Me molan los hermanos Hughes.

Lo sé, vaya declaración de principios así de entrada, ¿eh?. “¿Y quién coño son los hermanos Hughes?” se preguntarán muchos foreros con indisimulada impaciencia o indiferencia absoluta dependiendo de si hoy están de puente o no.

Bueno, los Hughes (Albert y Allen) son dos chavalotes que se dedican a esto del cine y que se hicieron conocidos por una película llamada Desde el infierno, protagonizada por Johnny Depp en 2001. Antes habían dirigido dos cosas cojonudas (con perdón por la palabra, espero no escandalizaros con mi afición por los exabruptos y el lenguaje vulgar) cuyos títulos eran Menace II Society y Dead Presidents.

Desde el infierno (From hell en su versión original) era una adaptación de el comic del mismo nombre firmado por Alan Moore y Eddie Campbell, una maravilla en formato viñeta que abundaba en la leyenda de Jack El Destripador. Era muy difícil llevar a la gran pantalla un proyecto tan exhaustivo como el de Moore y Campbell (cualquiera que se haya leído el “tebeo” saldrá de que estoy hablando) así que los Hughes optaron por una traslación más pulp, con olorcillo a serie B y trufado de licencias (más o menos poéticas) que le daban a la peli un aspecto bastante oscuro.

Yo la vi en el festival de Venecia un sábado por la mañana y me lo pasé como un enano (dicho sea esto con máximo respeto por las personas bajitas). Sin embargo las críticas no fueron buenas, ya se sabe, en los festivales uno no puede entretenerse ni que sea el último día (la película cerraba el certamen). Aun así me reitero: era muy entretenida. No te dejaba con la boca abierta ni nada de nada, pero era muy digna.

La cuestión es que debido (o eso me supongo, no sabría decirlo con seguridad) a los palos que les cayeron, estos dos armarios –por lo grandes que yo los recuerdo cuando les entrevisté- han estado ocho años sin hacer nada de nada, al menos en el mundo del espectáculo, con excepción de una serie –que finalizó en 2004- sin demasiada repercusión.

Y así estaban, viéndolas venir, hasta que llegó El libro de Eli, Denzel Washington dijo que sí, que el se apuntaba a un bombardeo y los Hughes volvieron a la carga. ¿Y de que va El libro de Eli? Pues de un viajero que carga con un tesoro muy particular (no desvelaré la naturaleza del tesoro, pero con la sobreinformación a la que estamos expuestos es bastante probable que hasta mis padres –que no van al cine desde Ben-Hur– estén al tanto de que se trata) y que es perseguido por unos tipos muy malos a los que despacha a tortazos, una vez sí y otra también.

Una vez más: la película es muy entretenida, Washington está como acostumbra (excelente) y el metraje es un festín visual lleno de guiños y homenajes al western, a los filmes de artes marciales y al género apocalíptico. ¿Lo malo? Que resulta intrascendente, que diez minutos después de verla uno está pensando si tiene leche en casa o tendrá que hacerse el Cola-Cao con agua del grifo. Lo que podríamos llamar el síndrome lista-del-súper y que afecta sobremanera al moderno cine espectáculo.

Ahora bien, si queréis ver a Gary Oldman haciendo de malo y unas cuentas peleas que os harán babear y si os hace gracia el personaje macho-man (que combina las virtudes del chulapo de toda la vida con la tranquilidad que proporciona la invulnerabilidad) que últimamente está de capa caída por culpa de la aparición del anti-héroe, pues os lo pasaréis relativamente bien.

Si os esforzáis hasta puede que la encontréis trascendente y os ilumine con su –poco sutil- metáfora semi-religiosa. Ya se sabe, todo es cuestión de voluntad.

Hala amigos/as, buen fin de semana, otro día ya hablaremos de esa obra maestra del cine patrio llamada Tensión sexual no resuelta.

Abrazos/as,

T.G.