Queridos y queridas, ¿qué tal andan?
Supongo que como a todo hijo de vecino que se haya movido alguna vez por los ámbitos del festivaleo o los junkets (esos insufribles eventos donde uno puede hacer entrevistas al actor de turno), lo de Harvey Weinstein supuso una especie de deja vu que uno no se atrevía a verbalizar. Los rumores eran ruidosos, las afectadas legión y el tipejo una serpiente. Todo el mundo sabía que algo andaba torcido, hasta el distribuidor de sus películas en España te contaba sotto voce que aquel señor le recibía en pelotas, con el albornoz abierto, mientras pedía millones como el que se fuma un puro una tarde de verano.
Por supuesto, nadie dijo nada. Y es sencillo entender el porqué: hablamos del dragón, la hidra de siete cabezas, el padre de todos los demonios. Un hombre poderoso, implacable, que no solo amenazaba con hundirte la carrera sino que te gritaba a la cara que tú sufrirías, que los tuyos sufrirían. Por eso es bastante gracioso que los defensores de este depredador repugnante esgriman ahora el sobado argumento “por qué no hablaron antes” para tratar de buscarle una coartada que no va a encontrar en ninguna parte. Pocos recuerdas el linchamiento a Asia Argento cuando se atrevió a abrir la boca y nadie se pronunció cuando entre bambalinas se cerraban pactos de silencio. Las agencias de RRPP de Hollywood miraban al tendido mientras el monstruo campaba a sus anchas por suites y fiestas. Las mismas agencias que ahora despiden hasta el conserje y entonan un mea culpa con lágrimas de cocodrilo.
Cortada la cabeza del dragón, la jerarquía patriarcal se ha venido abajo como un castillo de naipes. Las víctimas han visto que nadie es intocable y el bendito zafarrancho de combate ha llamado a filas a todos/as los que un día aguantaron a estos babosos y ha llenado los periódicos de nombres, les ha expuesto, les ha castigado de una vez. Estos días hemos visto a un ex director de festival defender a las bestias con argumentos tan peregrinos que solo queda reírse de él mientras le apuntamos con el dedo. Al angelito le preocupaba perderse su serie favorita, porque al fin y al cabo al espectador no debería importarle que su ídolo sea un abusador, un violador o un simple baboso que va por ahí creyendo que puede hacer lo que le venga en gana y que sus congéneres son ganado.
Es curioso –y esta vez deberíamos reconocer que el argumento no es del todo falaz- que perdonemos a Polanski o Woody Allen pero que nos parezca terrible lo de Spacey.
No tengo una respuesta, y mira que me gustaría.
Sin embargo, hay un factor clave que los cruzados de esta chusma olvidan: esto sucede en tiempo real. No hay una excusa de contexto, si es que alguna vez la hubo. La memoria es débil y en un lustro algunos pensarán que lo de hoy no es para tanto, pero para los que respiramos el mismo aire que estos bastardos es imposible encontrar un rastro de piedad. No la hay para un acusado de tres violaciones, ni para el que 138 mujeres han señalado como un acosador, ni para el que en el rodaje de una sola serie ha acumulado ocho denuncias. Ocho.
Es muy noble perdonar pero lo es igualmente exigir justicia: careos con las víctimas, penas de cárcel, investigaciones a fondo. Todo. Para los que ya empiezan a esgrimir lo de ‘la caza de brujas’, los mismos que dicen que la violencia de género son ‘denuncias falsas’ y que una mujer con una falda corta ‘se lo ha buscado’. En nuestro país –y ya es curioso- hay más machitos defendiendo a estos delincuentes de los que hay en su país de origen. No deja de ser fascinante que tipos que no saben nada de nada se casquen monólogos en sus tertulias correspondientes soltando barbaridades que acaban por mancharlo todo de negro. El propio ex director de festival, disfrazado ahora de machirulo envalentonado, para el que todo debería enterrarse bajo la alfombra de la indiferencia, porque si uno es buen actor, ¿qué cojones importa lo demás? Son casos de manual, estos líderes de opinión que un día opinan de Hollywood y al siguiente la prima de riesgo.
No creo que haya un antídoto contra lo que está pasando estos días en Hollywood, no lo hay en ninguna parte (a ver si algún día alguien cuenta algo en España, porque haberlo haylo). Pero sí que creo en la justicia, en restablecerla como contrapunto a la impunidad con la que estos monstruos se han movido en sus jaulas: Spacey, Weinstein y Louis CK (y el resto de la caterva) deben pagar por sus delitos en sus respectivas medidas y las víctimas deben ser reconfortadas. Nada puede compensar una violación, pero despojar al tipo que lo hizo de su dinero y su libertad bien podría ser un principio.
Lo demás es solo palabrería y ganas de marear la perdiz.
Hala, abrazo/as,
T.G.