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Nuestro hombre en Londres ha vuelto

Amigos y amigas,

He vuelto un momento, antes de que muramos todos. Y todas. Aquí no va a librarse nadie.

Hoy se ha descubierto el primer caso de Coronavirus en Barcelona, así que he bajado al súper y he comprado dos botellas de agua, en lugar de comprar solo una. Con eso y el pan congelado que guardo en la nevera puedo sobrevivir como mínimo durante tres días. Y después que sea lo que Dios quiera.

De momento, y hasta que llegue el momento de morir (les informaré puntualmente de las circunstancias) voy a aprovechar mi tiempo para recomendarles una película que se estrena este viernes, porque a mí me gustó y porque ustedes se lo merecen.

La película en cuestión se llama The gentlemen y viene firmado por Guy Ritchie.

Ritchie llevaba ya dos películas que me parecieron un completo desastre: aquella cosa de Aladino y aquella cosa del Rey Arturo.

La primera dio un montón de pasta; la segunda no dio ninguna.

A mí las dos me parecen una mierda como un piano de cola de grandes.

Sin embargo, o a lo mejor por eso (siempre me dio la impresión de que eran proyectos puramente alimenticios que para él no revestían más interés que el pecuniario), Ritchie vuelve con esta película al mundo que mejor conoce: el cockney gansta o el british underworld. Al cine de villanos con acento del East End, vamos.

¿Resultado? Pues muy divertido, oigan.

Para empezar, reparto de lujo: Matthew McConaughey, Jeremy Strong, Colin Farrell, Michelle Dockery y –sobre todo- el inmenso, increíble, brutal Hugh Grant.

Me hacen gracia todos esos indocumentados que consideran a Grant un actor de comedieta porque en esta película se van a comer su criterio con patatas (sin dejar de lado que ya gustarían muchos de tener en su filmografía tres peliculones como Cuatro bodas y un funeral, Love actually y Notting hill), porque Grant se sale. Créanme o vayan a verlo con sus propios ojos.

La película es la historia de un tipo que intenta deshacerse de su imperio de la marihuana y sin querer pone en marcha una oscura de trama de intereses cruzados en los que cada alfil es peor que el anterior. Todo aderezado por un montón de esbirros (de los alfiles) que llevan su estupidez a un nivel de excelencia incomparable. Y claro, un montón de tortas. Muchísimas tortas. Ondonadas de tortas.

Los fans de Lock and stock and two smoking barrets o Snatch se lo van a pasar pipa. Si no es usted/a fan de esas cosas, ni se le ocurra ir. Aquí no estamos para engañar a nadie.

Los que disfruten del Ritchie gamberro van a tener dos horas de profundo gozo; los demás pueden probarlo, pero si las películas antes mencionadas no les hicieron una arruga nueva en el hipotálamo, absténgase.

Por supuesto, la peli tiene todos los trucos narrativos del director. Le funcionan a la perfección, porque sabe cómo utilizarlos y se le dan bien. Son –probablemente- el secreto de ese ritmillo contagioso que tiene su cine.

Y hasta aquí.

En breve les hablo de lo nuevo de Pixar, Onward.  No sean impacientes.

Y no se tosan en la mano, ni besen a desconocidos: el Apocalípsis ha llegado.

Besos/as,

T.G.

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