Hace unos días tuve la oportunidad de volver a coger el Golf. Fue un trayecto corto, desde la redacción hasta un hotel de San Sebastián de los Reyes donde una marca nos había citado para presentar un nuevo modelo. En total, poco más de 40 km ida y vuelta. Me sirvió para reafirmar mi opinión sobre él: me gusta. Eso sí, le encontré un punto flaco que en mis primeras tomas de contacto no detecté.

Cuando circulaba por la A-1 (autovía de Burgos) a la altura de la Cuesta de los Dominicos, el sol entraba en el habitáculo de tal forma que creaba algunos reflejos bastante molestos en la ventanilla izquierda, dificultando la visión a través del retrovisor exterior. Como se ve en las fotografías, una de las salidas del sistema de climatización y el mando para regular los retrovisores se reflejan en la ventanilla.

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Es un problema menor, está claro, pero hasta ahora no me había pasado en ningún otro coche (o al menos no he sido consciente de ellos). La culpa la tiene el diseño de la parte interior de las puertas. En el Golf, los mandos están muy arriba, cerca de la ventanilla, cosa que en otros coches no pasa. Ciertamente, más que un problema es un inconveniente.

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Pensando en cómo explicar esta situación me vino a la cabeza los parasoles que llevaban algunos coches hace años (hoy todavía hay modelos que los tienen como equipamiento opcional). Una cosa y la otra no tienen mucho que ver, cierto, pero mi cabeza me llevó a a aquellos coches en los que la parte superior de la luna delantera estaba oscurecida, o decolorada en tonos verdes o amarillos, para evitar que el sol deslumbrar al conductor. La primera vez que vi un coche con este tipo de cristal fue cuando un familiar heredó un Mercedes-Benz Clase E de finales de los años 70 como el de esta imagen. Fue un recuerdo agradable.

Jaime Arruz