Señores y señoras, sadomasoquistas, amigos y amigas del bondage, heterosexuales, asexuales y bisexuales, homosexuales y lesbianas… espero no haberme dejado a nadie, aunque seguro que es así. Viendo cómo las gastan algunos de ustedes/as es mejor no dejarse a nadie.
En primer lugar, para aclararlo y poder seguir hacía adelante, nunca quise ofender a ningún amante del látigo y la fusta. Miren, oigan, aquí siempre le hemos aplicado un filtro de cachondeo a la vida (y al cine por supuesto), y de eso no se libra nadie. Si a alguien no le gusta eso de reírse (soy autónomo, no hay nadie a quien le guste el sado más que a mí) pues que se mude a otro blog: hay miles que serán de su gusto, donde podrán ustedes lamerse las heridas (no va con segundas) y darse golpecitos en la espalda. Aquí todo el mundo es zarandeado en uno u otro momento, incluido un servidor. Aún recuerdo cuando un lerdo me dijo que era un ignorante. Por supuesto, y como soy el dueño del blog puedo decir que él era un lerdo.
También pueden abrirse un blog de disidentes/as y amantes/as de la suprema seriedad en el que no estará permitido hacer bromas ni comentarios sobre nadie en absoluto. Imagínense lo calentitos/as y contentos/as que estarían allí, eh?
Pues hala, no molesten más.
Y ahora, lo que todos/as estaban esperando: mi crítica de 50 sombras de Grey.
Ya saben que la película es el mejor estreno en España desde 2012, con más de siete millones de euros. Eso significa un triunfazo para la distribuidora y un espaldarazo para los fans, que han acudido en masa a apoyar al señor Grey y a su encantadora secretaria/asistenta/amante.
Amante del riesgo como soy decidí acudir a una sesión vespertina, con la suerte de tener a mi lado a un grupo de jóvenes y jovenas con ese punto de alcoholismo que da la cercanía del sexo. No reproduciré aquí algunos de los comentarios pero digamos que ellas no quedaron muy satisfechos con el tipo porque nunca se quitaba los pantalones para azotarla a ella y ellos no quedaron muy contentas con ella porque no se le veía claramente ‘el potorro’.
Estoy seguro de que si alguno de ustedes es aficionado a la antropología sabrá analizarlo todo con esmero.
Vayamos al tema.
Empieza con un blablablá de unos 25 minutos en el que se introduce a los personajes. Ella es una especie de beata que hace el amor con la luz apagada; él es un ricachón al que lo que pone más cachondo es su helicóptero.
Los dos se conocen, surge la chispa y él se la quiere beneficiar. Ella a él también.
Pero llegados a cierto punto, él le confiesa que le va un rollito poco convencional y ella –enamorada- le dice que sí, que lo que sea, que adelante.
Sin embargo, no hay ni una escena sexual potente, ya no en términos estéticos sino puramente conceptuales: había más erotismo en 9 semanas y media que en 50 sombras de Grey.
Él la azota sin quitarse los vaqueros y ella tiene siempre esa cara de berenjena, como pensando si tiene leche en la nevera o si debería ir al súper.
Luego está ese aspecto inquietante que es la banda sonora: cada vez que alguien está a punto de tener un orgasmo ponen una cancioncilla insoportable, como contrapunto romántico, como diciendo: “Que te azoto porque te quiero”.
Y claro, si uno va esperando ver una película de alto voltaje tendría más suerte con una de Pixar. Además, la gran ventaja del libro es que cuando van en helicóptero o están en un restaurante hablando de sus memeces, uno puede saltarse esas páginas y tan pancho. En el cine no es así. En el cine uno se lo traga todo (de nuevo: no busquen dobles lecturas) y no puede hacer fast forward.
La película dura dos eternas horas y pico y son dos horas y pico de más. Y –además- poco se ha hablado de la terrible falta de química entre los actores, que parecen aburrirse de tanto fingir que se gustan. Si al menos se estrellara el helicóptero con los dentro.
Obviamente, se han saltado las partes más ‘fuertes’ del libro y lo que ha quedado es un drama para adolescentes que está entre Crepúsculo y una película erótica italiana de los 80: una teta por aquí, una cacha por allá y aquí paz y después gloria.
Y faltan dos películas más.
No una, dos.
Abrazos/as,
T.G.