Icono del sitio Revista KM77

No doy crédito…

Hola amigos/as,

Perdonadme estos días sin posteo. He estado en el MIP de Cannes, ese festival de televisión donde todos van a presumir de stand…o quizás debería decir “iban” a presumir de stand, ya que este año todo se ha reducido a la mitad, la circulación ha sido buena y la cosecha catódica parece prometedora.

Prometo hablar de ello en breve, para que tengáis información de primera mano sobre lo que va a llegar en los próximos meses. Pero el post de hoy, recién aterrizado, es para comentar lo que para un servidor ha sido una de las noticias más chocantes de los últimos meses: el número uno que ha alcanzado en taquilla esa “película” llamada Mentiras y gordas, de Alfonso Albacete y David Menkes. Sin duda nadie se esperaba que un producto juvenil (ahora me extenderé más en el tema) pudiera encaramarse hasta lo más alto de la taquilla dejando por el camino a dos pesos pesados como Almodóvar y Eastwood.

Dicho esto, y siendo público y notorio (como ya escribí en este mismo blog hace pocos días) que no soy un gran fan de la última película de Almodóvar, lo de que esta cosa haya recaudado un millón setecientos mil euros en su primer fin de semana me deja absolutamente patidifuso. Reconozco que ya no soy un adolescente y que a mis 37 años el mundo que retrata este filme me queda más o menos a la misma distancia que Venus, ahora bien, como aficionado al cine me niego a pensar que esto sea lo que el espectador patrio quiera ver en los cines: una película con chavales/as de encefalograma plano cuyo único objetivo es el folleteo y el consumo de sustancias exóticas.

Si esto es el futuro me quedo con el realizador manchego.

Entiendo que el poner en el mismo plató a todos/as las jóvenes promesas del medio resulte atractivo a los consumidores de series del rollete juvenil pero si a esto nos hemos visto reducidos como espectadores me permito decir que tenemos un grave problema. No me tiraré ahora al rol de moralista o similar, pero creo que los chavales no son todos una panda de descerebrados. Hay por ahí fuera mucha gente lista de la misma forma que hay mucho tonto, pero no todo el monte es botellón. Este tipo de retrato robot de baratillo siempre me ha parecido deleznable, absolutamente legítimo (para algo hay libertad de expresión) pero francamente pobre.

La película –yendo a cosas concretas- es tan absolutamente difusa, pegajosa y facilona que me parece un milagro que alguien pueda identificarse con alguno de los borregos que la pueblan. La pretendida carga de profundidad la ofrece la ambivalencia sexual, el sentimiento de culpa y la frustración vital. O eso dicen. Lo cierto es que quizás mi generación tenga otra visión de las cosas y lo de estos personajes nos parece una marcianada sin otro sentido que el de ver a los famosotes televisivos de turno dándolo todo por la causa.

En fin, no me creo nada, no entiendo nada y me parece que algo falla cuando 300.000 personas se gastan la pasta en algo así. Puedo estar equivocado –faltaría más- y para eso estáis vosotros: para recordármelo.

¿La habéis visto? ¿Os ha gustado? ¿Tenéis un hijo/a en esas edades?

Hala, a cuidarse.

T.G.

Salir de la versión móvil