Señores y señoras,
¿cómo están ustedes? (no hace falta que contesten ‘bien’, ya sé que no está el horno para bollos y todo eso).
Ya me tienen aquí, he vuelto, dispuesto a todo.
En el tiempo que he tardado en volver en Kiev se han liado a tiros, en Venezuela parece que van a ir a lo mismo, un político ha dimitido (lo que debe estar escondiendo el hombre para tener que dimitir, esta historia hay que seguirla porque habrá muy buen material para seguir blasfemando) y ha aparecido un video donde guardias civiles insultan a inmigrantes que tratan de llegar a la orilla a nado, con aguas a diez grados, asustados y vestidos con harapos. Ah sí, me olvidaba de decirles que mientras les insultan les disparan bolas de goma. Para que no se confundan (ni ellos, ni ustedes).
Además, hemos visto la transcripción de declaración de la Infanta hasta el juez. La mujer, digna miembra de nuestra realeza que le dijo 150 veces a un juez: “no lo sé”. Y otras tantas “no lo recuerdo”.
Así que ya saben, cuando tengan que ir a un juicio limítense a decir que no lo saben o no se acuerdan, y no olviden reírse al entrar y salir del juzgado. Pero sonrisa de idiota, forzada. Sino, no vale.
Y ahora voy a hablarles de cine, después de haberles contado todas estas películas.
Y lo voy a hacer recuperando una película que me gustó muchísimo en su momento y que si no recuerdo mal no he mencionado en este glorioso foro: Cuando todo está perdido.
En esta película al pobre Redford le hacen sudar la gota gorda y de paso le obligan a demostrar que es un pedazo de actor.
El argumento es sencillo: un hombre embarcado en un velero se ve atrapado en una tormenta de aúpa. Como La tormenta perfecta pero con un tío solo: la putada multiplicada por cinco. Ya se sabe que sufrir solo es peor que sufrir acompañado… bueno, no estoy seguro.
Lo explico mejor: un señor (me gusta el detalle de que nunca sepamos su nombre) navegando en solitario por el océano índico tiene un fatídico incidente por culpa de un barco mercante. Sin radio, ni sistema de comunicación, el hombre se mete sin querer en el vientre de una terrible tormenta.
La película tiene dos grandes virtudes:
1) No sale nadie, ningún actor, ningún rostro, nada que no sea Robert Redford.
2) Es una peli sin palabras. Se pueden contar las que se dicen.
Con eso en mente, imaginen el (brutal) esfuerzo interpretativo que representa llevar una película enterita sobre tus hombros. Pues bien, Redford se sale señores, pero de verdad. Es una gozada ver a un actor de raza luchar contra los elementos y ser capaz de transmitir tanto con tan poco.
Encima, la dirección de J.C. Chandor (el de la también magnífica, Margin call) es excelente y el diseño de producción, apabullante y sin concesiones.
En resumen, una de mis pelis favoritas en lo que va de año y una de esas apuestas que se ha estrenado con pocas copias y que es francamente buena.
Búsquenla. Vayan. Ya.
Abrazos/as,
T.G.