Señoras y señores,
¿Ya han vuelto ustedes de vacaciones?
Mi pésame a aquellos/as que hayan decidido quedarse en este glorioso país (por el motivo que sea, financiero o emocional) y han sufrido el peor agosto desde que estalló la Guerra Civil Española. Con la mano en el corazón: lo siento.
Yo no he hecho vacaciones, sólo viajes de esos de arriba y abajo. Gracias a Dios he abandonado los festivales de cine y no me veo obligado a arrastrar mi culo por Venecia y Toronto (de San Sebastián dimití hace ya una década), así que ahora estoy en casita escribiendo y alegrando sus vidas con mi célebre prosa.
Supongo que estarán ustedes eufóricos con la perspectiva de volver a trabajar en sus respectivos agujeros/oficinas/madrigueras/empresas. Lo entiendo, el trabajo honra y nos hace mejores.
(Me estoy aguantando la risa, discúlpenme).
Bueno, vayamos al tema: hoy les quiero hablar de dos peliculillas.
La primera se llama Líbranos del mal y está bastante bien aunque a mitad de la película al responsable se le escapa el timón y se estampa contra un iceberg (se me entiende la metáfora). Aun así, fíjense, tiene un inicio tan potente y atmosférico que se le perdono todo.
La cosa es sencilla: un oficial de policía que ha visto cosas la mar de chungas se encuentra frente a un caso que sugiere la presencia de una fuerza sobrenatural. Una fuerza sobrenatural maligna, concretamente.
Esta parte de la película, centrada en la vida diaria del detective, es tan absolutamente brutal, que uno cree estar frente a uno de los mejores filmes de terror de los últimos años.
Sin embargo, cuando la acción pasa del paraíso infernal en el que transcurren los días del poli a la vida personal del propio detective, habemus cagata.
Lo malo es que lo que se ha prometido al espectador, un tono concreto, muy parecido al de Seven, se vuelve después una especie de thriller intimista donde el foco se desvía a… bueno, no quiero hacerles spoilers, pero dejémoslo en que el personaje principal (interpretado por el siempre magnífico Eric Bana) es estupendo, pero los demás lo son bastante menos.
Es una pena, porque la dirección es magnífica y la película tiene escenas espectaculares (la llegada al caso de la que hablábamos antes y la visualización del escenario del crimen son descomunales), pero el guión se queda a medio camino y a la hora empiezas a mirar el reloj. Ay, amigos y amigas, el terror.
Y luego estrenan lo último de Clint Eastwood, Jersey boys, que a mí ni fu, ni fa.
Ya saben los que vienen leyendo(me) este bonito blog que soy muy fan de Eastwood y mi lealtad hacia su persona es indiscutible, pero entre que los musicales se me atragantan (no recuerdo el último que me gustó… bueno, sí, Granujas a todo ritmo) y que los niños de la película me dicen entre nada y poco, pues oigan.
La peli es la adaptación de un famoso musical de Broadway que aquí no conoce ni el Tato y me temo que van a hacer cuatro duros en taquilla. Ojalá me equivoque, porque a Clint siempre le deseo lo mejor.
Seguramente esperarán ustedes que les explique la trama de Jersey boys, pero es que entre tanta canción y tanto baile no acabé de entender de qué iba, la verdad sea dicha.
También estrenan La abeja maya, en animación, ante la cual sólo puedo manifestar mi más entusiasta entusiasmo (maldita la redundancia). Es un gusto ver como le sacan leche a la teta de una abeja y por el camino mancillan un bonito recuerdo de mi infancia.
Abrazos/as,
T.G.