Amigos y amigas,
Mañana es Sant Jordi en mi maravillosa tierra. Es uno de mis días favoritos del año, porque -aunque haya mucho de tradición y algo de postureo, dos cosas que normalmente me producen alergia- es bonito ver al mundo pararse un rato para comprar libros. Para cualquiera que siga leyendo libros en papel y guste del gozo de perderse en las páginas de lo-que-sea, observar como todos parecen darle la razón por un día, no está mal.
Como acostumbro a comprar libros a menudo (es verdad que me envían muchos, no voy a mentir; los periodistas culturales no cobramos fortunas, pero a veces tenemos pequeñas ventajas en determinadas ocasiones), Sant Jordi no me parece un día en el que seguir comprando, pero para las librerías es un auténtico manantial. Benditas sean.
En fin, compren un libro. O varios. Hoy o mañana o cuando les apetezca.
Vamos ahora al tema que nos ocupa normalmente en este blog: hablar de cosas que ve un servidor, a veces para que no tengan que verlas y otras para que corran a verlas. Hoy llego con dos series que no deben dejar de ver. Una porque su protagonista es apabullante y la otra porque tiene relación con el vino y a mí me gusta mucho el vino. Es una excusa como cualquier otra para recomendarles una serie.
La primera se llama La diplomática y la pueden ver en Netflix. La protagoniza esa bestia llamada Keri Russell, que los seriéfilos y la gente de bien recordaran por aquella obra maestra llamada The americans. Esta vez, la bestia interpreta a la embajadora de EEUU en el Reino Unido que trata de compaginar su trabajo con el hecho de estar casada con un famoso político, que además es un excéntrico de cojones. Vamos, que es un señor insoportable.
La serie está bien, un guion sencillo pero que funciona, buen reparto, pero la clave es Russell. Hay actores/actrices que son capaces por si solos/as de arrastrar cualquier cosa. En este caso, la diplomática del título tiene la fuerza de un tren de carga. Solo por eso, ya vale la pena echarle un ojo al show. Si les gustan los recovecos de la política, la disfrutarán aún más. A mí me ha recordado a Madam secretary (que tienen en skyshowtime, por si gustan, aunque debo advertirles que no está completa: le faltan dos temporadas), pero esta tiene mucho mejor factura y mucho menos buenismo.
Muy recomendable; muy entretenida. Muy por encima de la media de Netflix. Eso sí, tiene unas cuantas cosas desconcertantes que hasta pueden sacarlo a uno de la serie: el extraño sentido del humor y el personaje del marido, al que a veces siento deseos de golpear con una pala de cricket.
El otro estreno de esta semana es Las gotas de Dios. A riesgo de parecer esnob, debo decir que me compré hace años el manga en París y me pareció una genialidad. La cosa de un millonario obsesionado por el vino que al morir deja una (millonaria) herencia que viene condicionada por una especie de juego perverso: solo se llevará la pasta el que descubra la respuesta a un alambicado ejercicio, que -obviamente- tiene que ver con el vino.
Seguramente y junto con Dead ringers, de la que no sé si les he hablado porque tengo la memoria de una nutria ebria, el mejor estreno en meses.
Pueden ver las gotas de Dios en Apple TV y Dead ringers, que es la adaptación televisiva de Inseparables de David Cronenberg, en Prime video.
Y hasta aquí mi turra de hoy.
Abrazos,
T.G.R.
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