Diluvia en Madrid mientras el taxista me lleva a recoger una moto eléctrica. Es un recorrido corto y he tenido la suerte de encontrarlo libre en la puerta de casa. Cualquier otro día hubiera ido en transporte público colectivo, pero la conjunción de luz verde y diluvio me hace levantar la mano.
—Menuda suerte ha tenido usted. Taxi libre en la puerta.
—Pues sí. Usted en cambio no tiene mucha suerte, porque vamos muy cerca.
—Muchas carreras y cortas sería la salvación para nuestro oficio.
—Cuando llueve tanto no deben de tener ni trabajo.
—Estamos más rato ocupados, pero tardamos mucho en llegar a los sitios. Es peor para trabajar. Quizá ganamos algo más de dinero cuando llueve, pero se trabaja muy mal. Demasiado atasco.
—Qué trabajo más complicado el suyo.
—Hay gente que cree que nos pone el ayuntamiento y que ellos nos pagan.
Me hace gracia la idea de que los ayuntamientos paguen a los taxistas.
—Hay gente que vive en otro mundo —le contesto—. Y encima cada día tienen ustedes más competencia y menos público dispuesto a pagar—.
—Sí, está muy difícil.
—Pues sí, lo tienen difícil de verdad. En realidad, yo creo que su profesión desaparecerá en unos años. Dentro de unos años nos llevarán de aquí para allá coches que no necesiten conductor.
—¡Pero qué dice! ¡Eso es imposible! ¡Eso no ocurrirá nunca! Usted imagíneselo. Sube al coche y una vez dentro ¿Cómo le dice al coche a dónde quiere ir?
Como decía Alfonso Guerra, me quedo pasmado.
—Pues no sé— le digo sin querer ser «very rude» (como los funcionarios chinos a ojos de la reina de Inglaterra)—. A mí me parece que ese no es el problema.
—Usted no se imagina la cantidad de gente que te dice «El edificio negro ese que está detrás del parque del Retiro». ¿Cómo le dices eso a un coche?
Está claro que este hombre no conoce Siri, Google Now o Cortana.
—Eso lo puede ver directamente en el teléfono, en el mapa, y señalarlo. No será esa la dificultad.
—Pues yo creo que es imposible —me dice ya en el destino mientras me cobra—. Sólo por las ganas de discutir que tiene la gente, los taxistas somos necesarios.
No puedo reprimir la carcajada. Pienso en «Xiaoice», el chatbot chino que tiene un éxito rotundo y que es posible que tenga más éxito cuanto más te lleve la contraria.
Los fabricantes tendrán otro factor en el que pensar. El coche deberá sintonizar siempre la radio que más odias si de verdad quiere que todos nos sintamos siempre en el taxi. Eso no será difícil de aprender.
Hay secuencias clásicas que echaremos de menos:
– ¿A dónde, jefe?
– Siga a ese coche.
Pero, claro, una cosa es perseguir y otra muy distinta seguir a alguien sin que lo sepa. Para muestra un botón:
– Mantén la distancia, pero que no parezca que lo haces.
[Gruñido de protesta]
– No lo sé. Con un vuelo indiferente.
Pues anda que no hay que ser fino especificando los requisitos para un programa de seguimiento inadvertido.
🙂
el que trocea los mensajes. Se lo he dicho muchas veces y lo repito una vez más. Me valdría la pena el esfuerzo de este blog sólo por leer sus comentarios.
Como además no son sólo los suyos, vale mucho más la pena. Pero sólo con los suyos, ya sería feliz.
Pues anda que si su taxista se entera de que en «un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme», una selección de taxis llevan una «caja negra» con una antena capaz de transmitir multitud de datos que ya hoy se recogen y utilizarán para desarrollar sistemas de conducción autónoma y control de tráfico. Puñeteros colaboracionistas.
O si se entera de que hay modelos en la calle que mecánica y electrónicamente son capaces de girar las ruedas sin que se gire el volante.
O de que ya es posible (aunque no se use que yo sepa) regular autonomamente los semáforos de una ciudad de tal modo que se priorice el paso a los autobuses, taxis o vehículos de emergencias.
Y lo que veremos
Pues yo he visto un señor con un Clio rojo diciendo:
«Mi coche hace lo que le da la gana.
Lleva una temporada que se para cuando quiere…»
Ya ha llegado, he pensado no sin cierto acojone.