Señores y señoras,
¿Qué tal están? ¿Todo correcto?
Yo me he desplazado a la capital del Reino para unos asuntos de mi interés. O para unas gestiones. Me encanta esa expresión: “Hacer unas gestiones”. No significa nada, y supongo que por eso me gusta.
Primero un recordatorio: este fin de semana se estrena Hereditary. Sinopsis: madre muere. Protagonista (hija de la señora fallecida, que ejercía de patriarca, con todas las letras) empieza a descubrir cosas muy extrañas sobre su progenitora. Película aterradora, con algunas de las escenas más acojonantes que recuerdo y donde la familia da incluso más miedo que las tropas de lo paranormal. Se sale del mapa Toni Collete y los niños dan más miedo que Damien en La profecía. Estamos antes una de las mejores películas de terror de todos los tiempos, y no soy yo muy de generar expectativas. Pero oigan, es lo que hay.
De hereditary ya hablé hace poco, así que no voy a insistir en ello.
Ahora me ocupa un producto patrio de unos chavales sevillanos que tienen muchos fans entre mis amigos, pero que a mí nunca me han hecho gracia. Les llevo viendo un buen rato ya, primero en videos breves con diálogos chisposos y a continuación con un par de largos. Sus personajes primigenios fueron el cabesa y el culebra, dos tipos que fotocopiaban el patrón de Martes y 13, con un punto de Faemino y Cansado. Se puede decir que consiguieron calar con un estilo propio, de matices anarquistas, que en ocasiones parecía improvisado, con todo lo bueno y lo malo que tiene eso.
Estrenaron El mundo es nuestro y en mi humilde opinión demostraron que son buenos en lo suyo, y que eso sirve en la medida en que te guste lo suyo. A mí su humor me suena a un constante déjà vu, a chistes de serie B, a gag de baratillo, a topicazo del sur, a que te ha tocado demasiado el sol y empiezas a creerte que tienes un talento cómico inigualable.
Pero a pesar de todo, la peli tenía su aquel. Precisamente porque los tipos se atrevían a mantener cierta coherencia narrativa, partiendo del mismo lugar en el que habían parido a sus personajes. Así que como mínimo uno podía reconocer la voluntad de presentarse en una sala de cine (que no es lo mismo que youtube) con un estilo propio.
Las críticas fueron buenas y los chavales siguieron a lo suyo, saliendo en películas de terceros y atacando una y otra vez el mismo personaje. No es que se pueda decir que tengan una gran variedad de registros, pero quién cojones soy yo para decirle algo a alguien que se gana la vida con sota, caballo y rey.
Nadie.
El viernes estrenan otra película: El mundo es suyo. Y esta vez (me temo) que se les cae el castillo de naipes.
Una película sobre dos pijos sevillanos metidos ‘en una movida muy gorda’ y que les lleva a recorrer todos los clásicos del humor sureño que ellos mismos creen haber inventado (pero no). Un poco como Juanito Navarro y Doña Croqueta en versión moderna, pero cuando ya hace 40 años de lo de Navarro y Croqueta. No tiene ni medio chiste gracioso, avanza a trompicones, es perezosa, aburrida y hasta risible (y no es un adjetivo positivo). Me temo que no habrá una tercera parte, pero puede que sea yo el bicho raro y que el público les bendiga.
De momento, la campaña de marketing está siendo de aupa, aunque esas entrevistas en los que los tipos dicen ‘no hay nada malo en los tópicos’ no ayuden a nada. Mirad chavales, no hay nada malo en los tópicos excepto cuando resulta que es lo único que tienes. Un discurso que se sostiene solo en tópicos es un discurso de mínimos. O lo que es lo mismo, un tópico sin segundas lecturas es como un hacerle un torniquete a un muerto: no sirve para una mierda.
Ya lo siento.
Abrazos/as,
T.G.
El problema quizá no sea tanto de la pareja de actores cómicos como de los productores y, desde luego, de la realidad del público.
Me sorprendí cuando vi «Ocho apellidos vascos». No recuerdo reír al verla. En mi caso, con mi memoria, eso quiere decir que quizá solté un ja, puede que hasta un jajá al ver la decoración del caserío en que habitaba el personaje de Carmen Machi. El resto está olvidado o con ganas de ser olvidado de puro insulso.
Y me sorprendí por el enorme éxito de taquilla, que ha llevado a enésimas partes cinematográficas y televisivas. A mucha gente les hizo gracia y quisieron repetir. Y los productores, españoles y estadounidenses por igual, también emplean la ley del mínimo esfuerzo.
No crea que a mí me cuesta reír, que soy una persona demasiado seria o sin sentido del humor. A mí me han llegado a doler los costados de tanto reír al ver aparcar a un hombre su coche. Sin estar bebido. Yo, él no sé, que estaba varios pisos más abajo de mi terraza. Fíjese si tengo la risa fácil.
Por eso entiendo que determinados tópicos se perpetúen en los medios. La gente paga por seguir escuchándolos porque les hace gracia. A mí no. Pero la gente y yo somos así, todos diferentes, aunque iguales a muchos otros. Porque entre 47 (ó 7.000= millones de individuos la imitación simiesca no permite que seamos tan diferentes como nos pretendemos.