Queridos y queridos y amigos y amigas,
Ser un viejo cascarrabias, gruñón y descreído tiene sus ventajas. Mantiene lejos a los capullos, a los farsantes y en general a todo el mundo. Luego –también es verdad- te aleja del mundo y llegas a pensar que lo único que existe es esa voz en tu cabeza que te dice que tu actitud es la mejor posible. Todo en tu vida pasa por el filtro de esa amargura, como si estuvieras rodeado por una niebla espesa que no deja que nadie te vea, pero que (al mismo tiempo) no te deja ver a nadie.
Se puede (sobre)vivir mucho tiempo con esa armadura. El cinismo es un escudo cojonudo, impenetrable para los desconocidos, indescifrable para cualquiera que no te conozca bien, siempre brillando como un faro en un maldito acantilado. Y sin embargo, de vez en cuando llega algo o alguien con ganas de tocar los cojones, que consigue que veas a través del humo y la miseria, algo (o alguien) que hace que por un rato, desees ser menos hijo de perra, menos deslenguado. Alguien (o algo) que te hace sentir mejor persona.
Luego vuelves a ser el cabronazo de siempre, pero ese antídoto funciona. Funciona. Coño si funciona.
Mi antídoto de este 2018 ha sido Lady Bird. Una película que empecé a ver con todas las alarmas encendidas. ¿Por qué? Pues porque la dirige Greta Gerwig, una diosa del postureo, una actriz a la que no trago y la musa de uno de los directores más patanes de todos los tiempos: Noah Baumbach.
Hay pocos directores que me parezcan más sobrevalorados. Posiblemente, solo con la excepción de Coixet, Haneke y el mamarracho de Gaspar Noe.
Pero bueno, oye. Uno se dedica a esto y se sienta y la ve. Qué cojones, hay muchas maneras mucho peores de ganarse la vida.
Así que empecé a ver la película. Explica la historia de una chavala de Sacramento llamada Christine. Familia humilde. Padre (impresionante Tracy Letts) en paro; madre de armas tomar (fabulosa, fabulosa, fabulosa Laurie Metcalf) y una amiga, solo una amiga de verdad (Beanie Feldstein, una tipa que roba escenas con la facilidad con la que otros respiran).
Ella no quiere que la llamen Christine, quiere que la llamen Lady Bird. Y no quiere vivir en Sacramento, quiere vivir en Nueva York.
Con estos elementos, una puesta en escena perfecta, sin pretensiones. La jodida Greta Gerwig se monta un peliculón que reflexiona sobre la adolescencia y al mismo tiempo la trasciende, como un borracho que pasa por un control de alcoholemia haciéndose el dormido.
Te hace reír, te hace llorar, te hace quererlos, tiene un par de escenas absolutamente memorables y es una película modesta, pequeña y preciosa.
¿Qué como mierda le ha salido esta maravilla a esta señora? Pues miren, a mí no me pregunten, que soy el mensajero y el primer sorprendido.
Si alguien me llega a decir que Lady Bird me gustaría tanto, que llegaría a emocionarme y a obligarme a dejar todo lo demás a un lado, le hubiera dado una hostia con uno de esos palos que lleva una bola de pinchos en el extremo.
No sé si va a ganar muchos Oscar, pero ya es una de mis pelis favoritas del año y una de las más bonitas que he visto en mucho tiempo.
Gracias Greta. Te sigo odiando, pero menos.
Y a ustedes, hoy les deseo lo mejor. Mañana volveré a encontrarles insoportables/as.
Abrazos/as,
T.G.