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Nunca deberíamos buscar en los cajones de nuestros padres porque no sabes lo que puedes encontrar allí.
Con mi padre ya desaparecido, hemos decidido limpiar la casa. Mi hermana se ha llevado la mayoría del trabajo porque yo llevo unos días de viajes sin medida (acabo de volver de Finlandia, donde no hacía mucho frío pero adonde pienso viajar de nuevo en breve. A lo mejor me montó en un rompehielos y me pierdo en el Báltico… parece el lugar ideal para perderse).

El otro día abrimos un cajón, uno de esos que se cierran con llave. Encontramos las cartas de amor que mi madre le escribía a mi padre, lo cual –ya de por sí- resulta bastante duro. Al final del cajón, doblados, había unos folios. Contenían unos poemas donde mi madre ponía a parir a un hombre. Le reprochaba haberle engañado, no haber estado ahí para ella. Ese hombre (hemos deducido mi hermana y yo) no era mi padre.

Me encantaría que este fuera el inicio de un relato como Los puentes de Madison, pero me temo que no hay manera de saber nada más y no tengo tiempo de ponerme a investigar. Espero que sea quien fuese el tipo que decepcionó a mi madre, tenga un buen dolor de estómago. Al mismo tiempo le agradezco que fuese un imbécil, sino fuera por eso seguramente mi padre hubiese acabado sus días solo. No soy ciego, tengo ojos, mi madre era una mujer muy bonita y mi padre un señor mayor. Nadie aguanta eso mucho tiempo.

Pero lo peor, lo realmente jodido, aguardaba en otro cajón.
Estaba escondido. Bastante escondido. Era una carta de mi madre a sí misma (en mi familia somos así). Tenía fecha de 2011. En ella, le pedía a Dios que le diera un buen 2012. Mi madre era un persona muy creyente, aunque liberal en lo humano (el aborto, la eutanasia). En la carta le explicaba al creador (llámenle ustedes como quieran) que 2011 había sido un año muy malo para nosotros: yo había perdido mucho dinero en un negocio que salió mal; mi hermana había conocido a un tipo que no la había tratado bien; durante unos meses mi padre fue desposeído de su pensión… todo lo que pudo salir mal, salió mal.

Mi madre le pedía a Dios un buen 2012. Con la humildad que siempre había recorrido su forma de relacionarse con lo que ella consideraba sagrado: “si puede ser”. Se envío la carta desde su trabajo a casa, la recogió del buzón y la escondió.

“Un buen año para mi familia y para mí. Y salud para todos”.

Supongo que no le hechizaba la idea de enviar la carta al cielo. Al fin y al cabo, no tienen dirección conocida.

En enero de 2012 a mi madre le diagnosticaron un cáncer. La metástasis estaba tan extendida que murió el 25 de agosto.
Cuando la he leído me he tenido que sentar en la cama. Luego me ha venido a la cabeza aquella canción de Tom Waits, “Dios ha salido en viaje de negocios”.

No se me ocurre otra explicación: la petición de mi madre en 2011 debe estar pendiente de respuesta. Dios no la recibió porque había salido en viaje de negocios.

Me gustaría no ponerme cínico pero me resulta difícil. Si realmente Dios existe y nos mira, ¿cómo puede ignorarnos de esta manera? Estudié en un colegio de curas y jamás entendí esa bipolaridad del creador. En el viejo testamento no hacía nada más que castigarnos; en el nuevo no hacía más que decirnos que éramos la monda.

He guardado la carta. No sé muy bien qué hacer con ella, la verdad. Mi hermana se ha quedado los poemas, espero que un día los investigue y averigüe algo. Ella conservará también las cartas de amor. Esas, creo, si fueron respondidas.

He ido al cine luego pero no podía dejar de pensar en la maldita carta del 2011: quizás Dios ya haya vuelto de su viaje. Quizás debería escribirle yo, pero me da miedo su sentido del humor.

Ahora voy a beberme una copa, quizás dos. Déjenme que les hable de películas en un par de días.

Un abrazo,
T.G.