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¿El negocio del truecrime ha llegado demasiado lejos?

Amigas y amigos,

Qué tal la vida? Espero que sean muy felices. Yo he dejado ya de ver la tele, las noticias, la previsión del tiempo y los realitys. Lamentablemente tengo que seguir mirando series y películas. No las que me apetecen, porque las tengo que ver todas (o casi), pero oye, tampoco vamos a quejarnos.

Este fin de semana todo el mundo está hablando de la última novedad de Netflix, porque eso saben hacerlo muy bien: provocar que -de un modo u otro- hablemos de sus novedades. Cuando tienes mucho dinero todo es más sencillo, eso también es verdad.

La última novedad de Netflix se llama El caso Asunta y explica la historia del asesinato en 2013 de una niña de 12 años (parece que) a manos de sus padres adoptivos. Fue algo terrible, amplificado por el amarillismo de gran parte de este país a la que todo le da igual y parece obvio que en algún momento alguien haría algo con este material.

Ha sido Netflix, pero podría haber sido HBO. Da igual.

Voy a pararme aquí un momento para hacer una reflexión que puede parecer estúpida o incluso naif, pero que me resulta imposible no soltar después de ver esta serie y es dónde ponemos el límite moral, la línea roja. Viendo El caso Asunta me he sentido francamente incómodo, y no es que no haya true crimes a docenas que hablan del asesinato de niños, pero me pregunto si no hemos sobrepasado ya la dosis de explotación de crímenes turbios que podemos asimilar como seres humanos. ¿Hay que ficcionar todo lo que sucede en las esquinas más oscuras de la sociedad? No es que esté en contra de este tipo de productos per se, pero me corroe la idea de que hay personas monetizando la muerte de una niña.

Supongo que, si hubiera sucedido en Denver, la cosa me daría bastante igual (no niego mi hipocresía, soy un ser extremadamente contradictorio), por aquello de que cuando más lejos estamos de algo terrible, menos nos afecta. Supongo que estamos articulados de un modo imperfecto y que nuestra brújula moral deja de tener cobertura a cierta distancia y todo es borroso y menos brutal.

Dicho esto, que es una pregunta que me hice muchas veces durante el visionado de la serie, debo añadir que El caso Asunta no pasa de ser un telefilme alargado. Existía la posibilidad de que los creadores del ‘show’ hubieran conseguido asomarse al crimen con delicadeza, sensibilidad o de un modo complejo, pero aquí no hay ni delicadeza, ni sensibilidad, ni complejidad. Tampoco es que sea burda: es simplemente pasable. No es mala: es correcta.

Eso sí. Candela Peña está extraordinaria; Tristán Ulloa no tanto.

Es una de esas series que se ven y se olvidan, lo cual me lleva a mi reflexión anterior: ¿hacía falta que existiera El Caso Asunta?

No.

También he visto The Palace, la última película de Polansky, que si no es su peor película debe faltarle bien poco. Es una especie de manifiesto de señor viejo muy enfadado con humor barato pensado para ofender a determinados colectivos, pero que en realidad es tan torpe que es absolutamente inofensivo. Me apena que un director tan potente y con tantas obras de calado superior en su carrera acabe haciendo mierdas de este tipo. Supongo que, de algún modo, esta es su venganza contra todos aquellos que no han parado de increparlo desde hace años y años, pero es una de las venganzas más endebles que he visto en lustros.

Y lo dejaremos aquí, espero que la vida les sonría y sus enemigos se ahoguen en un río de sangre.

Abrazos,

TGR

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