Buenas amigos y amigas,
¿Cómo estamos? Espero que bien. Les diría que más les vale o voy a perseguirles, pero no tengo yo el estado físico para perseguir a nadie y a ustedes no quiero mentirles.
Así que no, no quiero perseguirles.
Ayer me fui al cine a ver Godzilla vs Kong. Después de una semana de mierda, quería ver algo salvaje, a volumen muy alto, sin tipos atormentados que van de aquí para allá con la mirada perdida. Quería monstruos, hostias, explosiones, destrucción masiva. Cero preguntas, cero moral, cero pretensiones.
Las salas necesitan películas de este tipo para sobrevivir, porque -ahora más que nunca- necesitamos entretenernos. Está muy bien ir a ver pelis profundas, paladearlas, sufrirlas, pero en estos tiempos, después de un año de pandemia, que me den monstruos japoneses milenarios y un gorila grande de la hostia y que se aparten.
No sabría por dónde empezar con el guion porque me temo que no lo hay. Digamos que se buscan una excusa para poder meter a Kong y Godzilla en el mismo plano y que se zurren un poco, como dos niños que se odian en el patio del colegio. No hace falta mucho más y tampoco se lo pedimos. ¿Bofetadas? A favor.
Los actores importan dos pitos y la dirección (no nos engañemos) un poco también. Aquí lo único que importa es la inmensa maraña de efectos especiales que lo amalgama todo. No les voy a engañar: los efectos especiales son alucinantes.
Godzilla vs Kong es una de esas pelis de serie Z en los que los diálogos son solo transiciones a una nueva escena de acción. Y en eso no tiene rival. Solo la presentación (al inicio de la película) del personaje de Kong, con la música y mucho sentido del humor, ya te hace pensar que no te has equivocado poniéndote en manos de esos cabrones para pasar un rato sin pensar en nada.
Son casi dos horas que pasan del tirón, dos horas de huida hacía un mundo sin más problemas que el que podría representar que te pisara un monstruo de 20.000 toneladas. Por cierto, en la película no hay ni un cadáver. Cada vez que hay gente que -claramente- va a acabar en un ataúd, la cámara se va a otro sitio. Así que ni siquiera hay que preocuparse de algún señor chino que muera repentinamente.
No hay más. Después de el fiasco de Wonder woman 84 (vaya pedazo de fiasco) y de meses de naderías que no llevaban a gente al cine, llega por fin un pedazo de blockbuster que tiene la tracción suficiente para llevar gente al cine. Con una docena de estos levantamos las salas y volvemos a sonreír.
También han estrenado una película sobre Tom y Jerry que está bien si tienen niños muy pequeños o un poco mayores con el criterio justito: una especie de Roger Rabitt de medio pelo cuya gracia se acaba a los diez minutos. Ahí se lo dejo.
Por si quieren arriesgarse.
Ah, y lo mejor que hay por ahí se llama Judas y el Mesías negro. Pero -inexplicablemente- no está en los cines. Hablaré de ella el lunes. Cuesta trece euros verla en taquilla. Me parece un precio loco, pero qué cojones sabré yo.
En fin, amigas y amigos. Acaben de pasar una buena noche de sábado.
Abrazos desde la Ciudad Condal.
T.G.