horizonte, lo sentí: Estaba solo. Sabía que había conejos escondidos no muy lejos, porque sus huellas estaban a mis pies. Pero aparte de ellos, estaba solo. Ni el viento hacía ruido. Placidez.
Sabía que olvidaba algo: Las pizzas sin gluten pueden resultar realmente pavorosas.
http://glutenimage.tumblr.com/
Miedo pánico a vivir sin pan.