Buenas tardes amigos y amigas, disculpen mi ausencia esta semana, he estado en Londres, esa bonita ciudad donde comprar es un deber y beber una religión. Allí he visto una bonita serie, Sherlock, que pretende revivir el mito de Sherlock Holmes adaptándolo a la era moderna. Esta vez el doctor Watson también vuelve de la guerra de Agfanistan (la nuestra) y comparte piso con Holmes en el 221 de Baker Street, ahí se acaban las coincidencias formales.

Sorprendentemente me pareció un trabajo excelente, que les recomiendo de manera entusiasta cuando se estrene entre nosotros, allá por noviembre. La pareja de actores protagonistas, Benedict Cumberbatch y Martin Freeman es sencillamente espectacular, al primero le veremos en la próxima pelicula de Spielberg (War Horse) y al segundo le vimos en la deliciosa The office. No les digo nada más, ya me contarán cuando la vean.

Por otro lado, y para compensar mi falta de posteo les prometo que dentro de 48 horas les obsequiaré con mi primer programa doble, un nuevo post semanal donde hablaremos de los clásicos, empezando por El hombre tranquilo y Un, dos, tres (la obra maestra de Billy Wilder, no el show de Mayra Gómez Kemp). Les advierto que se alimentará de mis pulsiones personales así que puede que no sea para todos los públicos.

En fin, veremos como arranca el tema, espero sus punzantes críticas y su característica mala leche.

Y ahora, hablemos de lo mejor que he visto hasta ahora en este cálido verano: Toy Story 3D. La semana que viene hablaremos de Origen y de Pesadilla en Elm Street, pero hoy tocan las aventuras de Woody y Buzz.

Empezaré por confesar que me fascina Pixar (de acuerdo, formo parte de la masa en ese sentido) no sólo por su capacidad para hacer buen cine desde un mundo aparentemente tan lejano como el de la animación, sino por su longevidad. Lo normal para la compañía a estas alturas sería haber bajado la guardia, haberse dejado arrastrar por la corriente e ir llenando el sótano de sacas con pasta.

Nada más lejos de la realidad, cuando la excelencia es el primer mandamiento las cosas caen por su propio peso. Esa es la razón primigenia que permite a Pixar seguir mandando en un mercado tan cambiante y competitivo como el cine para niños, y de paso dar martillazos en la mesa cada vez que estrenan un nuevo título.
Nunca les falla nada, ni siquiera se permiten el lujo de hacer lo que hace todo el mundo: cagarla con una secuela.

Seguramente, y dejando la segunda y tercera entrega de El Padrino o El imperio contraataca a un lado, nunca ha habido una secuela (o segunda secuela, deberíamos decir) tan ambiciosa, descomunal y pluscuamperfecta como Toy Story 3D.
Es el sabor de los personajes que ya conocemos puestos en una lupa y mejorados hasta hacerlos inolvidables; es la dinámica de grupo que se genera en la película (lo de introducir a Barbie y a Ken es una idea que no es que raye la genialidad sino que se sumerge en ella); es la identidad de cada uno de esos juguetes y la capacidad del director para convertirlos en entidades dramáticas con alma de plástico. Risas, lágrimas, buen rollito y diversión asegurada, todo por un precio módico y (por favor) en versión original.

Toy Story 3D es la película ideal para llevar a los niños y dejar que se lo pasen pipa mientras los que disfrutamos como enanos somos nosotros.

Por último, lo del Buzz hispano es lo mejor que le ha pasado al mundo del cine en un lustro. Hala, ya lo he dicho.

¿La han visto? Ya están tardando, el reloj corre señores/as.

Abrazos/as, y disfruten de la semana que viene tanto si tienen vacaciones como si no las tienen. Ya saben, en este país trabajar es un lujo al alcance de unos pocos… y unas pocas.

T.G.