Por una vez nos hemos adelantado y hemos logrado estrenar una superproducción hollywoodiense de tomo y lomo antes de que lo hagan al otro lado del Atlántico.
La película en cuestión es Iron Man 2.
A un servidor la primera le pareció excelente. Un filme equilibrado, coherente, con las dosis justas de frivolidad y guiños cinéfilos. A los aficionados al cómic les gustó y a los que no también. Un semi-milagro como el que perpetraron Brian Singer en X-Men (el mejor prólogo fílmico para la adaptación de un cómic que jamás se ha hecho) y su secuela, o Sam Raimi en la maravillosa Spiderman-2.
Ojo, que aún nadie ha llegado al nivelazo de Richard Donner y sus dos entregas de Superman, pero eso no les quita ni un gramo de mérito.
Bueno, estábamos en Iron Man 2.
A mi me parece un peliculon, dicho sea de buen principio.
El protagonista el mismo, el impresionante Robert Downey Jr. (el mejor actor de su generación junto a Edward Norton –aunque Downey sea del 65 y Norton sea del 69 yo los meto en el mismo saco) que sabe sacarle brillo a los dos Stark, al pijo ricachón y borrachazo que brinca de fiesta en fiesta y al otro, el de la brillante armadura de justiciero irredento. En realidad son el mismo –si me perdonan la obviedad- pero Downey es capaz de bifurcarse hasta vendernos un perfecto 2 X 1.
La película es como un anuncio promocional del famoso lema de los Juegos Olímpicos, Citius Altius Fortius, porque todo se multiplica por dos: los malos, las señoras de buen ver, las armaduras, los buenos, los efectos especiales, las batallitas (aéreas y terrestres) y el reparto.
Mickey Rourke, Don Cheadle, Sam Rockwell y Scarlett Johansson (ahí es nada) se unen a Downey Jr y a Gwyneth Paltrow para dar la cara y el resultado (sí, lo he dicho ya) es magnífico.
Deberían tomar nota los gurús del entretenimiento de cómo se hace una película por la que vale la pena pagar ocho euros y que es capaz de gustar por igual a todas las capas y estratos de la audiencia. ¿Y por qué? Pues simplemente por su cabezonería a la hora de resultar fiel a la historia y al personaje. Establecidos los parámetros donde iba a moverse Tony Stark era sencillo tropezar tratando de resultar más simpático o comercial. Sin embargo Jon Favreau (el director) le mete más maña que fuerza y consigue que la secuela sea mejor que el original.
La primera media hora es más serena, más discursiva (sin que esto sea malo) y más cerebral mientras que a partir de ese momento lo que sigue es un inmenso festín de un realizador que se siente a gusto con sus actores y que los maneja con la pericia de un titiritero. No solo eso, sino que en los momentos más explosivos clava la cámara siempre en el lugar que toca, ni un milímetro más, ni uno menos.
Por eso las set-pieces (los momentos de acción) son pluscuamperfectos, brutales en su autoridad y perfectos en su función de complemento directo de un guión de hierro, nunca mejor dicho.
Quiero sacarme el sombrero por el trabajo de Rockwell y sobretodo con el de Rourke, un tipo cuya resurrección me ha sorprendido. De Downey y Paltrow no digo nada, lo suyo ya es sabido: son buenos. Muy buenos.
Un último aviso para que nadie se lleve a engaño: esto no es una obra magna del séptimo arte. Es una película que persigue implacablemente su función de entretener, de gustar, de dejar exhausto al espectador. Luego uno se la compra en dvd y la disfruta otra vez (o dos, o tres).
Es lo que nuestros mayores llamaban “cine comercial”, que con tanto agrado contemplamos (muchos, los hay que si oyen la palabra “comercial” huyen despavoridos) cuando vale la pena.
Lo dicho, recomendada y mucho.
Ya me contarán.
T.G.
P.D.: había olvidado decirles que por nada del mundo (NADA DEL MUNDO) se les ocurra ir a ver esa aberración llamada Ingrid. Ya la sufrí yo por todos ustedes.