Buenas señores y señoras (o señoras y señores),
¿Cómo están ustedes? (Les visualizo diciendo “biennnn” todos a una, perdónenme.)
Me encuentro en Zurich, cumpliendo con mis obligaciones de cronista cinematográfico: beber champagne, comer chocolate, ir a fiestas y colarme en el transporte público suizo.
Una vergüenza, lo sé. Pero estamos en crisis y además, aunque sea un trabajo suizo, alguien tiene que hacerlo.
(De hecho, lo único que sí hago es pagar en el transporte público, soy muy escrupuloso con esas cosas y cada vez que veo a alguien colándose en el metro en Barcelona –ciudad en la que parece obligatorio hacerlo– me dan ganas de rociarlo con gasolina y pegarle fuego.)
En fin, antes de empezar con mis posts monográficos sobre los actores a los que mandaríamos a Marte de una patada, quiero hablarles de un documental que vi anoche en esta bonita ciudad donde hace frío y llueve y uno puede ponerse una chaquetita y estar como Dios.
La película se llama Tales from the organ trade, está producida (en gran parte) por la división de documentales de la HBO y cuenta la historia del tráfico de órganos en el mundo, obviando toda tentación sensacionalista, centrados en el núcleo de la cuestión hasta convertirla en un dilema moral.
El narrador es David Cronenberg (pocas veces una voz ha sentado tan bien las bases –y el tono– de una pieza cinematográfica como en esta ocasión) y el asunto se las trae: por un lado los pobres desgraciados que ven la venta de un riñón como única oportunidad de salir de la miseria; al otro lado los que pueden permitírselo… pero no sólo ellos.
Lo que hace este documental es mostrarnos a tres personas sin pasta que están muriendo por culpa de afecciones renales: un señor de 50 años de Denver, una mujer de cuarenta y pocos de Filadelfia y un hombre de 60 en Nueva York.
Uno de ellos (el de 60) rehipoteca su casa y, con los 100.000 dólares que consigue, se compra un riñón y va a operarse (todo en el mercado negro, por supuesto) a una clínica de Kosovo, nada menos.
La epopeya vital de estas personas (de un calibre emocional difícil de digerir, sin subrayados, ni necesidad de añadir, ni quitar nada) es de tal intensidad que es como si el documental se hiciera sólo. Con la particularidad además de que la pieza logra –también– reunir a los del medio: doctores, intermediarios, etc.
Veo muchas películas a lo largo del año, créanme. Algunas se me olvidan, otras se resisten un poco más; algunas se quedan siempre conmigo y pocas, muy pocas, me persiguen. Tales from the organ trades es una de estas últimas: un trabajo periodístico impecable que no se queda sólo en el terreno de la investigación sino que plantea preguntas importantes: ¿debería legalizarse la venta de órganos?, ¿cuáles son las consecuencias éticas y morales de plantearse algo así?
Les aseguro que, por clara que puedan ustedes tener la respuesta ahora mismo, todo les parecerá mucho más borroso después de ver este documental.
Por una vez que me pongo serio, háganme caso y échenle un vistazo. Ya saben cómo, piratas.
Abrazos/as,
T.G.