Viví la semifinal contra la selección portuguesa en Alemania con una camiseta de la española encima de mi camisa y una bufanda de la portuguesa alrededor de mi cuello. El disfraz español era obligado por motivos profesionales. La bufanda portuguesa porque necesitaba un poco de equilibrio interior. La intercambié con un periodista luso que estaba en el mismo comedor que nosotros. Él vio el partido con una bufanda española. Sufrió más que yo.
Si el deporte fuera un acontecimiento civilizado, tendríamos que buscar reglas que hicieran que se rigiera por la razón.
Si utilizáramos la razón, lo que convendría siempre es que ganaran los equipos con mayor número de seguidores, pero dándole emoción hasta el último segundo. De esta forma estaríamos expectantes, que tiene su gracia, y la mayoría sería feliz. Un sistema de recuento secreto del deseo de los ciudadanos debiera determinar a qué equipo corresponde la victoria.
En un principio, parece preferible que la selección italiana gane a la española. En Italia son más que en España y por tanto habría un mayor número de personas saltando de felicidad en las calles, con la camiseta de su selección. Pero esa es una visión cortometrista. Para hacer las cosas bien, de forma razonada, la felicidad tiene que ser mundial. ¿Cuántos ciudadanos del mundo preferían que ganara la selección española y cuántos la italiana? Claro que para hacerlo completamente bien habría que medir también la intensidad de ese deseo.
El deporte desata mucha más pasión y emoción que la política. Incluso en momentos convulsos como el actual un país se paraliza por el deporte, salta a la calle enrojecido y le da la espalda al fuego diario. Quizá nos hayamos equivocado. Quizá no sea sensato ese prejuicio que pretende determinar que es preferible la fuerza de la razón que la razón de la fuerza.
Quizá estemos haciendo algo mal.
¡Viva el fútbol!
Sabe lo que a mi me resulta curioso?
Pues que en momento alguno Vd. valora la belleza del espectáculo.
Más allá del sentimiento patriótico o del emocional hacia un equipo o grupo.
Las adhesiones inquebrantables no son mi fuerte.
Soy abonado a un equipo de futbol. No suelo levantarme a celebrar los goles y jamás he pedido un autógrafo (tampoco de niño).
Disfruto del deporte y me aburro sobernamente si el partido en cuestión es malo.
Por razones que se me escapan la rivalidad con Portugal es ninguna.
Por razones históricas la rivalidad con Italia es enorme.
Ahora mismo la selección de Portugal aglutina a varios de los mejores jugadores del mundo y la de Italia está en sus horas más bajas (en cuanto a estrellonas digo).
Da igual.
Jugar contra Italia siempre es un reto ( hasta hace bien poco inalcanzable) para los españoles.
En mi opinión se equívoco de bufanda.
Lo ve?
Hola José, me gusta su comentario. No sé por qué, pero me gusta.
Yo creo que sí valoro la belleza del espectáculo. Por ejemplo, cuando jugaba Zidane, yo iba siempre a favor del equipo en el que estuviera Zidane. Me gustaba verle, me gustaba que tocara el balón que lo pasara, que rematara. Me gustaba eses espectáculo. En un Francia España yo iba a favor de Francia porque jugaba Zidane.
Yo disfruto de los espectáculos, pero me importa muy poco quién gane o pierda. No sé por qué me equivoqué de bufanda, pero no lo discuto porque me pasa a menudo. Me equivoco de bufanda.
Bueno, en realidad, creo que disfruto del espectáculo. Quizá no lo disfrute nada y haya quien sí lo disfruta de verdad. De lo que sí estoy seguro es de que no pagaría nunca, por ningún deporte, estas cantidades ingentes que se pagan para verlo, ni en directo ni tampoco por la tele. Si por mí fuera, todos los clubes de deportes serían pobres de solemnidad y los futbolistas ganarían tan poco dinero como el valor añadido que «me» generan.
Lo de equivocarse con al bufanda.
Dice que necesitaba un poco de equilibrio.
Le hubiera equilibrado mucho más una bufanda de Italia, porque con Portugal no hay rivalidad.
Me refiero a que no valora la belleza de este espectáculo en concreto ( de este partido).
Yo he ido al campo nevando por ver a Zidane (desde Avila) y estuve casi un año sin volver (con el abono pagado) cuando se retiró.
Cuando algo es bello le gusta a todo el mundo y hasta el alma más fria se encandila ante la belleza.
Lo que aquel calvorota hacía en el campo no se puede medir con nada, forma parte de lo inefable de la vida.
Da igual el origen del estímulo.
Cuando quiera hablamos de José tomás ( o de Ponce cuando era Ponce, o de Larry Bird…).
Diga que sí, que mientras haya dinero para el fútbol, me da igual que el banco esté a punto de embargarme el piso. Que el fútbol es el fútbol.
Dinero para el futbol y para el smartphone.
Que tambien es curioso.
Yo creo que si utilizamos la razón, al fútbol tiene que ganar el que más goles anota y con aquella siempre por delante, deberíamos alegrarnos por el ganador, sea quien sea. Es bastante absurdo sufrir pensando si unos tipos desconocidos perderán o no un partido de fútbol sólo porque creemos formar parte de su equipo, de su sociedad o qué sé yo.
Las llamadas selecciones nacionales son en realidad equipos propiedad de una empresa privada, como casi todos los equipos de club, con la particularidad de que dicha empresa tiene un monopolio en su país y presume de representarle en los campos de fútbol sin que nadie le haya elegido para ello.
A pesar de tantos argumentos, soy incapaz de razonar por qué me sentí tan feliz de que unos desconocidos españoles en calzoncillos pateando un balón le dieran un sobo a unos italianos igualmente desconocidos y en paños menores, quizás es la continuación de la guerra por otros medios.