Queridos y queridas,
¿Cómo lo llevan? Cuando escribo estas líneas el centro de Barcelona parece una versión en miniatura del Beirut de los 80. Nos está pasando algo muy gordo, señores y señoras, que acabará afectándonos a todos y a todas. No concibo que alguien pueda alegrarse con todo lo que está pasando, pero supongo que así son las cosas: la estupidez siempre ha sido contagiosa. Al único al que no parece importarte esto (en uno u otro sentido) es a mi perro Groucho. A veces envidio su espíritu nihilista y su conceptualización primaria de la vida: comer y jugar, jugar y comer. Ya, ya sé que es un perro, coño.
Bueno, vamos al grano.
He visto ya Ready player one, la última de Spielberg. Y me lo he pasado pipa.
Hablaré de ella la semana que viene, porque se estrena el miércoles (recuerden que es Semana Santa, aquello de ustedes/as que tengan la fortuna de disfrutar de vacaciones). Déjenme solo adelantarles que la película es –sobre todo- una orgía de nostalgia que gustará a aquellos/as que en la década de los 80 se peleaban por alquilar la última peli del videoclub. Yo, por ejemplo. Desde el 83 hasta bien entrados los 90. Esta película es para nosotros y para nosotras. Los rancios y rancias que no quieran melancolía en vena, mejor que se aparten.
Y ahora lo de esta semana: Pacific rim 2.
Miren, yo siempre trato de ser muy clarito, así que les aviso: si buscan una gran obra cinematográfica o simplemente una película con un guión decente, esta vez no están de suerte. Si –en cambio- lo que les apetece es un descerebrado filme de aventuras que les permita comerse un bidón de cinco kilos de palomitas mientras el sistema Dolby atmos de su sala favorita explota todos los graves que puede generar una explosión, entonces sí.
La primera Pacific rim era una divertidísima chifladura con el sello de Guillermo del Toro que acontecía en un mundo en el que la aparición de gigantescos monstruos con hambre de destrucción masiva se había convertido en algo habitual por culpa de una brecha en el Pacífico a una dimensión paralela. Resumiendo: unos alienígenas hijos de perra trataban de colonizar la tierra enviándonos sus tropas de asalto, que no eran otra cosa que un montón de criaturas gigantes extremadamente poderosas. La humanidad trataba de defenderse recurriendo a unos robots gigantes (los jaegers) conducidos por dos pilotos.
No había mucho más, porque no podía haber mucho más. Era una película que sabía a quería jugar y que no tenía ninguna ambición más allá del puro entretenimiento.
La segunda entrega, que arranca con el hijo del personaje de Idris Elba en la primera (un John Botega recién salido de Star wars y bastante apañado en su papel) es más de lo mismo: los monstruos vuelven a aparecer y los jaegers son de nuevo nuestra última esperanza. Solo le falta el universo auto-referencial de Del Toro, que no es poca cosa. Visualmente ofrece todo lo que se le puede pedir a un blockbuster y sirve para pasar un rato sin aburrirse. Nunca empacha, ni se traba, ni ofrece nada extraordinario: es un espectáculo de fuegos artificiales con el sello de un señor mexicano que acaba de ganar el Oscar (nota: Del Toro ejerce de productor y las malas lenguas dicen que ha intervenido a gran escala en el montaje de la película) que llevará a mucha gente a las salas.
Chimpún.
Los que quieran ver algo completamente distinto pueden disfrutar de Thelma: una especie de homenaje a Carrie con trazos de melodrama y de atmósfera tan malsana que es imposible dejar de mirar. Es una preciosa fábula de corte fantástico que no se olvida fácilmente.
Hala, buenas fiestas.
Abrazos/as,
T.G.