Cuando era un niño y vi por primera vez Los siete magníficos, no me enamoré de Yul Brynner o Steve McQueen, ni siquiera de Charles Bronson o James Coburn. Yo quería ser el personaje de Robert Vaugh. Me gustaban su sombrero y –sobre todo- sus guantes negros. Yo tenía unos guantes negros y cuando jugábamos a pistoleros con mis primos siempre quería ser él: el tipo chulo que decía que ya se había encargado de todos sus enemigos. “Ningún enemigo vivo” decía, con la luz de una lumbre iluminándole el rostro.
Años después entendí que aquel señor de negro que en la película moría arrastrando la cara por un muro, en un pequeño pueblo fronterizo, era en realidad el cobarde de la película. Apenas se atrevía a disparar unos tiros, y averiguábamos que el miedo a la muerte le había congelado el gatillo. Pasó mucho tiempo hasta que me pregunté por qué me atraía aquel personaje, si era un simple cuestión de estética o se adentraba en cuestiones más Freudianas. Supongo que nunca lo sabré realmente pero si es cierto, y no me da vergüenza decirlo porque es la verdad, que he sido un cobarde durante mucho tiempo. Prefería ignorar los problemas, esperando que de algún modo se convirtieran en cenizas y se perdieran en el viento. Pero eso jamás pasa, a menos que te acerques a ellos con una antorcha y les prendas fuego.
He aprendido la lección a las malas, como se aprenden casi todas las lecciones importantes y la razón por la que –supongo- algunos empezaron a pensar en los viajes temporales. Irse al pasado a hacer las cosas de modo distinto parece una buena manera de compensar las dudas y la falta de coraje. Alguien muy querido (e igualmente añorado) me enseñó eso, hace un año y pocos meses. Ella nunca daba un paso atrás, no tenía miedo de pelearse consigo misma, de hecho creo que no tenía miedo de nada. Yo no soy ella, pero al menos ahora miro los problemas de cara y trato de solucionarlos antes de que me devoren, igual que solían hacer antes de descubrir que ignorarles era entregarles la victoria.
En un mundo que parece entregado a buscar en todo momento la solución más sencilla para salir del paso, alguien debería reivindicar el papel de la valentía. En lugar de tener que sonreír todo el rato y pensar en el arco iris, la gente debería pensar en apretar los dientes y luchar. Todo el rato. Contra cualquier enemigo, metafórico o literal. No se gana siempre, pero se gana muchas veces, y hasta en las derrotas uno puede pensar que hizo todo lo que pudo. No es poco, créanme.
Este fin de semana he pensado en ello, en el pistolero cobarde, en los malditos problemas, en las derrotas inevitables y en ella. Luego volví a ponerme Los siete magníficos y seguí pensando que el personaje de Robert Vaughn es el mejor, el más complejo y el más estiloso de la película. Quizás aún haya esperanza para mí, quién sabe.
A pesar de todo esto que les cuento, he tenido tiempo de ir al cine a ver Spotlight. Ya la había visto hace unos meses en Estados Unidos pero la he repetido. Es mi película favorita a los Oscar y seguramente una de las obras más importantes que se estrenarán este año. Un filme que nos recuerda la importancia del periodismo real, el que levanta historias, el que las persigue y las finiquita. El que cobra por pasarse horas buscando pistas en un archivo lleno de polvo, con documentos que no aparecen en google.
Recuerdo que hace unos años, cuando la revolución verde se alzaba en Irán y parecía que el reformismo más radical (en el buen sentido) se iba a hacer con el gobierno, el mundo empezó a conmoverse con las historias de una joven iraní que blogueaba desde el país. Su sensibilidad, su conocimiento directo de lo que estaba pasando y su brillantez narrativa la convirtieron en una constante en periódicos y televisiones de todo el mundo… hasta que en realidad descubrieron que era un señor escocés con sobrepeso que escribía desde su sofá de Glasgow. Naturalmente, el desmentido fue diminuto, nadie está dispuesto a aceptar que te han estado tomando el pelo durante meses y has tragado con todo el equipo.
Es solo un ejemplo del peligro que supone creer que el periodismo ciudadano es un equivalente real al periodismo tradicional. Hay grandes tipos ahí fuera haciendo grandes historias por su cuenta, pero nada puede rivalizar con la capacidad de un equipo de investigación, bien pagado y entrenado, respaldado por una estructura seria y capaz de admitir responsabilidades. Es curioso, por ejemplo, que el director de El País (un señor llamado Antonio Caño) se cargara al equipo de investigación del periódico nada más llegar a su silla. Una prueba irrefutable de lo que deseaba en la nueva etapa del que fue el mejor medio de comunicación de España: ahora interesan las listas, los clicks rápidos y temas como “¿Cuánto hay que esperar para ducharse después de hacer ejercicio?”. No, no es una broma, aunque me encantaría que lo fuera.
Spotlight es una reivindicación de la rotundidad y eficacia del periodismo de la vieja escuela, ese que puede permitirse perseguir un tema durante un año porque hay un señor que sigue pagando las nóminas. Llámenme romántico, pero ese es el periodismo que me gusta, el que ayuda a cambiar las cosas.
¿La historia de Spotlight? Los tipos del Boston Globe que revelaron los abusos a centenares de niños en la ciudad de Estados Unidos donde la iglesia católica era más poderosa.
Un historión.
Vayan ya.
Abrazos/as,
T.G.
joe, usted esta convirtiendo esto en un blog de autoayuda
Eso de apretar los dientes y luchar está sobrevalorado. Al final nuestra capacidad para encajar daños es limitada. Se lo digo yo.
Puede que tan solo debamos aprender a saber cuando y por quién vale la pena luchar.
de acuerdo con el Sr. polyphenol; en esta vieja europa a nadie le importa un carajo lo que el ocurre al de al lado, y si podemos subcontratar a alguien que nos resuelva la papeleta
lo hacemos sin dudar.
Así nos queda más tiempo libre para malcriar a nuestros niños, cada vez más cerca de ser unos pequeños tiranos (véase: els joglars) y hacer doble click en el estudio del tiempo necesario de espera para ir a la ducha. no culpe al director de El País, sólo ofrece la clase de periodismo que esta sociedad demanda.
Pd: Viva Tarantino!!
Este… ¿El País?
¿Se refiere Ud. a un medio de comunicación unidireccional que se sostiene económicamente solo gracias a… Gracias a… Como el resto de la prensa escrita, por otra parte.
Y no, no me refiero al anuncio del TRATAMIENTO DE ONDAS para los problemas de erección de la portada del ABC. Claro indicio de qué edad (física y mental) tiene el público objetivo de los diarios en papel.
Háganse a la idea: En España por orden gubernativa se secuestraron, se suspendieron o se cerraron más de mil (1.000) periódicos durante los escasos años que duró la Segunda República (1931 a 1936), con gobiernos de arriba y de aún más arriba (de abajo jamás). Evidentemente, había bastantes más de mil. Si contrastan eso con la enorme proporción de analfabetos que había en los años 30 y que la población de España debía andar por los 20 millones de habitantes, pues…
¿Y ahora? ¿Hay acaso 100 medios de periodicidad diaria, semanal o mensual que se publiquen en papel? No, claro. Ya se ha inventado esto de publicar en unos discos con sustrato ferromagnético cuyo contenido, debidamente decodificado, se presenta en pantallas luminosas.
¿Y por qué entonces siguen existiendo medios en papel? ¿Y por qué son los únicos (o casi) a los que se refieren los periodistas de las emisoras de radio y televisión? Emisoras a su vez propiedad de las mismas personas que esos papeles?
PRO PA GAN DA
Hay que mantenerla, aunque sea con préstamos a fondo perdido, con subvenciones públicas, con lo que sea. ¡Lástima de rompemanzanas que quedaron casi intactas entre las ruinas de Hamburgo!
De los 7 magníficos mi favorito siempre fue ¡Qué cuchillo!
O como se diga el personaje que interpretó Mifune en la versión original. Tengo por aquí el DVD y en japonés suena más rápido, pero no muy diferente de lo que cualquier hispanohablante exclamaría al verle desenvainar el man-doble que llevaba a la espalda.
Vale. Y en la copia jolibudiense mi favorito es Calvera. Lo siento, pero a mí Wallach me pierde.