Hay un momento en toda relación, ya sea de amor o de amistad, en que uno/a nota que ha dejado de importar. La vida tropieza y te cae encima; de repente eres como la antimateria, ya no te ven, aunque sepan que existes. Se acabaron la complicidad y las confidencias. Se acabaron las risas y las copas, las charlas de siete horas sobre temas inconsecuentes que parecían haber llegado al misterio de la existencia.
Si nos dejamos de hostias concluiremos que esos momentos se ven venir: uno/a se niega a procesarlos, a pesar de las evidencias, del silencio, del “es que ahora no me va bien”, del “es que mi vida es muy complicada”.
Después de eso hay un vacío, el abismo que te devuelve la mirada del que hablaba Nietzche. Los/as hay fuertes como una roca, al que el martilleo de la ausencia les trae sin cuidado, los que duermen la siesta aunque el vecino esté haciendo obras. Otros/as se rinden, se dejan caer, se preguntan una y otra vez “por qué”. El raciocinio marca que no lo hay, que es simplemente el ‘apacible’ río de la existencia desbordándose hasta llenarte la garganta de agua.
Después están los de mi tipo: los/as que no captan el mensaje aunque les llegue por burofax: “Ya no le importas una mierda, bobo”. Somos los que sufrimos por vicio, hasta encontramos pequeños placeres en imaginar la peor situación posible. Somos las eternas víctimas, los reyes Arturos que ven como Lancelot se camela a Ginebra y se la lleva al bosque. Sin embargo, hasta nosotros/as tenemos un tope, una delgada línea roja. Ese momento en que la coma se convierte en un punto y aparte que finalmente marca el desenlace de la frase. Ese punto y aparte convertido en un punto final.
Lo que pasa con la gente como nosotros/as es que cuando viramos el rumbo de la nave que iba contra el iceberg no estamos dispuestos a volver a girar el timón, aunque supiéramos con certeza que habíamos esquivado el monstruo de hielo. Somos tozudos hasta para dejar de ser tozudos.
Ayer viví uno de esos instantes en que oyes crujir el tronco. “Ya está”, te oyes decir: “Hasta aquí hemos llegado”.
Hasta aquí he llegado. Esta es mi parada. Me bajo.
A lo mejor por culpa de ese viejo motor que se encendió ayer después de un año de averías, y reparaciones casuales, y nuevas averías resueltas a base de parches , ayer vi dos películas que tendrían que haberme entusiasmado y no lo hicieron.
Así que en lugar de hablar de ellas, las repetiré en mejor situación y les contaré si me equivoqué la primera vez, que es lo más probable.
Lo que hice al llegar a casa, con la cabeza ocupada en el centrifugado al que tanto me he aficionado estos últimos meses, por una cosa u otra, fue ponerme El hombre tranquilo, de John Ford.
Es mi película Valium, o Trankimazin, o Tranxilium (aunque cada vez me arrepiento más de haber dejado las drogas legales, había en ellas una parte de atontamiento disfrazado de paz que me aturdía y relajaba a un tiempo). Así que ahora me dejo caer en manos de Ford y miro la historia de ese boxeador veterano volviendo a casa para descubrir que –a Dios gracias- nada ha cambiado. No sé si es la música, o la cabellera de Maureen O’Hara, o el caballo que se para por cuenta propia delante del pub, o los caballeros del IRA tomándose una cerveza tranquilamente, pero esa película es capaz de barrerme los recuerdos, las obsesiones y las malas vibraciones al menos durante dos horas. Y cuando acaba, al menos durante unos segundos, uno cree que vive en un lugar menos malo de lo esperado.
Con eso, un poco de The National (“Me prometiste que no me dolería; que sería como una aguja en la oscuridad. No fue así en absoluto”); otro poco de David Sedaris, para compensar la nostalgia de los primeros. Un mucho de buen vino, tinto o blanco; algún/a amigo/a que no haga demasiadas preguntas o que sepa hacer las preguntas justas y algo de shopping en internet, para sentir algo parecido al deseo sin tener que hincharse a comer chocolate. Sí, lo reconozco, también como chocolate.
Con todas esas cosas la supervivencia está asegurada, amigos y amigas.
Y escribirlo todo aquí, para que sepan ustedes/as cómo puedo hace un blog de cine sin apenas hablar de cine y se acuerden de mis padres, mis abuelos y mis bisabuelos, por haber tenido que leer hasta aquí, esperando que en algún momento les hablaría de los Oscar, o de los Goya, o de cualquier cosa que proyecten en una sala oscura.
Lo sé, prometo reformarme.
Abrazos/as, y que la divinidad a la que veneren, sea cual sea, les bendiga.
T.G.
Anímese, hombre.
Déjese de adormilamientos y tranquilizantes y encuentre una mujer con la que acelerar el corazón.
Cierto, he supuesto demasiado. No todos tenemos los mismos gustos. No hay que discriminar por gustos en cuanto al género ni, supongo, tampoco al número.
Que sean dos mujeres, vale.
Buenos días:
Hace mucho tiempo que le sigo, cada pocos días me paso por su blog, para leer alguna de sus anécdotas, críticas de cine, recomendaciones y pensamientos varios.
Lamento que las circunstancias no hayan sido las idóneas y que la otra persona (si no he entendido mal el mensaje), no comparta su camino. No se desanime, recuerde que la vida es como una marea, a veces se sube y otras, estamos esperando volver a estar «en la cresta de la ola».
Debo reconocer que el cine es una magnífica válvula de escape, ya que durante «x» minutos, dejamos a un lado los problemas cotidianos y «vivimos a través de otros», unas películas nos emocionan, porque nos identificamos con los personajes y otras, por no ser «verosímiles» (creíbles), no terminan de convencernos y cada pocos minutos, estamos viendo el reloj.
Cierto es que uno no puede darle rienda suelta a su imaginación cuando pasa por un bache, pero como decimos en Galicia, «nunca chovei que non escampase» (llovió y en algún momento tendrá que parar). También tenemos otro dicho que dice «no hay mal que cien años dure, ni cuerpo que lo aguante».
Ha sido un año duro, he seguido la enfermedad de su padre con atención, deseando que hubiera noticias positivas (no pudo ser, créame que lo siento). A veces, como lejanos espectadores que somos, preferimos no ahondar más en la herida y no recordar momentos tristes, por lo que no olvide que para muchos lectores, es Ud. un gran apoyo (no será el primero que pase por circunstancias parecidas, sin un poco de sentidor del humor, ¿qué nos quedaría?).
Espero le reconforte, aunque sólo sea mientras lee Ud. estas líneas.
¡Ánimo!
Quizá no solucionen las penas, pero un poquito de mucho buen vino y una buena amistad siempre ayudan.
No se prive
Enhorabuena. Ha renacido vd.
Esto es un punto de inflexion. Ahora llevara vd. las riendas de su vida. No deje que nadie se las quite.
Vacío, decepcionado y hastiado. Siga con su paseo privilegiado. Le diría que vaya pegando bandazos en el tiempo y en el espacio: del whisky irlandés pásese al suntory de Lost in traslation, aunque adivino que no le hace gracia la Coppola. Siga arrastrándose por el lejano Oriente en In the mood for love. Salté a Vietnam y EEUU con El cazador. Y termine en Europa con Barry Lyndon.
Es una suerte ver buen cine
Disfrute de la vida. Parece que es una mierda, pero eso es porque no es consciente de lo que tiene: «usted está vivo».
Puede sentirse mal, deprimirse, darse a las drogas (a su elección, legales o ilegales), comer chocolate, chuzarse como un monete… por una razón: está vivo.
Disfrute de su estado (vivo) y aparte de usted todos los lastres que no le permitan disfrutarlo o que no le aporten nada. Al final son como piedrecitas en su zapato que le hacen sentirse incómodo.
Pues si esa relación no iba a ninguna sitio, bienvenido ese punto y aparte.
Nada mejor que Jonh Ford para celebrarlo.
Saludos.
Como en esta ocasión me ha pasado en bastante otras de encontrarme su entrada justo al volver de una cena/copa/salida con amigos (¿conocidos?). Algo que hago siempre antes de irme a la cama a darle vueltas a cosas que no tienen solución o respuesta es echarle un vistazo a los blogs de está página.
No sé si por los efluvios del vino y otros néctares de dulce sabor, o precisamente gracias a ellos, me encuentro más de una vez identificado en parte (aunque la pregunta sería, supongo, con cuál de ellas) con usted. Es entonces cuando se agolpan los pensamientos en la cabeza, esos que quieren salir todos a la vez en forma de comentario pero que debido a mi poca pericia con el teclado (y a las horas intempestivas en las que leo las entradas, todo hay que decirlo) se quedan allí encerrados como compitiendo para ver cual es más estúpido de todos ellos.
Ahora vendría un brillante párrafo comentando su situación, comparándola con la mía, dándole consejos y/o ánimos o escribiendo alguna ocurrencia sensacional. En vez de esto, sólo le voy a decir que se me bloquean los pensamientos de querer trasladar a la pantalla tantas sensaciones sin saber hacerlo.
Ya se lo he dicho en otras ocasiones, no soy especialmente cinéfilo, pero estos escritos son como soliloquios de un amigo, al cual no conoces ni él a ti, pero ello no lo hace menos cómplice. Cómplice de estar enfadado con el mundo y al mismo tiempo querer vivirlo todo a la vez para poder atragantarte como si fuera una Grande Abbuffata cualquiera, con la contradicción que ello supone.
Así que como supongo que lo anteriormente tecleado no tendrá ningún sentido termino mandándole un abrazado, que al menos si que se entiende.
No se trata de un consejo (a dónde me mandarías) si no de una confesión: Para calmar mi ánimo en las horas bajas recurro a Jane Austen, normalmente Persuasión. Orgullo y Prejuicio lo uso sólo en casos de emergencia.