Amigos y amigas,
¿Qué tal todo?
Espero que estén bien, que las cosas vayan de primera, que tengan salud para ustedes y sus familias. Yo estoy en fase menos uno, me atrevo ahora a salir de casa mucho menos que antes. He visto cosas en mi barrio que asustarían a Satanás. De hecho, creo que Satanás tampoco podría salir de casa: le daría miedo.
No sé qué coño le pasa a algunos/as tarados/as, pero preferiría que no compartiéramos planeta.
En fin, solo espero que pasemos ya de etapa, que encuentren la maldita vacuna y que todo mejore para todos.
Para subir el ánimo decidí ver la serie documental de Neflix, Jeffrey Epstein: asquerosamente rico. Hay que ser gilipollas para mirar el puto documental si estás con el ánimo regulero, pero nunca he destacado por mi inteligencia y no voy a empezar a hacerlo ahora.
No sé si saben quién es Jeffrey Epstein.
Un multimillonario estadounidense, amigo de los tipos más poderosos de América, íntimo de Donald Trump, Kevin Spacey o Harvey Weinstein. Pero también de Bill y Hillary Clinton.
Dime con quién andas y te diré quién eres.
El documental en cuatro entregas habla de un hombre que era un auténtico depredador al que le gustaba abusar de niñas, adolescentes, en su rancho de California o un hotel de Nueva York o donde le diera la gana a él. Son los parabienes de ese poder que proviene del dinero absoluto: tanto que no puedes contarlo. Y lo utilizas para corromperlo a todo y a todos: al FBI, a Vanity fair, a la policía local, a mil abogados, al presidente, a quien te dé la gana.
Los testimonios son tan repugnantes que te dan ganas de romper la tele: niñas que ahora son mujeres y que cuentan como este demente las obligaba a hacer todo tipo de cosas contra su voluntad. Luego les daba doscientos o trescientos dólares y a correr.
Es la parábola que recorre transversalmente la historia de la humanidad sobre como aquellos que tienen la mano en el timón se creen con derecho a hacer lo que les dé la gana, sin temor a ningún tipo de consecuencia.
Lo bueno de la serie es que está muy bien construida, no deja espacio a la especulación, no hay agujeros en la narración, hay multitud (una tonelada) de testimonios y se nota desde el principio que los tipos que hay detrás del proyecto han hecho sus deberes.
Yo no tengo hijos/as, así que solo puedo imaginar qué va a pasa por la cabeza de alguien que los tenga cuando vea el documental. Puedo imaginármelo, pero no quiero.
A Epstein lo cazaron, como cazaron a Weinstein, o a tantos otros.
Este tipejo había construido una red de proxenetas para que le proporcionaran a jovencitas cada vez más jovencitas. Hasta que alguien cantó y todo se vino abajo.
La cosa es que (no es spoiler si han leído dos líneas del caso) al tipo lo pillaron, al parecer hizo un trato para delatar a otros tantos pervertidos de su clase y cuando estaba cantando la traviata se lo cargaron en la cárcel. ‘Un suicidio’ dijeron.
Ya les digo que para un monstruo así, la muerte es poco castigo, pero que se haya ido sin hablar de los demás criminales de su misma calaña es bastante frustrante.
La serie es cojonuda. Cojonuda. Una de esas que te martillea la cabeza mucho después de haberla acabado. No la vean si no están de humor para contemplar el mal.
Besos,
T.G.
Para que se vea el nivel, uno que tuvo q dar una explicaciones muy embarazosas fue el Principe Andrés de Inglaterra, el cuñado de Lady Di. De hecho, sigue teniendo problemas legales aun muerto Epstein.