Señoras y señores, ¿qué tal?
Ya han visto que ha empezado a entrar gente en la cárcel. No voy a opinar, que igual también me encarcelan a mí.
Iba a hacer un especial de fugas carcelarias, pero tal y como está el asunto ya no me atrevo. Eso sí, no negarán que es una idea magnífica.
Esta semana se estrena Geostorm, que seguramente es una de las peores pelis del año, del lustro, de la década y del siglo… y que me gusta.
Lo sé, lo sé, “pobre tipo”, pensarán ustedes/as. “Ya ha perdido definitivamente la cabeza”.
Sin embargo, siendo cierto lo anterior (que soy un pobre loco), debo explicar que tengo una excusa casi freudiana para justificar mi amor por la película. Desde pequeño tengo sueños/pesadillas sobre el fin del mundo. El más recurrente es uno en el que me despierto por culpa de un ruido infernal, me levanto a mirar por la ventana, y todo es destrucción. EL Apocalipsis ha empezado. Entonces pienso que no puedo quedarme en casa, que pronto se derrumbará sobre mí. Así que decido salir al exterior, solo que cuando estoy ya vestido noto que no llevo calcetines. Empiezo a buscar un par por toda la casa, con ese ruido infernal incrementándose a mis espaldas, pero no doy con unos.
Al final, lo que me atormenta en el sueño no es que se acabe el mundo sino salir a morir sin calcetines.
Con ese dato en mente, cualquier película sobre el armageddon me hace salivar. Incluso cosas como The core (creo que aquí la llamaron El núcleo), El día de mañana, 2012 o la excelente Señales del futuro.
Creo que tengo una de las colecciones más completas de películas sobre el final de finales. Seguro que algún psicólogo podría decir que pensar que todos mueren me consuela de una vida solitaria y miserable, y no me atrevería a llevarle la contraria.
Geostorm explica un futuro en el que la humanidad ha creado una red de satélites capaces de prevenir y disolver (sí, disolver) peligros climáticos: huracanes, tornados, maremotos, etc. Ahora todo puede arreglarse tocando un botón. El problema es que alguien se cuela en ese sistema anti-desastres y empieza a utilizarlo para provocarlos, en lugar del que sería su finalidad original.
A partir de aquí, ya pueden imaginarse el resto: todo tipo de catástrofes tamaño XXXXL que se cargan ciudades de todo el mundo, sin discriminación religiosa, ideológica o social. De hecho, ¿qué hay más democrático que el Apocalipsis? Nada, señores y señoras. Un meteorito no se fija en tu color de piel, ni a qué Dios rezas, ni cuánto dinero tienes en la cuenta corriente. El meteorito es más demócrata que cualquier político, régimen o nación del planeta.
Qué bonito sería que nos gobernara un meteorito, pienso ahora que digo todo esto.
Bueno, que me estoy desviando.
El protagonista de la película es Gerald Butler, ese actor escocés de boca ligeramente inclinada a la derecha que es básicamente malo, pero que se las ha ingeniado para ir ganando pasta desde 300. Seguro que saben que el guión es un delirio y que el resto del reparto es peor que el actor protagonista, pero –obviamente- los efectos especiales son de impresión y se pasa un rato entretenido mientras fuera, en la calle, la gente sigue viviendo sus anodinas vidas.
No hay mucho más. Yo les advierto de que cuando haga 30 segundos que han salido del cine ya no se acordarán ni de haber ido al cine.
Pero, oigan, si les gusta ver a la humanidad entera yéndose a tomar viento no se la pierdan.
Abrazos/as,
T.G.