(AQUí IRÍA UNA FOTO PERO EL WIFI ME VA COMO EL CULO. EN EL PRÓXIMO POST PROMETO PONERLES DOS)
¿¿¿Como están ustedes???
(Respondan como si el que preguntara fuera el mismísimo Miliki.)
Yo me hallo fuera de los confines de nuestro querido país, rodeado de frío y lluvia y con un índice de paro por debajo del 10 por ciento. Ya ven, un mundo de ciencia-ficción.
Bueno, al menos nosotros también tenemos frío y lluvia, así que no nos quejaremos.
Ayer aproveché y estuve en una sala de este bonito país nórdico viendo Nymphomaniac. Qué bonita que es, y qué dulce. Todo amor y demás.
Vale, más bien no.
La última tropelía fílmica de ese (cuasi) farsante danés llamado Lars Von Trier es un paso más en su carrera hacia la comercialidad (su auténtica obsesión, no nos engañemos), disfrazado de autor singular atormentado por su propia creatividad.
Al amigo Lars ya hace tiempo que se le encogió el disfraz y se le ven los calcetines y las mangas de la camisa. Ya nadie traga con su pretendida rebeldía y su (difusa) genialidad. Cierto es que no seré yo el que niegue la valía de obras (excelentes) como Europa o Dogville, ni la magna estupidez de bodrios como Los idiotas o Anticristo (con esos vergonzantes planos en blanco y negro, de una impostura más vacía que la obra de Isabel Coixet).
Es obvio que Lars (voy a llamarle Lars por hacer la cosa más familiar) tiene talento, un montón de talento. También es verdad que esa vocación bufonesca del director empieza a resultar francamente cansina. Tanto empeño por sobredimensionar su propio personaje ha acabado eclipsando al artista para ofrecernos en bandeja a un payaso que sale más en la prensa por sus memeces (“Hitler no era tan malo”, “blablabla”) que por sus méritos como realizador.
Ya se le vio el plumero con aquella chorrada del dogma que los palmeros de siempre consideraron una suerte de manifiesto que iba a cambiar la faz del cine. Después Lars se pasó el dogma por el arco del triunfo y los palmeros saludaron la boutade con el axioma de siempre: “Ya lo decía yo”.
Nymphomaniac empieza con la nueva musa del director, Charlotte Gainsbourg, apaleada en un callejón. Alguien la recoge y se convierte en el recipiente del larguísimo relato de la mujer, una ninfómana (lo dice ella, y quién soy yo para contradecirla) que ha acabado siendo víctima de su propia adicción.
Lo siguiente, pues bueno: la conexión del sexo con todo lo que se mueve, arrastra o respira; pollas y coños; viejos salidos; algo de sadomasoquismo; colegialas (muy) espabiladas, y un montón de planos inteligentes. Lo hemos dicho ya, el amigo Lars es un gran director de cine.
El lastre es, obviamente, el sexo. El danés tiene tal fijación por demostrar que no hay otro núcleo en el relato que el fornicio que a veces uno puede sentir el peso de la cáscara vacía, escondida tras un buen número de diálogos sonrojantes y rostros atormentados por el folleteo de sus semejantes y el suyo propio.
¿Convierte eso a Nymphomaniac en una mala película? Ni mucho menos. Lo que sí hace es obligar al espectador a encontrar en el filme una percha (relevante) a la que agarrarse. Y la hay (aunque el director la esconda), personificada en algunos de esos personajes mucho más interesantes que la protagonista, y sus reflexiones vitales (no necesariamente sexuales) que basculan en torno a lo difícil que puede ser acoplarse a un mundo que a veces parece ir –obstinadamente– en dirección contraria.
Es una pena tener que buscar entre líneas lo que debería ser el punto G de una narración a veces compleja, a veces –insultantemente– simplona, pero Lars es así.
Para el director todo es agonía y de hecho hay en sus películas una voluntad transgresora que se basa casi totalmente en buscar el lado oscuro de las cosas ofreciendo un formato novedoso/rompedor como si le pusiéramos un traje de Tom Ford a un vagabundo y después nos dedicáramos a rodar primeros planos de sus dientes. A veces le funciona (me gustó su último invento, Melancolía, en su decadente –y reiterativo– retrato de la burguesía con planeta disfrazado de meteorito al fondo), y otras es un coñazo sin paliativos. Sin embargo, es verdad que, cuando fondo y forma encajan, el cine de Von Trier es una jodida maravilla.
¿Nymphomaniac?
Ni fu, ni fa.
Ya me contarán.
Abrazos/as,
T.G.
El sexo como decorado fijo, inmenso paisaje en el que se mueven los personajes no le gusta.
¿Hubiese preferido el trabajo? ¿Es mejor meter una pizca de esencia, medio minuto escaso, entre dos horas de película centrada en los problemas laborales de una manada de homínidos encorbatados haciendo cosas que ningún profesional de profesión alguna puede reconocer como propias de su profesión?
¿O la religión? Ver a Gauntry engañando a los pobres lelos que fueron capaces de creerse «La guerra de los mundos», el asesinato de Kennedy, la invasión de Vietnam y el hundimiento del Maine. Un retrato de ambición, de amor a no dar un palo al agua viviendo a costa ajena pero envuelto en la religión en estado puro, tal y como se vivía hace 2.000 años en Judea y desde hace 30 otra vez en España. (Caso del Juzgado nº 45 de Madrid contra El Yunque).
¿Y la guerra? ¿Aguantar un cuarto de la batalla de Stalingrado parapetado tras la butaca mientras las explosiones y las ráfagas de ametralladora atruenan la sala destensando tus tímpanos aún más y el parabará de Horner te repatea por enésima película? ¿Para ver un triángulo amoroso, otro más? [Ay, Jean Jacques, con lo que me gustó «En busca del fuego» con su momento Trinca (Hemos inventado la… ¡trjm! risa) y las monjas-pin-up esteatopigias]
¿O más y mejor guerra? ¿Ver la versión alemana de la misma batalla, mucho mejor ambientada y contando más batalla que Annaud? ¿Para constatar una vez más que los militares viven entregados al homicidio en masa con base matemática y fines inconfesables, algo que ya pude leer hará 30 años cuando en «El vizconde de Bragelone» el mariscal d’Artagnan dosificaba las bajas francesas en el asedio a un fortaleza después de especular con los futuros agroalimentarios?
¿O ver la versión rusa, tan fantasiosa que parece un manga japonés e incluso con menos «acción» y la relación de trío extendida a sexteto (vocal)? ¡PARABARÁ! Impresionante «ver» que los rusos graban a los rusos en ruso y a los alemanes en alemán [aplausos con las orejas], pero que superponen una voz que lee en ruso las frases de los alemanes, pero con la cadencia con que leo yo las instrucciones para programar la lavadora? Impresionante, de verdad, ver que los rusos ya han inventado el robozombi sin sentimientos que lee guiones.
Yo sigo prefiriendo el sexo de «Starbuck». Que eso sí que es sexo en cantidad y no lo de la ninfomaníaca esta. Aunque luego solo transmita un par de ideas interesantes: Saca partido de lo… ¡trjm! perdido y hasta el más perdido puede cambiar con el estímulo adecuado.