Queridos y queridas,
¿Qué tal están?
Esta tarde me he puesto al día conmigo mismo y he podido ver –por fin- enterito y del tirón, el documental de Netflix sobre los atentados de Paris, November 13: Attack on Paris.
Pero primero déjenme contarles una historia, que seguramente ya expliqué aquí el año pasado: en agosto de 2017 me invitaron a Las Vegas, a una historieta de viajes. Ya saben, uno tiene que escribir de cualquier cosa y la esa bonita ciudad del estado de Nevada no deja de tener su coña. Así que dije que sí y allí que fui.
El problema es que una vez en el avión y transcurridas unas horas, empecé a encontrarme mal. Realmente mal. Hice mi trabajo un par de días, pero al tercero caí presa de una fiebre terrible. En resumen: acabé en un hospital con una neumonía.
Esto podría ser una broma, pero no. El problema es que mi seguro privado de viaje (siempre llevo uno, por si acaso, especialmente en EEUU) tenía un límite y después de 48 horas (con los análisis a 1500 pavos y las radiografías a 3000) se me estaba ya acabando el dinero. Así que le pedí al médico que me enviara a casa. Sin embargo, el argumento de la pasta le convenció, así que me chutó dos mierdas para que sobreviviera al viaje y listos.
Aquel día me dirigí al aeropuerto totalmente destruido (yo, no el aeropuerto) y me subí a un avión que hacía escala en Washington.
No sabía ni cómo me llamaba.
Cuando llegamos a Washington encendí el móvil y tenía 187 mensajes de whatsapp. Todos empezaban con un ‘¿estás bien?’. Yo no entendía nada. ¿Cómo coño se habían enterado esos cabrones de mi neumonía si yo no le había dicho ni una palabra a nadie?
En estas estaba yo cuando de repente pasé por delante de uno de esos sitios en los que venden el periódico. Tenían una tele gigante puesta en la CNN. El titular rezaba “Atentado en Las Ramblas de Barcelona”.
Me quedé blanco. Aún más blanco.
La cuestión es que en esos días yo estaba haciendo un reportaje sobre La Boquería (el mercado más famoso del mundo, así se lo digo) e iba cada día allí. Yo hubiese podido ser un objetivo más para ese hijo de la gran puta de la furgoneta al que acabaron pegando un tiro. Poco me parece.
Recuerdo llegar a Barcelona el 18 de agosto y ver a mis amigos hechos polvo. Recuerdo que tardamos semanas en recuperarnos de la hostia. Del golpe que supone formar parte de la lista de ciudades atacadas por el virus del terrorismo islamista. O por cualquier terrorismo, sin importarme la bandera que lleven.
La cuestión es que viendo este documental de Netflix he recordado aquellos días, incluidas las confesiones de uno de mis mejores amigos (policía) que fue de los primeros en llegar a la escena del crimen. No les daré detalles.
A lo que íbamos: esta potentísima obra maestra, seguramente de lo mejor que ha producido Netflix en su historia, recuerda el hilo invisible que nos une a otros seres humanos y que solo podemos ver cuando el ruido (el maldito ruido) desaparece y solo queda el silencio.
Son solo tres capítulos de una horita, construido a base de testimonios de supervivientes, sin voz en off, sin fuegos de artificio. Solo la historia, sin aditivos, de una de las noches más terribles de la ciudad de la luz. Un documental que vive en aquella frase del poeta John Done: “Ningún hombre es una isla”.
Háganse un favor y dediquen tres horas de su vida a descubrir que los humanos somos a veces más grandes y nobles de lo que parecemos. A mí me ha hecho bien y espero que a ustedes/as también.
Apunten. November 13th: Attack on Paris.
Abrazos/as y tengan una buena semana,
T.G.
Llevaba unos meses barruntando cancelar mi conexión a Netflix por falta de uso, pero entre que ha vuelto «Better call Saul», que anoche vi «Matar a un ruiseñor» (me encanta encontrarme con obras maestras en b/n en el catálogo) y las recomendaciones que va dejando usted en su blog, ya no la cancelo, ea.
Ayer me he puesto, he visto 2 capítulos, a los 10 minutos mi pareja se levantó y se fue a pasear los perros de la vecina que está de vacaciones.
No es plato para todos los gustos, hay que tener el pañuelo a mano.
Saludos.