Queridas y queridos,
Hoy vengo a hablarles de un material que le pega muchísimo a este blog, a ustedes, a esta comunidad: una película de coches.
Porque el viernes se estrenó la última entrega de Fast & Furious, la décima ni más ni menos.
Yo puedo decir con orgullo que soy fan de la saga. Es el clásico espectáculo que me sirve para olvidarme del maldito mundo y desconectar un ratito de los problemas que acaban canibalizando la vida de cualquiera. Siempre he creído que uno establece un pacto con las películas. No con todas ellas: con cada una de un modo individual. A cada película le pides una cosa distinta y no esperas lo mismo de Spielberg que de Scorsese.
A la saga de Fast & furious le pido ruido, locura y delirio. A cambio, me comprometo a no quejarme por la absoluta falta de veracidad, la torpeza de sus guiones, la cara de besugo de Vin Diesel y esa sensación de que aquello lo está dirigiendo un tipo con un embudo en la cabeza.
No hay mucho que explicar: hay amenazas terribles, malos malísimos, coches de 89.000 caballos con carrocerías más resistentes que la caja negra de un avión y persecuciones que duran hora y media y en la que se rompen más vehículos que en el final de Granujas a todo ritmo.
Si no me han engañado (todo es posible), aún quedan dos entregas más que en realidad son una sola película partida por la mitad. Hemos visto el truco mil veces y sirve para ganar el doble.
En Fast X, que así la han llamado, hay una persecución loquísima en Roma, una cosa con un avión que espero ver en mi casa a cámara lenta y un final que te deja un poco mosqueado porque estas cosas no se hacen. No voy a soltar spoilers, supongo que ya irán a verla.
Lo más destacable son los trescientos cuarenta millones que se han dejado en la producción y que les obliga a reventar la taquilla. Los primeros números dicen que, en la primera semana, a nivel global, va a hacer trescientos veinte millones. Le queda mucho techo, pero para empezar no está mal.
En fin, quiero aclarar que lo de los coches es de lo menos, todo consiste en a ver qué chaladura se les ocurre a los guionistas para que podemos comernos un barril de doritos mientras vemos la película. También aconsejo dejar el cerebro fuera de la sala para evitar cortocircuitos y malentendidos. Vamos, que no es Endgame.
Me hace gracia (como curiosidad) que tanto Jason Statham como Vin Diesel estipulen en sus respectivos contratos que no pueden perder ninguna pelea. Hay que estar un poco chiflado, pero qué sabré yo de señores millonarios y sus complicadas vidas de ficción.
A modo recordatorio, tienen en skyshowtime dos series cojonudas: una se llama The offer y habla de las bambalinas de El padrino; la otra es Frasier y es un puto clásico. En apple tv también tienen Silo, que -de momento- es una maravilla.
Y nada más, vayan a ver Guardianes de la galaxia 3, que es la mejor película de Marvel en siglos y les quitará el mal sabor de boca de Quantummania, el Dr Strange, Wakanda y la madre que los parió a todos. Su director, James Gunn, es el señor que va a resucitar el universo DC y soy capaz de apostar dinero en ello.
Ah, y esta semana estrenaron en Netflix una cosa llamada El silencio, que se ha colocado inmediatamente en mi lista de lo peor del año. Un delirio absoluto. Si tienen ganas de pasar un buen rato viendo algo sin sentido, con diálogos risibles y alma de comedia involuntaria, ésta es su oportunidad.
Hala, abrazos.
T.G.R.
T.G.R.
Es un lujo leerte en esta casa.
Gracias