Hola amigos/as,
La respuesta a la primera pregunta es “sí”. Ya he vuelto de Venecia, donde he visto todas las películas que he podido (y alguna más en mi tiempo libre) y soñado con cervezas que no cuesten seis euros (sí, efectivamente, he dicho seis euros) y taxis que puedan recorrer un kilómetro sin cobrarte 26 euros (sí, efectivamente, he dicho 26 euros).
Dicho esto, os anuncio que en el post del jueves hablaremos de Distrito 9, por fin estrenada entre nosotros, para ver que piensa la parroquia del tema. Por favor, conteneos hasta entonces. Y si no la habéis visto no sé a que esperáis.
Para este de hoy (post, me refiero) hablaré de ese personaje llamado Michael Moore y de su último trabajo: Capitalism, a love story (Capitalismo, una historia de amor).
En primer lugar deciros que en los últimos tiempos me he embarcado en una historia de amor y odio con este orondo actor/director/guionista y sus documentales de afán provocador. Amor porque creo que alguien debe contar lo que él cuenta para que nos enteremos de lo que se cuece por ahí fuera; odio porque no me gustan sus ínfulas, su necesidad de ser protagonista, creyendo –quizás- que el conjunto perdería fuerza si su gorra y sus zapatillas no aparecerían por ahí (en Capitalism saca hasta a su padre, y no, no estoy exagerando).
Capitalism, a love story cuenta la historia de la reciente crisis. Lo hace desde el punto de vista de los que tienen menos (quizás para ser exacto debería decir “de los que no tienen nada”). Gente que pierde sus casas, sus trabajos, sus coches, sus vidas. El documental no deja títere con cabeza: desde la mítica inyección de dinero para rescatar a la banca (y lo que la banca hizo con la pasta) hasta las lamentables prácticas de algunas empresas estadounidenses (hay una parte en la que Moore averigua que los empleados de ese emporio llamado Wall-Mart tiene seguros de vida confidenciales –ni siquiera el propio empleado tiene conocimiento de ello- que cobran ellos mismos: es decir si el empleado muere la empresa gana más dinero que si el empleado sigue vivo).
Dos horas a cara de perro con la economía de su país que deja muchos momentos memorables: Moore paseándose con un furgón blindado por Wall Street reclamando a diversos bancos y firmas de inversión que devuelvan el dinero robado al pueblo americano; Moore precintando con cinta de esa que pone “escena del crimen” la misma zona de Wall Street; Moore llamando al despacho del presidente de la Reserva Federal.
Ya, lo habéis cogido: la película es Moore, que sale en el 90% del metraje. Esto no debería ser malo de entrada pero a Moore le pesa el culo (es un decir) y su rollo discursivo le quita fuerza a una pieza que la tiene. Me pregunto como sería un documental de Moore sin Moore, y me apuesto algo a que no soy el único.
A mi me gustaría que este señor de Michigan aprendiera que ni siquiera él es imprescindible para entender que la situación que estamos viviendo es muy jodida.
Moore tío, no nos des el coñazo, déjanos que saquemos nuestra propias conclusiones. Please.
¿A vosotros/as os gusta Moore?
Abrazos/as,
T.G.
P.D.: esperemos que al menos no tarden dos años en estrenarlo, como ya pasó con su último trabajo.