Ya he llegado, ya está aquí 2012.
Pero antes de poner manos a la obra dejadme transmitiros mi alegría por el hecho de que Celda 211 se haya colocado número uno en taquilla. Alegría sincera y transparente porque me parece –con mucho- lo mejor que ha dado el cine patrio en años: una película valiente, sincera, honesta. Una película de personajes de carne y hueso donde todo parece fluir de forma natural.
Esta clase de cosas pasan una vez en la vida pero espero de todo corazón que a Daniel Monzón le salga de nuevo. Dice que ahora va a hacer una comedia. De momento ya tiene un espectador asegurado.
Un forero decía que había estado involucrado en la peli (desde fuera) pues bien, felicidades. Os habéis salido macho.
A ver si llegan a los tres milloncejos de euros y así los productores se dan cuenta de que al público español también le puede el buen gusto.
Dicho esto, volvamos a nuestro tema central (tampoco es que esta semana haya mucho más, porque lo de Zemeckis está bien pero no mata y lo demás es simplemente pasable) que no es otra cosa que ese artefacto llamado 2012.
Todos conocemos a Roland Emmerich, un realizador alemán que ha hecho fortuna en las colinas de Los Ángeles y cuyo género favorito parece ser la destrucción total. De hecho, si repasamos su filmografía y excepto por El patriota, aquella película que no estaba mal y en la que salía Mel Gibson, ésta consiste en una apología total y continuada del arrasamiento colectivo, ya sea a manos de civilizaciones alienígenas, mamuts en estampida o desastres naturales de dimensión global.
Bien pues. 2012 es exactamente eso, como dijo un crítico en Estados Unidos: “Total fucking distruction”. No hace falta que lo traduzca, ¿no?.
Mi problema es el siguiente: vale, a mi me encanta ver como explotan cosas, la tierra se abre, los volcanes expelen ingentes cantidades de lava, el agua se desparrama hasta el Himalaya y el Vaticano se cae encima de unos cuantos fieles con velas (que nadie se tome esto como una especie de alegoría anti-religiosa, hablo de efectos especiales y locuras por el estilo) pero espero que haya alguna excusa, aunque sea pobre, para justificar el embrollo. No sé, como en Independence day, que no se la creía nadie pero que era francamente entretenida.
Aquí no hay excusa, y si la hay es tan irreconocible que no la se ver. Vale, el calendario maya se acababa en 2012 y algunos dicen que por esas fechas la tierra empezará a rotar en dirección contraria a la actual, lo cual –obviamente- no nos sentaría bien. Pero Emmerich se atropella tanto con su guión (cada cinco minutos tienen que morir uno o dos millones de personas) que es imposible establecer una conexión con los personajes que pueblan la película (cada uno más estúpido que el anterior) y eso que el invento dura más de dos horas y media (dos horas y media, por el amor de Dios).
Así que sí, que los efectos son la bomba. Que la carrerita que se marca Cusack (horroroso) con la limousine es la pera, que lo del volcan de Yellowstone es increíble y que el maremoto es tremendo y que sí, que sí…pero, ¿y qué?. ¿La cosa no sería que te importase lo que pueda pasarles a los personajes, que te encariñases con ellos, que sintieses –aunque fuera solo un poco- algo de eso llamado empatía?.
Pues no señores y señoras, llegados a cierto punto uno/a no puede más que exclamar: “¿pero se van a morir todos de una vez o que?…que se me hace tarde y tengo que ir al super”.
Dejo en vuestras sabías manos acudir o no a tan insigne acontecimiento. Yo os recomendaría ahorraros unos euros o simplemente escoger otra cosa…como Celda 211.
Tomadlo o dejadlo.
Abrazos/as,
T.G.