Queridos amigos y amigas,
No sé si les conté que hace unos meses pillé una neumonía. Estuve ingresado y demás. En Las Vegas. Una historia tan rocambolesca que solo podía protagonizarla yo.
Finalmente me dejaron salir y, posteriormente, no hice ni caso de los consejos médicos. Me los pasé por el forro. Pensé que aquello malditos yanquis eran unos exagerados. Que tampoco era para tanto.
La semana pasada empecé a respirar como Darth Vader, lo cual no estaría mal si también tuviera un sable láser y pudiera estrangular gente a distancia. Lamentablemente, solo respiraba como él.
Así que fui al médico. “Tú eres tonto” fue el diagnóstico. Análisis, radiografía y listos: neumonía, hola de nuevo.
Así que hoy he tenido que descansar. Pero oigan, soy autónomo, no puedo dejar de escribir ni de hacer mis cosas, porque mi paga de baja es tan ridícula que no me daría ni para pipas. Literalmente.
Total: hoy de la cama al sofá y del sofá y a la cama. Llevo dos días en casa y ya quiero matarles a todos/as. Sí, a ti también, pequeño troll.
Este fin de semana se estrena otra de Woody Allen (mala, igual que las 20 anteriores); una de esas de aventuras cojonudas que les recomiendo ávidamente, y de la que ahora les hablaré, y-finalmente- una muy buena película de Alexander Payne que se deshincha al final, pero que tiene una hora memorable.
La peli aventuresca de la que hablo es Jumanji. Lo sé, un remake y tal. Aun así, me atrevo a decir que es (mucho) mejor que la original. Más trepidante, más colorida, más salvaje, más inteligente.
Encabeza el reparto Dwayne Johnson, The Rock. Me encanta ese tipo, grande como un armario, talentoso y con un sentido autoparódico que ya querrían para sí muchos de esos actores que se consideran estrellas. La cosa pues ya se la saben: el juego que mete a los jugadores en la jungla y les hace mil putadas, cada una más gorda que la anterior.
Me lo pasé muy bien con ella, quizás porque con la edad cada vez disfruto más el cine sin pompa, el simple entretenimiento. También porque con cualquier drama de mierda empiezo a llorar como una magdalena.
Así que, recomendada.
La otra, Una vida a lo grande, de Alexander Payne (el director de esa obra maestra llamada Entre copas) que tiene un rato largo de cine de verdad, del que cuesta ver en Hollywood.
Explica la historia de una pareja que se decide a formar parte de una revolución en cuestión de volumen. Se reducen para vivir mejor, gastando mucho menos y disfrutando de más espacio. No, no es broma.
Durante una hora, la premisa funciona como un reloj, con toques de absoluta genialidad y un Matt Damon increíble. Luego, por culpa de un twist que no se ha trabajado lo suficiente, uno acaba acordándose de la madre del director.
De Payne me gustaron (más allá de Entre copas) me gustaron mucho Los descendientes y Election. Esta se sitúa un paso detrás, pero que conste que tiene momentos gloriosos.
Y ahora, amigos y amigas, voy a volver a meter las manos debajo de la manta y a tratar de descansar un rato.
Deséenme suerte, aunque no me la merezca.
Feliz navidad,
T.G.
P.D.: mañana igual me arriesgo a salir a votar. Debería hacerlo.
Suerte y salga a votar, sin duda.
Caldo de pollo, cama y paciencia. Y a votar bien abrigado.
Como durante unos días estará en casa, hágase una búsqueda (mejor en inglés) sobre las consecuencias de la deficiencia de vitamina D en invierno en los países situados por encima de latitud 40º y nuestros hábitos de vida modernos de oficinas y espacios cerrados por motivos laborales. Va a flipar.
Un buen amigo médico me lo explicó pausadamente y le creí. Así que intento cuidar la D un poco más.
Cuídese!
Mejórese, oiga. Por Dios.