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Dune 2: obra maestra instantánea

Amigas y amigos,

Qué tal todo? Ya a punto de llegar a marzo y luego el verano de seis meses hasta noviembre y luego ya navidad. Y así un año tras otro hasta que el verano dure 13 meses.

Hasta aquí el parte meteorológico habitual.

Hoy llego con buenas noticias. Y no, no es que estrenen Reina roja en Prime video. Seguramente, pronto ocupará los primeros puestos en las listas de lo peor del año y me parecerá poco. No, no se trata de eso. Aunque hablaremos de la serie este mismo jueves, para acabar bien el mes.

Esta semana se estrena Dune: parte dos. No sé vieron la uno, si no es así, ya están tardando. Si la memoria no me falla, está en HBO.

La primera es un peliculón y la historia yo se la cuento (por si no la conocen): en el año 10.000 y pico la galaxia está dividida en casas (cada una con su rey y demás) y controlada con mano de hierro por un emperador. El gran activo de ese mundo es una suerte de sustancia /droga como la especie. La especie sirve para muchas cosas y es básica para la estabilidad de la galaxia porque sin ella no son posibles los viajes interestelares.

El control de la especie está en manos de la casa Harkonnen, unos tipos con devoción por la sangre, la carne y el dinero. Vamos, como cualquier capitalista moderno, pero con un toque de sadomasoquismo, canibalismo y algo de crueldad gratuita. La casa Harkonnen está comandada por el sádico Barón y controla Dune con la misma delicadeza con la que uno aplastaría un mosquito una noche de la canícula.

En la primera entrega, la casa Atreides se hace con el control de Dune por orden del emperador, pero como se sabe más adelante (ojo, que llega un spoiler, si no han visto la peli y no han leído los libros, es mejor que dejen de leer ahora mismo) todo es una excusa para deshacerse de ellos y librarse de uno de sus grandes enemigos en la galaxia.

La primera parte lo deja cuando Paul Atreides, interpretado por Timothée Chalamet ha conseguido huir del golpe de estado Harkonnen y encontrar a los Fremen, los nativos de Arrakis que viven en el desierto: nadie sabe cuántos son o cómo viven, pero saben que son gente peligrosa.

Teóricamente, la segunda parte debería ser la guerra entre los Fremen y los Harkonnen para hacerse con el control de Arrakis. Sin embargo, y aunque esto también pasa y no se ahorran dinero para mostrarlo con todo lujo de detalles, el cabroncete de Dennis Villenueve decide disparar en otra dirección y -me atrevería a decir- nos pilla desprevenidos.

Su monumental fresco sobre los peligros del mesianismo, el fundamentalismo y los extremismos que se desprenden de los falsos profetas, es una de las cosas más salvajes que se han visto en la gran pantalla desde el estreno de El club de la lucha (esa película que miles de incels siguen idolatrando sin entender que se ríe de ellos en su jeta). De hecho, me imagino la cara de los ejecutivos de Warner cuando el director les enseñó que en lugar de una película de ciencia-ficción se había cascado una parábola ecologista y anti-imperialista, que es lo que el autor de la saga literaria, Frank Herbert, hizo con sus libros.

No solo eso.

Con la segunda parte de Dune, Villeneuve se marca su Lawrence de Arabia usando un desierto distinto, pero la misma capacidad para reseguir la épica que tenía David Lean y detonando al mismo tiempo una tremenda bomba en el corazón de la trama: un romance entre sus protagonista, el citado Chalamet y una increíble Zendaya, que acaban de ponerle el lazo a una auténtica obra maestra.

Busquen la pantalla más grande posible, escojan una buena butaca y abróchense los cinturones.

Buen viaje,

TGR

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