Hola amigos/as,
Perdonadme estos días sin posteo. He estado en el MIP de Cannes, ese festival de televisión donde todos van a presumir de stand…o quizás debería decir “iban” a presumir de stand, ya que este año todo se ha reducido a la mitad, la circulación ha sido buena y la cosecha catódica parece prometedora.
Prometo hablar de ello en breve, para que tengáis información de primera mano sobre lo que va a llegar en los próximos meses. Pero el post de hoy, recién aterrizado, es para comentar lo que para un servidor ha sido una de las noticias más chocantes de los últimos meses: el número uno que ha alcanzado en taquilla esa “película” llamada Mentiras y gordas, de Alfonso Albacete y David Menkes. Sin duda nadie se esperaba que un producto juvenil (ahora me extenderé más en el tema) pudiera encaramarse hasta lo más alto de la taquilla dejando por el camino a dos pesos pesados como Almodóvar y Eastwood.
Dicho esto, y siendo público y notorio (como ya escribí en este mismo blog hace pocos días) que no soy un gran fan de la última película de Almodóvar, lo de que esta cosa haya recaudado un millón setecientos mil euros en su primer fin de semana me deja absolutamente patidifuso. Reconozco que ya no soy un adolescente y que a mis 37 años el mundo que retrata este filme me queda más o menos a la misma distancia que Venus, ahora bien, como aficionado al cine me niego a pensar que esto sea lo que el espectador patrio quiera ver en los cines: una película con chavales/as de encefalograma plano cuyo único objetivo es el folleteo y el consumo de sustancias exóticas.
Si esto es el futuro me quedo con el realizador manchego.
Entiendo que el poner en el mismo plató a todos/as las jóvenes promesas del medio resulte atractivo a los consumidores de series del rollete juvenil pero si a esto nos hemos visto reducidos como espectadores me permito decir que tenemos un grave problema. No me tiraré ahora al rol de moralista o similar, pero creo que los chavales no son todos una panda de descerebrados. Hay por ahí fuera mucha gente lista de la misma forma que hay mucho tonto, pero no todo el monte es botellón. Este tipo de retrato robot de baratillo siempre me ha parecido deleznable, absolutamente legítimo (para algo hay libertad de expresión) pero francamente pobre.
La película –yendo a cosas concretas- es tan absolutamente difusa, pegajosa y facilona que me parece un milagro que alguien pueda identificarse con alguno de los borregos que la pueblan. La pretendida carga de profundidad la ofrece la ambivalencia sexual, el sentimiento de culpa y la frustración vital. O eso dicen. Lo cierto es que quizás mi generación tenga otra visión de las cosas y lo de estos personajes nos parece una marcianada sin otro sentido que el de ver a los famosotes televisivos de turno dándolo todo por la causa.
En fin, no me creo nada, no entiendo nada y me parece que algo falla cuando 300.000 personas se gastan la pasta en algo así. Puedo estar equivocado –faltaría más- y para eso estáis vosotros: para recordármelo.
¿La habéis visto? ¿Os ha gustado? ¿Tenéis un hijo/a en esas edades?
Hala, a cuidarse.
T.G.
¿Usted tampoco da crédito? Vaya, y yo que le iba a pedir la paga para ir al cine el finde… Cómo está el patio… a ver si se estira como los del G20… ¡avaro!
Hace algunos años Víctore Erice (por cierto, reponen su maravillosa obra inacabada: El Sur, en los Doré de Madrid, el miércoles 8), en una entrevista, respondía a lo que creo son sus dudas (comercio, negocio y público).
Copio las preguntas y respuestas, que no tienen desperdicio.
-¿Cree que existe una dificultad fundamental en el ámbito cinematográfico español para dar cabida a sus intereses de cineasta?
-No, no lo creo. Lo que puede existir, en todo caso, es una dificultad común, aquella que experimentan todos los que tratan de hacer cine a su estilo, no siguiendo dócilmente los estereotipos narrativos que los patrones de la industria establecen. Con demasiada frecuencia, los proyectos de estos cineastas, antes de nacer, ya son sancionados por los expertos como minoritarios, y por tanto carentes de interés para el mercado. No se trata de una dificultad de carácter particular, que nos pertenezca en exclusiva -aunque aquí, entre nosotros, haya adquirido proporciones cada vez más graves-, sino que se produce en todos los países del mundo desarrollado.
-¿Son las películas de autor, las de carácter cultural, las que más sufren esa dificultad a la que alude?
-Muy probablemente. Aunque sucede una cosa: la gente ya no sabe muy bien en qué consiste eso de ser autor. Por otra parte, la mayoría de los directores se consideran autores. Y en cuanto al carácter cultural de una película… Depende de cómo se entienda el término cultura. Invocando a la Cultura tampoco logramos evitar una cierta ambiguedad. A la hora de las declaraciones de principios, casi todo el mundo, y particularmente los productores, afirman que todas las películas son cultura. Y es probable que tengan razón, porque el entretenimiento es hoy la única cultura que de verdad cuenta. Basta observar cómo la Administración recompensa y subvenciona, sobre todo, de la forma más abundante, el éxito en taquilla.
-¿Esa política es la que se resume en la frase «el público siempre tiene la razón»?
-Sí. Es el famoso Veredicto del Público, al que se suele recurrir en nombre de una razón suprema: la Razón del Contribuyente. Lo apuntaba con ironía Rafael Sánchez Ferlosio en un artículo titulado «Cultura, ¿para qué?» Veredicto del Público pero, ¿de qué público? ¿Del que frecuenta día y noche los espacios de televisión de mayor audiencia? ¿Es que acaso el Público no es precisamente una fabricación previa y permanente desde las alturas, una falsificación de lo que hubiera de gente común y corriente en este mundo? La educación, sobre todo bajo el imperio del audiovisual, a la que un niño se halla condenado desde que abre los ojos, fabrica eso que llamamos tan inocentemente Público, sus gustos, sus necesidades y hasta sus emociones. Es evidente que así, con tan uniformador y potente foco de educación, la demanda de banalidades desde abajo, desde el consumidor, cada día se identifica más con la administración de banalidades desde arriba, desde los medios y los órganos de poder, tanto industriales como culturales.
La noción de Público -unida a su demanda de entretenimiento- que se utiliza desde las altas instancias ha hecho recordar a más de uno estos versos: «Porque como las paga el vulgo, es justo/ hablarle en necio para darle gusto» que Lope de Vega escribió a modo de cínica justificación de no pocos aspectos reaccionarios de su teatro. A los versos de Lope habría que contraponer la sabia fábula de don Tomás de Iriarte a propósito de la protesta del burro a su desconsiderado amo, que le echaba de comer paja a todas horas, repitiéndole siempre lo mismo: «Toma, puesto que con esto estás contento.» Hasta que un día el burro se hartó y le dijo: «Tomo lo que me quieras dar. Pero amo injusto, crees que sólo de la paja gusto, dame grano y verás si me lo como. «Claro que es posible que, a estas alturas, ya no queden burros que distingan el grano de la paja y todos se traguen agradecidos lo que les echen. Pero no hay que ser pesimistas dogmáticos, que todavía hay por ahí uno que otro burro no virtual, que sabe distinguir.
-¿Cree entonces que esa clase de tutela por parte de la Administración puede ser también una manera de indicar lo que hay que producir?
-Sí, de una manera indirecta quizá, pero muy persuasiva. Como política general, posee un rasgo diferenciador: pone las cosas en su sitio, claramente. La imagen más expresiva de lo que digo es la del señor secretario de Cultura mostrando a los periodistas, en una reciente comparecencia, como argumento supremo, la gráfica del índice de audiencia del cine español. Ese gesto resume la principal consideración que el cine le merece.
-Se podría decir que, de cualquier modo, el mercado siempre ha estado ahí, y siempre ha incidido en el desarrollo de las artes.
-No, no siempre, ni del mismo modo. Al menos en lo que al cine se refiere. Lo que sí estuvo presente, desde que las películas fueron consideradas un negocio, fue el comercio. Y existe una diferencia sustantiva entre comercio y mercado. En los primeros tiempos del cinematógrafo, la creación -entre los cineastas primitivos abundaban los creadores, verdaderos artistas que no tenían conciencia de serlo, y eso era lo bueno- se comercializaba de una forma digamos natural. Para entendernos, la obra nacía como una criatura más o menos libre, como por descuido, y luego se entregaba al mundo. Ahora, sin embargo, la inmensa mayoría de las películas tienen que nacer ya vendidas. El mercado es quien dicta absolutamente la ley, quien decide lo que debe existir y lo que no. La máxima que en su día vocearon los productores norteamericanos -«una buena película es aquélla que gana dinero y una mala aquélla que lo pierde»- ha sido aceptada prácticamente por el mundo entero, de tal modo que, a propósito de una película que está en cartelera, la cualidad suprema que la publicidad maneja son las entradas vendidas, el dinero recaudado; cifras y más cifras -que, en ocasiones, no corresponden exactamente a la realidad- que se exhiben para hacer que el espectador considere ese producto como algo necesario, de visión obligada. La auténtica sacralidad no está ahora en la bondad de la obra sino en el mercado, en su capacidad para mover dinero.
Entrevista realizada por Mario Campaña.
Mañana dejo por aquí el enlace del por qué El Sur es una obra inacabada, en una exquisita y maravillosa exposición del propio Erice.
La respuesta es bien sencilla, en esta película se concentran los actores que tienen a las niñitas de 12-15 años atontadas con la serie el internado, y todas esas cosas, es mas, solo faltaría para completar el cuadro, que uno de los protagonistas fuese el «tan querido » EL DUQUE, y es que es eso, en este caso venden los actores y su fama, no la película en realidad.
Respecto al comentario de Alicia, una película, si es mala es mala, aunque recaude millones y millones, ya que es diferente ser una buena película, a ser un buen articulo, y en la película de mentiras y gordas, no tenemos una buena película, sino un buen producto para vender, sin embargo, podemos encontrar ocasiones en que una buena película, es un buen producto.
Por cierto, esta película no se por que, pero simplemente al ver el trailer y la gente que aparece y todo eso, me recordó a la película de » Compañeros» o como se llamase la película.
Qué bueno Erice.