Señores y señoras,
De nuevo estoy aquí. Lo sé, el gran procrastinador no procrastina como antes y eso les inquieta. Si yo dejo de ser un gandul, ¿qué será lo próximo? ¿Sacarán un flan de plátano? ¿Floriano leerá un libro? ¿Un político conducirá sobrio?
En fin, esperemos que mi intensa actividad literaria no sea el principio del fin, el Helter Skelter que muchos esperan, aunque debo confesarles que, si cayera un meteorito y acabara con la vida en la Tierra, tampoco se perdería mucho.
(Dejémoslo, últimamente me alegra que en las ferreterías no vendan lanzallamas, porque me gastaría todo lo que tengo en el modelo más modernos y unas cuantas latas de gasolina.)
Vayamos al tajo… bueno, aún no, que acabo de recordar que ayer eliminaron a la Roja. La verdad es que a mí ni fu ni fa, pero reconozco que oyendo a los de Telecinco no pude evitar unas benevolentes risotadas. “Seguimos siendo el máximo rival de Brasil para ganar el Mundial”; “Le vamos a meter cuatro a Chile”; “Que se preparen”; “He visto al equipo súper-motivado”.
AY, las hemerotecas, lo dolorosas que pueden llegar a ser, ¿verdad?
Hasta aquí mi pausa futbolera. La eliminación nos ahorrará más anuncios de cervezas de medio pelo y reflexiones preescolares sobre lo bonito que es ser español y “soy español, ¿a qué quieres que te gane?”, etc. A ver qué hacemos ahora, todo este mes, teniendo que hablar de algo que no sea fútbol.
Ah, ¿y los invitados de Iberdrola van a volver o se van a quedar allí? ¿Y Camacho? ¿Y Manu Carreño? ¿Y Paco González? ¿Y Juanma Castaño?
Bueno, hablemos de cine, que es más entretenido. Las salas estarán eufóricas porque ya no hay excusa para quedarse en casa y yo me alegro por ellas… lamentablemente este fin de semana estrenan unas cosas que no invitan a dejar la calidez de nuestros hogares.
Para no agobiarles les hablaré de dos de ellas: una es un delirio tan delirante que llega a ser hasta simpático; la otra es una auténtica mamarrachada.
El delirio simpático se llama Trascendence y está protagonizado por el actor antes conocido como Johnny Depp. La película trata de un experto en inteligencia artificial que después de sufrir un (spoiler) se convierte en una suerte de conciencia digital hiper-poderosa que amenaza con destruir el mundo.
Oigan, no me miren así, ya les he dicho que era un delirio.
Johnny Depp está como últimamente: regular tirando a mal. Y el resto del reparto (donde hay gente tan buena y apreciable como Bill Nighy –un genio– o Miranda Otto) hace lo que puede para no sufrir ataques de risa mientras lee unos diálogos que parecen escritos por un tertuliano de Sálvame después de haber sufrido un ictus.
Los efectos especiales no están mal y, llegados a cierto punto, es inevitable empezar a ver el filme como si fuera una comedieta y echarse unas buenas risas. Pero se lo advierto, si van ustedes al cine buscando un digno filme de ciencia-ficción van a acabar realmente enfadados. Y luego no quiero quejas.
La otra película (voy a ser respetuoso y la voy a llamar así) que quiero que vean: Yo, Frankenstein.
Seguro que con ese título no sospechaban que se trataba de un bodrio intolerable, ¿eh? Pues sí, estamos hablando –seguramente, y junto con esa película de terror de la Coixet– de la peor película en lo que va de año.
El filme cuenta la historia del famoso monstruo (no es que quiera ser insensible, es que el pobre es un monstruo) que lleva ya 200 años arrastrando los pies y ha llegado a la era moderna. Naturalmente, el hombre está algo cabreado y encima el presente tampoco le trata bien y descubre un gran complot y blablabla. El pobre Aaron Eckhart (un gran actor) no sabe ni lo que se hace. Casi lloro de pena por el putadón que le han hecho.
A los 30 minutos (y si deciden ir a verlas) sentirán ustedes un calorcillo interior que pronto dará paso a una quemazón y, sin ni siquiera darse cuenta, acabarán incendiando el chiringuito de las palomitas y estrangulando al proyeccionista.
Si alguno de ustedes se atreve a ir a ver alguna de estas dos obras magnas, por favor recuerden cascarlo aquí, no quiero ser el único primo de este blog.
Abrazos/as,
T.G.
Señor cinecuatroruedas, está ud. muy viejo y hace días que no pasa por la sala de proyección. Ya no hay proyeccionista. Ahora los proyectores son digitales (igual que muchos cargos públicos), proyectan la mierda de forma totalmente automática (igual que muchos cargos públicos) y han mandado al paro a mucha gente (igual que muchos cargos públicos).
¡Salud!
Su referencia indirecta al ahorro de los 30.000.000 € presupuestados para las primas de los jugadores de la selección masculina absoluta de balompié por un momento ha traído a mi mente el recuerdo de Ramón Yarritu atado a la mesa del comedor, mientras el menor de los hermanos le iba cortando entre las costillas con una cuchilla de afeitar y echándole sal y vinagre en la herida.
No sea cruel. Piense en la pobre gente que solo tiene esa ilusión en la vida. Bueno, tenía. Y además solo desde hace cuatro seis años. Que antes, ni eso.
¿Ir a ver pelis de (spoiler para los que no leen literatura gráfica) superhéroes? Recuerde que soy yo, el Melchor Gibson paranoico de «Conspiración».
Las tiras cómicas de superhéroes (Capitán América y el ilegal de Kripton) nacieron para mover a los americanos de los años 30 contra el nazismo. El nazismo de los nazis americanos que desfilaban ante retratos de Hitler y Washington, con sus camisas pardas y sus cruces gamadas. Los herederos naturales de «The Clansman», el KKK.
Pero desde no mucho tiempo después los superhéroes pasaron de ser un ejemplo moral a ser nada más y nada menos que la forma de dar esperanza a la gente. Esperanza en que otros individuos, personas ¿especiales? como Kennedy, Reagan y Obama, González, Aznar y Rajoy, podrán arreglar sus problemas.
Cualquier cosa antes de que la gente se dé cuenta de que los problemas no se arreglan ni dejando de comprar armas (en los EE.UU.) ni dejando de comprar algo nuevo cada semana para mantener un nivel alto de endorfinas. (CENSURADO es gratis y da un subidón aún mayor).
Los problemas (comunes) se solucionan con democracia. Pregunte si no en Suiza. No han tenido un Kennedy, un Franco ni un Stalin. Pero, claro, es que ellos pueden votar en referendums vinculantes varias veces al año para decidir sobre el sueldo de los directivos de las empresas privadas, sobre el periodo máximo de vacaciones, sobre la compra de aviones de combate o sobre si Julián García Peláez, que quiere ser ciudadano suizo, es digno de serlo o no.