Mi destino es el Círculo Polar Ártico. No debo olvidarlo. Pero estoy en el sur y esto no mejora. O las matemáticas fallan o me equivoco yo. Si menos por menos es más, ¿por qué Sur por Sur no es Norte? Voy hacia el Sur y sigo hacia el Sur. Sur por Sur parece Sur. Como más por más. En fin, un disparate.
************
Me levanto en Essaouira el miércoles, segundo día de mi viaje, después de dormir más de lo deseado. No me pongo despertador porque el día anterior (noche del lunes al martes) no he dormido.
Nuestra costumbre con el Golf es hacerlo dormir en garaje, pero en el sur de Marruecos no puede ser. Me aseguran que hay un guarda por la noche. Que no había peligro. De mañana, me acerco a la puerta del hotel. Ahí está.
Durante el desayuno intento conectarme a internet, con poco éxito. Segundo contratiempo. Voy a repostar y en muchas gasolineras en Marruecos no puede pagarse con tarjeta de crédito (aunque ponga que sí). Pierdo mucho tiempo en busca de un cajero, lleno el depósito y me lanzo finalmente hacia el sur. Es tarde, poco más de las 12:00. Sé que si quiero llegar al trópico, con los plazos que tengo, no puedo dormir a más de 500 km del trópico. Eso significa que tengo que dormir al sur de El Aaiún, a unos 800 km. El número de kilómetros está claro. De lo que no tengo ni idea es de a qué velocidad promedio podré ir.
Tercer contratiempo. Sólo salir de Essaouira (menos de un kilómetro) me paran los gendarmes por exceso de velocidad. El límite era de 40 km/h. Me dicen que voy a 61. Lo dudo, porque los coches que vienen de frente me han avisado y creo que voy a 40 todo el tiempo. Es posible que haya acelerado antes de tiempo, cuando he visto la señal de 60. No discuto. Esta vez no hay descuentos. Pago los 400 Dirhams y continúo (cabreado). Me doy cuenta de que no he sacado suficiente dinero para multas y gasolina. No he tenido en cuenta las multas.
Media hora más tarde me doy cuenta de que me he perdido. La multa me ha despistado y en no sé qué cruce me voy hacia Chichaoua en lugar de hacia Agadir. Doy la vuelta. Pierdo una hora. Me doy cuenta de que no hago fotos. Tendría que hacer muchas, por el paisaje y por miles de detalles. Pero no puedo. Voy concentrado en conducir. (Conducir en Marruecos me requiere más atención que conducir en España). La carretera es preciosa, muy lenta, con tráfico, y muchas curvas. Mi promedio de velocidad es muy bajo. 65 km/h y no estoy conduciendo despacio. Por fin vuelvo a ver el mar. No me resisto y lo fotografío.
A este ritmo no llego. Paso por playas muy aparentes alrededor de Thagazoute, que me llama la atención y finalmente veo Agadir sobre las 4 de la tarde. Me quedan 700 kilómetros. Busco un cajero para sacar más dinero y sigo. Agadir no parece tener ningún encanto.
A la salida de Agadir me para la policía municipal. Iba a 71 km/h en lugar de a 60. Curiosamente siempre voy a algo terminado en uno. Me hacen un descuento, me cobran 100 DHS. Les doy pena porque ya me han puesto una multa antes. Me tratan muy amablemente y me dejan seguir. Diez kilómetros después, me vuelven a parar: 91 km/h en un sitio de 80. Creo que les llama la atención el coche extranjero. Ya no aguanto más. Es la sexta vez que me paran por exceso de velocidad en dos días. Siempre con cifras acabadas en uno. Esta vez estoy seguro de que es mentira. Me he tenido que apartar de la carretera para que me pasara un coche de emergencias que venía más rápido que yo. Justo en ese momento me doy cuenta de que mi error quizá sea empezar a acelerar demasiado pronto. Unos 50 metros antes del final de la prohibición empiezo a acelerar, porque voy con el tiempo justo. Quizá midan justo en esa zona. Pero ya es casualidad que siempre me midan en una velocidad terminada en uno.
Todas las veces que me paran, lo policías me preguntan que a dónde voy. Siempre les contesto que a Dakhla, la ciudad grande más al sur de Marruecos, en el Sahara, muy cerca de Mauritania. Esta vez le digo lo mismo y añado: «Iba a Dakhla. Pero ahora mismo doy la vuelta. Es la sexta vez que me paran por exceso de velocidad».
—¿Hoy?
—No entre ayer y hoy. Es demasiado. No aguanto más. Me vuelvo— le digo en mi francés de andar por casa.
—No, no, por favor. No dé la vuelta. Usted es un turista y queremos que se quede. Le perdono.
Barástolis, me digo. (Esto de barástolis se lo he leído a Rafael Reig. Como me gusta se lo copio. A saber de dónde lo habrá sacado él. En el diccionario RAE dicen no saber nada de este vocablo). Ya tenía la excusa perfecta para volver. «Es muy tarde, no voy a llegar al trópico. (Cada parada de la policía se demora unos 20 minutos). Si sigo avanzando y tengo algún contratiempo, no me va a dar tiempo de solucionarlo. Esto de volverse ha funcionado muy bien para que no me pongan multa, pero ahora mismo ya veo que no voy a llegar a tiempo. Mi promedio de velocidad es de 71 km/h, sin contar las paradas de la policía, en las que quito el contacto. Lo bueno de las paradas es que aprovecho para comer. En el coche llevo fruta y agua. No necesito más para llegar hasta Dakhla. Si llego.
150 kilómetros después, a las siete de la tarde, me para un policía municipal en Guelmim. Faltan 500 kilómetros para llegar a Boujdour, unos 100 kilómetros al sur de El Aaiún. Me acusa de pasar el semáforo en rojo. Le digo que no, que estaba en naranja. (Si me llego a parar me arrasan los que venían por detrás, que pasan con un naranja más oscuro que el mío. Me para a mí, claro. De los dos semáforos uno está fundido, yo voy con el grupo de coches y creo que el semáforo está apagado y que se entra en la rotonda por preferencia de paso. Cuando me doy cuenta de que el semáforo de la derecha está en naranja, miro al del centro, lo veo apagado, vuelvo a mirar al derecha y lo vuelvo a ver en naranja. Creo que está en intermitente en naranja. Se lo digo al poli.
Me hace bajar del coche, me lleva hasta el semáforo, me enseña que no está en intermitente, le digo que hay uno completamente fundido (en los tres colores), contesta que eso no importa, que el otro sí funciona y volvemos hacia el coche. Estoy tranquilo. Sé que me voy a dar la vuelta.
Le pido que se aparte del coche y le hago una foto, con mi sombra incluida:
—¿Por qué lo fotografía?
—Porque me doy la vuelta. No aguanto más multas. Es la quinta vez que me paran hoy.
—No hombre no, siga. No le pongo la multa.
—Me da igual. Me doy la vuelta de todas maneras.
—No puede darse la vuelta. Si le quito la multa tiene que continuar.
Pocos kilómetros antes de Guelmim la carretera ha cambiado. Parece que se acaban las estribaciones del Atlas y se puede correr más. Hasta este momento llevo una media de 71 km/h, por carreteras de curvas continuamente y tráfico abundante. En una de esas carreteras tuve que parar (porque ya no aguantaba más) y aproveché para hacer una foto fuera del coche, del paisaje bellísimo.
Había parado porque me daba igual perder unos minutos. No había forma de adelantar la enorme cola de camiones, que volví a encontrar pocos kilómetros después:
En cambio en Guelmim las cosas pintan mucho mejor. Todo parece que el Atlas ha acabado y que las carreteras por fin son rectas. Si me arriesgo a conducir por la noche (desoyendo el consejo de Guillermo en este mismo blog), con carreteras rectas, con la esperanza de que por la noche no pongan multas, puedo intentar llegar a Boujdour.
Las carreteras se enderezan y el límite es de 100 km/h. Ese es el límite genérico de todas las carreteras nacionales en Marruecos. Y esta es una carretera nacional. Sin arcenes como siempre y en muy buen estado, como en alguna ocasión. Ya puedo ir más rápido.
Pero no puedo confiarme:
A la llegada a Tan Tan vuelve a pararme la policía. No es policía de carretera. Empiezan los controles rutinarios por la cercanía del Sahara Occidental. Me preguntan la profesión. Lo había declarado al entrar en Marruecos. Les digo que soy periodista. Mejor me había callado. Cada control requiere llamadas de confirmación, toma de datos a mano en papel, esperas infinitas. Me paran cuatro o cinco veces. En El Aaiún, me hacen esperar todavía más. Viene un jefe de policía desde la ciudad. Me tienen parado más de media hora. Les cuento que no soy periodista político. Les da igual. Quieren saber el medio para el que trabajo. Siempre preguntan por El País. Me paran en cada pueblo. Es un martirio. Pero ya no doy la vuelta. Estoy cerca de Boujdour. Sólo me quedan cien kilómetros. Ya no me rajo.
No me rajo porque el motivo de este viaje es el sol. Ayer vi la puesta en Essaouira y hoy entre Tan Tan y Tarfaya. Me he parado para hacer la foto. Ya no hay vuelta atrás.
Una desde dentro del coche.
Y otra desde fuera.
Llego a Boujdour a las cuatro de la mañana hora española. He conducido de noche con tranquilidad, sin nada de tráfico y carreteras aceptables. El promedio ha subido hasta 92 km/h, pero ha habido muchas paradas de policía, siempre muy amables. Hace fresquito, menos de 20 grados. Uno de los policías que me ha parado en Dawra me recomienda el hotel de un amigo. El Akra y me da el teléfono. No quiero llamar a estas horas. Busco por la ciudad y no lo encuentro. Veo otro, con pinta de edificio moderno. Llamo a la puerta y me abren. Son 280 Dirhams, unos 28 Euros. Saco las bolsas del coche con las cámaras, la cámara de video, el ordenador y la ropa. El coche se queda en la calle. Hay un vigilante con chilaba que no habla francés. Le doy 20 Dirhams por indicación del hombre del hotel. La habitación es perfecta, con un buen colchón. Pongo el despertador a las ocho.