Jueves 18 de junio. Tarde-noche.
Sé que voy a llegar al Círculo Polar Ártico, mi destino inicial. La idea de viaje es desde el Trópico hasta el Círculo Polar. Un reportaje que va de sol a sol. Del sol del desierto a sol de media noche.
Por primera vez pienso en la posibilidad de que la lluvia me deje sin sol. Siempre ha estado presente. Siempre he imaginado paisajes con sol. Paisajes inventados con sol en el horizonte. Sin montañas y sin nubes. Costa, mar y sol. Un pensamiento estúpido. En el norte de Noruega la lluvia es parte del paisaje. Las montañas también.
En los alrededores de Oppdal, en el valle tras el descenso, la lluvia es intensa.
El coche funciona perfectamente, con mucha suavidad y silencio. No me canso al conducirlo y me gusta como va el motor. Quiero llegar al Círculo Polar. Nunca he estado tan al norte del mundo, salvo en avión. La lluvia en coche me hace feliz, pero quiero que salga el sol. Esta historia sólo tiene sentido con sol. Las puestas de sol han estado cada día presentes desde que salí del Trópico. He hecho fotos del sol en todos lados. Directamente y por el retrovisor. Quiero seguir y verlo en mitad de la noche.
Trondheim está cerca y la noche comienza ahora. Es el momento de llegar al mar y de ver el sol en el horizonte a las doce de la noche. No parece que vaya a suceder. La carretera cambia. Trondheim está aquí.
Estoy a punto de cumplir 4.000 kilómetros desde que salí de Madrid. Es mi cuarto día de viaje. La carretera de Noruega me gusta. En el otro extremo del viaje, me recuerda a Marruecos. Las carreteras nacionales, las grandes vías de enlace, no son autopistas, sino carreteras de dos sentidos. Ya he empezado a adelantar a otros coches en Noruega. Voy cogiendo confianza. Los camioneros me facilitan la maniobra con el intermitente y yo les doy las gracias con los dos intermitentes a la vez. La mayoría me saludan con ráfagas. En Marruecos pasaba lo mismo y también en España hace un par de decenas de años. Ya no hay camiones en las carreteras españolas. Ya sólo van por las autovías. No se adelanta. Marruecos y Noruega me han recordado a las carreteras españolas de hace 20 años. El viaje me hace feliz.
Quiero que la lluvia no pueda fastidiarlo. Sé que nada puede arruinarme ya este viaje en solitario. La lluvia tampoco. Pero quiero sol.
No entro en Trondheim. Una autopista enlaza directamente con la carretera que lleva hacia el Norte, hacia el Círculo Polar Ártico. El limpiaparabrisas barre bien. Lleva una jornada completa de trabajo.
Desde que salí de Madrid tengo claro que debo llegar a Trondheim. Es un faro en mi cabeza. Pero Trondheim no da nada. Está varios cientos de kilómetros al sur del Trópico. Narvik está claramente por encima, a la altura de Lofoten, unas islas que Italiano me ha recomendado visitar en este blog. Si puedo, le haré caso. De momento pongo Narvik en el navegador para que me dirija hacia el norte. Lo que he recorrido hoy es ridículo frente a lo que falta hasta Narvik.
Una señal me indica la distancia. 900 kilómetros hasta Narvik. El Círculo Polar Ártico está mucho más cerca. Sigo, si no noto sueño quizá llegue esta noche.
Desde el puerto de montaña posterior a Dombás no había encontrado ningún radar. Están bien señalizados, con una cámara fotográfica en una señal pequeña. Nunca llego a tiempo para hacer la foto del aviso, pero sí para fotografiar la máquina que vigila.
Encuentro agua a la derecha de la carretera. Me desconcierta. No sé si es el primer fiordo que encuentro o un lago. En principio un fiordo tendría que estar a mi izquierda, pero quizá haya un puente que permita salvar al final este ramal de mar y por eso está a mi derecha.
El coche cumple 37.777 kilómetros en Noruega, al lado de los fiordos. Un guarismo como cualquier otro.
Cerca de un puente.
Los parabrisas del Golf trabajan bien y limpian bien los cristales. Durante casi todo el día han trabajado en modo automático. Resuelven bien, aunque no siempre a mi completo gusto. En un par de ocasiones las raquetas han barrido muy despacio el cristal, aunque el agua era abundante.
Insisto con otra foto del agua en el parabrisas. Sigue lloviendo de forma abundante.
Después de ocho horas y media conduciendo hoy, cumplo los 4.000 kilómetros desde que salí de Madrid.
Poco después, a las diez de la noche, por primera vez en el día de hoy tengo el parabrisas seco, con las escobillas paradas. Ha dejado de llover.
Son unos minutos. Pronto chispea.
Un arco sobre la carretera me hace dudar por unos segundos. ¿Será el Círculo Polar Ártico?
Es un anuncio de que me acerco al Círculo. Un lugar de información turística. Está cerrado, ya es tarde. Sin embargo, el tráfico por la carretera es notable. Desde Trondheim, los coches circulan a mayor velocidad, con otro ritmo y adelantamientos. A las once, todos nos aprovechamos de la buena visibilidad. La intensidad de la lluvia ha disminuido.