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El misterio más grande de la historia

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Ya veo que les importan un pito los Oscar, ocupados como están polemizando sobre el petróleo, las energías alternativas, los trastos esos que conducen y la velocidad a la que les dejan conducirlos. La verdad –debo reconocerlo- es que parece más interesante que la porquería esta de las estatuillas doradas… suerte que mi botella de vino me acompañó en esta larga noche. Creo que la última vez que me aburrí tanto fue cuando tenía 12 años y el hermano Mugueta me abrumaba con su sabiduría, hablando del paleolítico y demás. De hecho si ahora tuviera que escoger entre los Oscar y el hermano Mugueta debería inclinarme por el hermano Mugueta. Quién me lo iba a decir.

Dicho esto, y con la resaca como fiel compañera, voy a hablarles de un tema que me tiene preocupado… bueno, los Oscar ya saben: El discurso del rey, blablabla, Christian Bale, blablabla, Natalie Portman, blablabla. La noche fue básicamente eso, aliviada por el merecidísimo galardón a Aaron Sorkin por La red social.

A lo que iba: Nicolas Cage.

La semana que viene se estrena otra película de Nicolas Cage: En tiempo de brujas.

La noticia es justamente esa: que se estrene una película de Nicolas Cage… bueno, maticemos: la noticia es que Nicolas Cage sigue haciendo películas. ¿Y cómo es posible? Se preguntarán ustedes/as. Pues si han venido hasta aquí a buscar respuestas ya pueden ir marchándose porque no tengo ni la más mínima idea…

El fenómenos Nicolas Cage siempre me ha inquietado. Al principio me caía bien, me gustaba el hecho de que no utilizara el apellido Coppola para empezar el negocio. Además sus primeras películas tenían gracia: Peggy Sue se casó, Hechizo de luna o Arizona Baby se movían entre el “buena” y el “cojonuda”.
Luego vino Corazón salvaje donde –francamente- me gustó muchísimo. La vena de chiflado de este hombre le otorgaba a su Sailor Ripley una identidad sobresaliente. Ya, tener a David Lynch tras las cámaras también ayuda, pero el tipo estaba que se salía.

Pero aquello estaba a punto de irse al garete.

En 1995 hizo Leaving Las Vegas. La película era una pequeña tontería, banal hasta decir basta, de estética nauseabunda y donde solo destacaba la maravillosa Elizabeth Shue. Claro, que nadie le dijo a Cage que su performance era una oda a la sobreactuación y éste -por el contrario- creyó que era uno de los mejores actores del mundo. Encima, la academia tuvo la poca cabeza de darle un Oscar al mejor actor.

Éramos pocos y parió la abuela.

Y sí, después hizo dos peliculones: Cara a cara y Adaptation. La primera era tan entretenida que uno se olvidaba de sus descomunales incongruencias. La segunda era magnífica, una auténtica obra de arte.

Lamentablemente todo lo demás son pasotes, peluquines (y pelucones), movimientos espasmódicos de cabeza cada vez que desea enfatizar algún aspecto de su actuación y esa pinta de estreñido vocacional que nos provoca el irrefrenable deseo de ir al baño.

Todo lo que ha hecho en el s.XXI es infumable y últimamente su melena al viento ha sido puesto a las ordenes de productos infectos cuya última rentabilidad depende del mercado doméstico (y con eso me refiero al formato, no al territorio). Por eso no entiendo como alguien sigue ofreciéndole películas. Sé porque las hace (una deuda millonaria con hacienda que le obliga a decir “sí” a todo) pero no entiendo por qué alguien le mira y piensa: “qué bien. Voy a fichar a Nicolas Cage”.

Es un misterio insondable. Probablemente les importará un pito pero alguien tenía que decirlo.

Tengan una buena semana,

T.G.

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