Creo que he gastado ya mi suscripción a Disney +. Lo juro.
Ayer por la mañana me levanté a las seis (como siempre, cortesía de mi perro) y di la vuelta a manzana con el chucho, justo en ese momento en que el sol empieza a asomar su ardiente jeta en el horizonte. No nos toma demasiado tiempo, porque así son las cosas.
En otras circunstancias yo habría ido al parque, le habría dejado correr, le habría tirado la pelota trescientas veces. Pero no, le doy cinco minutos, volvemos a casa, y allí le tiro la pelota trescientas veces. Hasta que le canso.
Ya no falta mucho para que podamos volver al parque, pero no sabría decir cuánto. Nunca se me ha dado bien adivinar nada.
La cuestión es que después del perro, de mi perro, me senté en el sofá. Estos días aún hay trabajo: webs que te compran cosas, medios que te piden guías audiovisuales y demás piececillas que servirán para pagar la luz, el gas y el agua. Para el teléfono ya veremos.
Y encendí Disney +-
No les quiero engañar, esta profesión tiene algunas ventajas y una de ellas es que la plataforma me envió un código para verla sin tener que pagar. Es buena noticia, porque si tuviera que pagarla no sé cómo iba a verla. Se lo cuento por ser completamente honesto, que llevo más de diez años con este bendito blog y no vamos a mentirnos los unos a los otros a estas alturas de la película.
Y claro, teniendo en cuenta que soy del 71 y que mi infancia son los programas dobles, los videoclubes y las cintas en vhs, abrir el menú fue como entrar en un paraíso del que me va a costar salir: Mi amigo el fantasma, El gato que vino del espacio, La montaña embrujada, Viaje al centro de la tierra, Los robinsones de los mares del sur, La bruja novata, toda la saga de Herbie el volante loco (estoy seguro que más de uno de por aquí se enganchó a las aventuras de ese escarabajo blanco), Tú a Bostón y yo a California, a todas las películas de la saga Skywalker (excepto la última), todas las pelis de Marvel (falta alguna, o eso me han comentado) y todos los clásicos de animación familiares que nos hicieron babear cuando éramos niños, jóvenes o adultos. Ah, y todo lo de Pixar. Que soy tonto y casi me lo dejo.
Parece que me hayan pagado por hablar bien de ello, así que, por ponerle pegas, algunas pelis solo están dobladas: la más gorda de todas es Avatar; faltan pelis que a mí me parecen imprescindibles, como algunas de las que protagonizó Hayley Mills. Tambien faltan Se nos ha perdido un dinosaurio o la maravillosa Condorman. Tampoco hay nada de Fox, compañía propiedad de Disney con miles de joyas cuyo catálogo no encajaba con la vocación totalmente familiar y para todos los públicos que los de Burbank deseaban para su plataforma.
No hay plataforma que cunda más para los peques y los nostálgicos que esta, del mismo modo que nada puede competir con Netflix si eres un adolescente o HBO si lo tuyo es la tele de calidad, la de verdad. Como es inevitable suscribirte a Filmin si eres un cinéfilo.
Creo que alguien debe decirlo: todos ellos se están forrando, pero –al mismo tiempo- nos están ayudando a mantener la cordura. No exagero, al menos en mi caso y en el de algunos amigos/as que consiguen pasar mejor las horas gracias a las películas, las series y los documentales.
Cuando ya quedan pocas cosas a las que agarrarse, irme de viaje con Nemo, el señor de Up, los roedores de Ratatouille o Darth Vader, me parece la mejor forma de huir.
Cuídense mucho, amigos y amigas.
Nos vemos aquí de cuando en cuando y en las calles al final de la guerra.
Abrazos/as,
T.G.